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La terquedad que hizo que un obispo estuviera 366 años insepulto

Obispo Alonso Suárez
El tesón es uno de aquellos valores humanos que se ha invocado repetidamente en los momentos más duros de la historia. La capacidad de tirar adelante con una tarea que pudiera parecer inalcanzable, pese a todos los obstáculos habidos y por haber es algo que es digno de encomio para cualquier persona. En España, el tesón anónimo de sus habitantes ha sacado adelante el país en los peores momentos repetidamente, pero, cuando este sano valor se convierte en algo enfermizo, el tesón se convierte en tozudez y cabezonería. Cabezonería, en la cual también somos maestros cum laude. O si no, que se lo digan al obispo de Jaén, don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, el cual, por diferencias entre la Iglesia y los familiares que no se llegaban a solventar, se estuvo 366 años insepulto. Cabezones, no; lo siguiente.

El bueno de don Alonso fue un obispo abulense (de Ávila, vamos) que ocupó el obispado de Jaén desde el año 1500 hasta el año 1520, en que murió. Fue muy conocido en la época porque le dio la vena de construir a troche y moche, desde puentes, a iglesias, pasando por capillas y fachadas de iglesias, ante la sorpresa general de la gente que no se explicaba de dónde sacaba el dinero para tanta obra. Sea como fuere, cuando el obispo dijo que ya estaba bien de tanto construir, fue enterrado en la Capilla Mayor de la catedral jiennense tal como había sido su expreso deseo. Hasta aquí, todo normal, pero en 1635 la cosa iba a cambiar un poco.

Catedral de Jaén
Poco después de morir el obispo, el cimborrio de la catedral amenazó ruina, por lo que se propuso la demolición de la antigua y construir una nueva, pero los presupuestos iban y venían en proporción de las crisis económicas del momento, por lo que se iban haciendo por partes. En 1635 se procedió a la construcción de la capilla mayor, para lo que fue preciso, primeramente sacar a todos los "inquilinos" que la ocupaban hasta entonces, el primero, el obispo Alonso Suárez.

Los restos del obispo se pusieron entonces en un cajón de madera y se llevaron a la sacristía donde quedaron arrinconados hasta que se acabaran las obras de la capilla, pero las obras se demoraron un poquillo... es decir, nada más que 29 años. La nueva capilla mayor se había reconstruido en estilo barroco y el cabildo consideró que el obispo había perdido todo derecho a ser enterrado en tierra, habida cuenta que sus derechos se circunscribían a la antigua iglesia gótica que ya no existía. La familia se quejó, por lo que reclamó el derecho de su antecesor a ser enterrado allí donde había pedido y, en vez de llegar a un acuerdo, la terquedad de unos y otros hizo que interpusieran un pleito.

Interior de la catedral
Al final, el pleito acabó con una sentencia salomónica, según el cual la familia tendría que hacer una ofrenda anual consistente en una vaca, ovejas, aceite, vino, miel y cera para hacer velas. Si el Cabildo aceptaba esta ofrenda, el cuerpo sería enterrado en tierra; si la familia no hacía la ofrenda, el obispo sería enterrado en el coro de la catedral con el resto de obispos allí enterrados. Eso sí, como don Alonso había sido tan importante para la catedral, se accedió a dejar la cajonera en la capilla mayor, pero en un lateral.

La familia empezó a hacer las ofrendas, pero la Iglesia las rechazaba sistemáticamente, por lo que el cuerpo, ni se enterraba en el coro, ni en la capilla, de tal forma que el obispo insepulto permanecía en su sitio un año más. Los años, los lustros y los siglos empezaron a pasar sin que ninguno de los dos "contendientes" dieran su brazo a torcer, hasta tal punto, que el hecho de rechazar las ofrendas de la familia se convirtió en una tradición. Tradición que casi se rompe cuando a principios del siglo XX, un deán que llegó nuevo, desconocedor del litigio, estuvo apunto de aceptar la ofrenda al no ver ningún inconveniente en ello. Por "suerte" el arcipreste se enteró a punto para abortar la aceptación y todo siguió como hasta entonces. No era cuestión que, después de tantos años de tira y afloja, encima perdieran por un novato.
Momia insepulta

Los años pasaron con su ofrenda y su correspondiente rechazo, hasta la Guerra Civil, en que la confrontación hizo que durante unos cuantos años no se hicieran las ofrendas. Una vez acabada la guerra, en 1941, el Conde de Benalúa, descendiente familiar del obispo desahuciado, decide que ya basta con la tontería y decide establecer contactos con la Iglesia de cara a solucionar el problema. El Cabildo, por su parte, al final decide dar carpetazo al asunto que lleva 300 años dando por saco a todo el mundo y acepta que sea inhumado en tierra, en el centro de la Capilla Mayor, pero siempre y cuando que lo paguen los familiares y la lápida sea de su agrado. 

¡Al fin!
Sin embargo, la ejecución de las obras no tenían fecha de finalización... y conociendo como somos por estos lares, se pueden imaginar el resultado. Efectivamente, no fue hasta el 13 de mayo de 2001, 366 años después, en que se procedió al sepelio, ahora sí, definitivo de los restos de don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, los cuales habían estado, sin comerlo ni beberlo en un cajón de nogal rulando por la catedral de Jaén por los siglos de los siglos.

La familia declaró que "por fin". Seguro que don Alonso, si hubiese podido hablar, también les hubiera dicho unas palabritas al Cabildo y a los familiares.

...y seguro que ninguna buena.

Lápida definitiva de don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce

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