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¿Conoces mi último libro?

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Edificis Catalans amb Història (2023)

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Marketing terrorista.

Con la llegada del 11-S, ya se han activado todas las alarmas. Por un lado, el cura fascistoide norteamericano de cuyo nombre ni quiero, ni pretendo recordar, que con la provocación de quemar Coranes, sabiendo lo sensible que está la opinión pública con estos temas, lo único que ha pretendido es conseguir más adeptos a su parroquia y publicidad gratuita en todo el mundo; y por el otro, los yihadistas, que sabiendo igualmente lo sensible que está la cosa, no han dudado en buscar publicidad a costa de publicar en Internet (al mejor estilo... "no se lo digas a nadie", pero dicho con un altavoz) la posible amenaza de un ataque suicida en Barcelona durante las fiestas de La Mercè . Ambas se reducen a lo mismo: publicidad.

Los extremos, si algo tienen, es que se tocan y son perversos al máximo. No dudan en aprovechar cualquier situación para atenazar de miedo al grueso de la población y conseguir sus aviesos objetivos, sabedores como son de que la población actúa como un rebaño de ovejas atemorizado ante los ataques de los lobos extremistas. Y eso no es bueno... como diría Dios.

Las provocaciones, tanto de uno u otro bando, no dejan de ser más que tanteos en búsqueda de publicidad barata que les proporcione afectos a la causa que -en definitiva- les proporcione dinero. Dinero que les permita seguir con las campañas de marketing, que al fin y al cabo son sus atentados.

Si lo miramos pragmáticamente, los verdaderos peligros no vienen de los que se llenan las bocas y los teclados de proclamas incendiarias, sino, justamente de la de aquellos que no dicen nada, sabedores del hecho que sólo si no dicen nada, pasando desapercibido, consiguen su objetivo.

Curiosamente, la policía ha hablado muy poco.

¿Antiterrorista vigilante?

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