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La dudosa libertad del pensamiento religioso

Durante estos días estamos viviendo el debate de la nueva ley orgánica de educación con una intensidad que, a mi parecer, sobrepasa con creces el margen de lo conveniente. Unos piensan que la educación debiera ser laica, otros que la religión ha de ser obligatoria y a otros, la mayoría, les da lo mismo y quedan a la expectativa de lo que los políticos llegan a imponerles. En lo que tanto unos como otros coinciden es en que todos quieren defender -a su forma- lo que ellos definen como “libertad de pensamiento”. A mí que me perdonen, pero mezclar corrientes filosóficas de pensamiento con las cosmogonías del mundo que ofrecen las diferentes religiones (muchas de las cuales rozan, si no superan ampliamente, el límite de la superstición), es como mezclar churras con merinas.

Dentro del término “libertad de pensamiento” los políticos actuales están incluyendo con calzador la idea de “religión”. Sin embargo, una religión que fundamenta su teoría en una “fe”, es decir, en algo que se ha de creer a pies juntillas sin ponerse en ningún momento en duda, es algo que se sitúa en las antípodas de lo que se puede considerar “pensamiento”. Aún así, se les sitúan a ambos en el mismo plano educacional. Evidentemente el político con este juego de palabras, lo único que pretende es conjugar los intereses de la verdadera libertad de pensamiento con los milenarios derechos de pernada de las estructuras organizativas de las diferentes religiones, es decir, sus iglesias.

Que una religión exija un tratamiento educacional concreto, basándose en la libertad de pensamiento es algo que roza el cinismo, ya que ellas mismas se basan en dogmas que no permiten planteamientos alternativos. Un pensamiento libre, es, de por sí, libre, es decir, no hay dogmas que encorseten el pensamiento humano, por lo que todo el mundo puede tener su propia línea de pensamiento. Una religión no permite este tipo de veleidades, ya que dejaría de ser una fe para pasar a ser, simple y llanamente, una opinión, y no la transmisora de una “verdad revelada” cómo orgullosamente proclaman.

Sin embargo la propia dinámica humana deja a la religión en el oscuro bando de la superstición, eso sí, oficial. Las constantes luchas de religión no son más que un claro ejemplo de este problema. En cuanto que alguien ha osado a pensar con cierta divergencia dentro del seno de una religión cualquiera, o bien ha sido suprimido radicalmente, o bien ha habido lucha interna que, en un no poco número de veces, ha provocado la creación de nuevos tipos de religión, y con ello, de tipos de iglesia. Mención a parte merecen las diferentes guerras entre religiones, las cuales han conformado trágicamente la historia de las comunidades humanas durante los últimos milenios.

Cabe destacar que las religiones todas ellas, en un principio, intentaban transmitir una serie de valores filantrópicos basados en la dignidad humana y el bien universal, pero fueron desvirtuados al usarse como excusa para el mantenimiento de los intereses políticos y sociales de los grupos que las regían, por lo que, con el devenir del tiempo las religiones han dejado de ser lo que en un principio se propuso de ellas para convertirse en meras organizaciones políticas.

Visto esto, ¿qué sentido tiene entonces situar una religión en el campo de la educación, sino es desde un ámbito político-doctrinal? ¿No sería por tanto más juicioso prohibir la enseñanza explícita de ninguna religión, al igual que no se hace enseñanza de ninguna opción política concreta, y dejarla dentro de un campo estrictamente interior y personal?

Seguir los principios fundamentales del bien y la virtud humana no está ligado obligatoriamente -como se quiere dar a entender desde algunas partes- al conocimiento de ninguna religión, sino -simplemente- al conocimiento de esos principios y a la voluntad personal de la gente por seguirlos. La pertenencia a una religión, únicamente implica la pertenencia acólita a un grupo humano concreto, como lo puede ser formar parte de un partido político o ser aficionado a un equipo de fútbol, con lo que todo ello implica.

Si dejáramos las religiones colgadas en el fondo de un armario, este mundo mejoraría ostensiblemente.

¿Lo probamos?

Comentarios

  1. Secta: pocos creyentes.
    Religión: muchos creyentes.

    No hay más diferencias.

    La religión es una actividad privada que no debe ser financiada con dinero público.

    ResponderEliminar
  2. Yo me apunto a guardarla en un cajón, pero siempre hay algún pesao que la saca de nuevo.

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  3. Anónimo9:15 a. m.

    Ahora más que nunca se tercia decir eso de "La Religión es el opio del pueblo", y si no que le pregunten a los que se manifestaron en contra de la LOE el fin de semana pasado.

    Yo estoy completamente de acuerdo en que las religiones carecen de sentido práctico, pero si que tienen un caballo de batalla que las hace sobrevivir como un ente poderoso: las instituciones.

    Mientras el estado siga permitiendo que las iglesias (me da igual decir aquí sinagogas o mezquitas) se financien con el dinero de las arcas públicas, seguirán disponiendo de un poder que no les corresponde.

    Abrazos

    ResponderEliminar

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