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El cegador problema de la contaminación lumínica

Contaminación lumínica
¿Cuanta gente en la actualidad son capaces de reconocer en el cielo el Carro o el Camino de Santiago? Pocas, por no decir ninguna. Nos hemos separado tanto de la naturaleza que estas constelaciones, antaño conocidas y reconocidas por cualquier campesino, ahora nadie las reconoce. Y es que las ciudades y pueblos se han llenado de tantas luces que, ahora, es imposible ver nítidamente el cielo, incluso en las poblaciones poco habitadas, y lo que era antes habitual ahora se ha convertido en algo anecdótico. La contaminación lumínica no es algo para tomarse a broma.

¿Es necesario tanto despilfarro?
Las ciudades, en los últimos 30 años, han crecido desmesuradamente y con ellas su consumo de energía, ya sea para consumo doméstico, industrial o para iluminación de las calles. Cada vez utilizamos más y más luz, ya que artificialmente hemos alargado nuestra actividad diaria al haber sido capaces de alargar el ciclo de luz. Hemos creado, por así decirlo, soles portátiles para poder seguir trabajando más allá del momento del ocaso: las bombillas. Y aunque resulta inútil remarcar los beneficios de tener luz continuamente, lo que nadie parece tener en cuenta son los perjuicios, los cuales no son pocos.

Las constelaciones ya no se ven
Más de uno pensará que el hecho que la contaminación lumínica afecte a la visión de las galaxias y constelaciones, no deja de ser más que un daño secundario que afecta más al romanticismo de la noche que a otra cosa. Sin embargo, si tenemos en cuenta la afectación que tiene en nosotros el variar tan solo una hora durante el cambio horario verano-invierno (ver Ahorro horario, derroche presupuestario) o el jet lag de los viajes en avión, nos daremos cuenta de la gravedad del asunto.

El medio ambiente se ve afectado
La falta de oscuridad de las ciudades y las zonas periurbanas, crea innumerables perjuicios medioambientales, ya sea a las especies de hábitos nocturnos -a las que rompe tanto sus sistemas de defensa o ataque- como a los ecosistemas marinos al alterar el ciclo normal de noche y día y con él la producción de plancton (ver La acidificación, la peligrosa osteoporosis oceánica). Sin embargo, al que más afecta es al ser humano, precisamente el que menos importancia da al asunto.

La noche ha desaparecido
Los millones de años de evolución de la especie supeditada constantemente al ritmo diario de luz-oscuridad ha producido que nuestros sistemas neuronal e inmunológico estén ligados a la luz del sol. Por ejemplo, la hormona melatonina, un potente antioxidante que generamos durante la noche que se ve afectada gravemente en caso de prolongar el periodo de luz más allá de lo normal. La falta de este antioxidante aumenta el riesgo de padecer cáncer y, en general, hace al cuerpo muy proclive a padecer enfermedades degenerativas de todo tipo. Estudios efectuados en Israel confirman la relación directa entre la afectación de ciertos tipos de cánceres y las zonas con más contaminación lumínica. Es para tenerlo en cuenta.

Un inútil malgasto de energía
Si a todos estos inconvenientes les sumamos el evidente despilfarro económico en forma de luz lanzada al espacio, en un periodo de crisis en que todo cuesta demasiado, podremos comprender la importancia de restringir la luz que consumimos. En especial la que se encuentra en el exterior de nuestras casas, las cuales muchas de las veces no tienen una finalidad práctica más allá de la de decorar, dar cierta seguridad y dar estatus al poseedor de la potente luz: una Feria de Abril, por lo visto, no sería tan Feria de Abril si no tuviera la auténtica burrada de bombillas y kilovatios desperdiciados tontamente en su Real.

Oscuridad: una auténtica utopía
Hemos perdido nuestra visión nocturna, los accidentes por deslumbramiento han aumentado en nuestras carreteras debido al contraste entre el exceso de luz y la oscuridad, y aún así tenemos nuestras calles iluminadas como si nuestros coches no tuviesen faros. Todo va sumando, y aunque en Catalunya ya tengamos algunas leyes encaradas a preservar la oscuridad de la noche, ello no evita que en noches claras, el resplandor del área urbana de Barcelona se vea en Mallorca, a más de 300 kms de su origen.
Posiblemente sea ya hora de apagar la luz e intentar estar un poco más a oscuras. Nuestros cuerpos y el medio ambiente, se lo agradecerán enormemente.


Desde la Estación Espacial Internacional: una auténtica locura
Art. Rev. 19/10/10 1:13 41v

Comentarios

  1. Para evitar eso mismo...aquí nos hemos venido. A una pequeña aldea del interior de Galicia para ver todas las estrellas y puestas de sol, lunas, Venus, Carros... Está en nuestras manos pararse a pensar lo que de verdad nos importa.
    Coincido en tu análisis. El problema es que no tenemos tiempo ni ganas de pararnos a analizar nuestros actos. Solo corremos tras la zanahoria ;)

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