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¿Conoces mi último libro?

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Infierno de frescor.

Estos días el que más y el que menos se estará dando cuenta que por estos andurriales estamos pasando la canícula, es decir los días de calor más intenso de todo el año. Cada uno aguanta como puede -el que puede- estos días de calor tórrido y, sobretodo en las ciudades costeras, el asquerosísimo bochorno que se produce de la mezcla de calor urbano y humedad marina, que hace del aire una mezcla densa e irrespirable. Uno ya lleva 37 años sufriendo verano tras verano esta dura climatología estival, pero como estos últimos años, de verdad que no. Se puede decir que sea el calentamiento global debido a los gases de efecto invernadero, y tal vez sea verdad, pero me da la impresión de que el asunto no es tan “etéreo”. Me explico.

Nos quejamos de que contaminamos mucho. Vemos los gases de los coches, de las industrias, los residuos domésticos y los generados por las fábricas ya sean de tipo sólido, líquido o gaseoso, pero sin embargo, nos olvidamos de un tipo de residuo que estos días se presentan cómo cruciales: el residuo térmico.

En toda actividad humana actual, ya sea poco o muy contaminante, se genera una cierta cantidad de calor, calor que no nos sirve y que simplemente eliminamos a la atmósfera. Usualmente no prestamos la más mínima atención, ya que no afecta al entorno como si fuera un vertido de ácido sulfúrico o de chapapote. Sin embargo, ese residuo térmico que no es importante, cuando llega el verano, puede hacer variar la calidad de vida de las gentes.

En una calle normal, el circular de los coches, autobuses, metros, sus correspondientes aires acondicionados, incluso las paredes de casas desprenden un calor que en la mayoría de las veces hace que el pasear por una calle se convierta en lo más parecido a circular por el desierto. Es normal que la gente se tenga que poner cada vez más aires acondicionados para poder sobrevivir, pero esto, justamente, no es más que la pescadilla que se muerde la cola, ya que a cada aire acondicionado que ponemos, estamos aumentando un poco más la cantidad de aire caliente que circula -si lo hace- alrededor de nuestras viviendas, que lleva a mantener el ambiente aún más cálido a nuestro alrededor.

Encima, el aumento de la presión urbanística, produce que cada vez más cambiemos zonas frescas de arbolado y vegetación por montañas de piedras que no hacen más que acumular calor de día para dejarlo por la noche, convirtiendo en un entorno inaguantablemente tórrido lo que en condiciones normales no sería más que un entorno “cálido”. Para colmo, antes las paredes eran de piedra y de grosores inmensos, permitiendo un buen aislamiento térmico y ahora son poco más gruesos que un papel de fumar, con todo lo que ello comporta.

En definitiva, que nos asamos de calor gracias justamente a nuestro propio sistema de vida. Sistema que está visto y comprobado que no tiene sentido y que más pronto que tarde acabará por acabar con nosotros mismos. Estar en medio de una arboleda lejos de cualquier construcción humana es bastante más fresco, más saludable y más barato que quedarse en casa con el aire acondicionado.

Por algo será.



Cerca de la salida de un aire acondicionado esto es el infierno.

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