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El hipnótico ciclo eterno de los derviches giradores

Derviches giróvagos
Una de las canciones que se hicieron más famosas en los años ochenta fue "Quiero verte danzar" de Franco Battiatto. En ella, el cantante italiano, en su particular estilo, intenta explicar el sentimiento que popularmente se ha dado al bailar por todo el mundo y, en una de las estrofas, hace referencia a los “derviche tourneur que giran”. En su momento, yo ya conocía lo que eran los derviches musulmanes, pero el hecho de que la canción los nombrase siempre me ha resultado especialmente evocador por el halo de misticismo que desprenden. Y no es para menos, ya que, en la esencia de unas personas que son capaces de mantenerse horas dando vueltas, se esconde una espiritualidad y una concepción esotérica del universo que choca de bruces con la interpretación sesgada que del islam hacen los elementos más violentos (ver La injusta lapidación del Islam). ¿Los conoce? ¿No? Pues sígame, que le introduciré en el hipnótico mundo de los derviches giróvagos.

Una forma mística de llegar a Dios
Desde siempre, el ser humano ha tenido la necesidad interior de expresarse y de sentirse en armonía con todo lo que le rodea, por lo que ha desarrollado ritos y creencias que, de una forma u otra, le permiten alcanzar ese punto de equilibrio entre el ser interior y el cosmos que le rodea. Esta forma de conectar con sí mismo y con la divinidad que reencarna este poder cósmico, varía según las costumbres de cada pueblo y de cada religión; unos rezan, otros se encierran en monasterios, otros son capaces de hacer penitencias dolorosas (ver Amar Bharti: 40 años con el puño en alto), otros simplemente meditan. El cristianismo, el budismo o el hinduismo, tienen su forma particular de alcanzar el equilibrio máximo, lo que se ha dado a llamar Nirvana o Conocimiento de Dios. El islam, como no podía ser menos, también lo tiene, y aparte de las visiones fanáticas de todos conocidas, hay una rama, el sufismo, que tiene una forma muy especial de llegar a conectar con Dios: girando.

La vida terrenal sobre los hombros
En Turquía, una cofradía de sufíes que llegó a tener cierta preeminencia en la corte otomana fueron los mevlevíes, también llamados Derviches Giradores (o Giróvagos). Esta orden, que tiene monasterios en Konya y en Estambul, tiene su origen en el siglo XIII, y destaca porque, además de su vida ascética y espiritual basada en oración y meditación, tiene una ceremonia (la Sama) que se ha convertido en icono cultural y turístico del pueblo turco.

En la Sama, una serie de cofrades ataviados con unas sayas negras y un gorro alargado de color marrón entran en una sala, donde tras ser recibidos por un maestro se despojan de sus vestiduras negras y quedan vestidos con un traje blanco cubierto con una inmensa falda blanca. Los cofrades, que han de estar iniciados en la ceremonia, dan tres vueltas a la sala y, a una señal del maestro, paran y empiezan a moverse lentamente al ritmo de los versos sagrados que al estilo de las saetas andaluzas se cantan a capella o con música de tambor y flautas.

Hasta 30 revoluciones por minuto
En un momento dado, los derviches -los cofrades- empiezan a girar en sentido contrario a las agujas del reloj con los brazos cruzados absortos en un ambiente cargado de sentido místico y espiritual. Este movimiento giratorio, que sigue el ritmo cíclico y monótono del canto de las poesías sagradas, se va acelerando. Los danzantes inclinan la cabeza, alzan los brazos al cielo con la palma de la mano derecha hacia arriba y la de la mano izquierda hacia abajo y la falda toma su forma acampanada.

El ritmo de los sutiles instrumentos y la voz del cantante se va acelerando hasta convertirse en un mantra que sumerge a toda la sala en una atmósfera hipnótica. De esta forma, los derviches giradores, a una velocidad de hasta 30 vueltas por minuto, desconectan de sus sentidos terrenales y entran en un auténtico estado de trance. Trance que lleva a su yo interior a estar en paz consigo mismo y con el cosmos, o lo que es lo mismo, con Dios.

Derviches tourneurs en Konya
Esta ceremonia que puede durar desde unos pocos minutos a varias horas acaba de golpe, con los derviches giróvagos parando en seco y sin dar síntomas evidentes de mareo alguno, aunque algunas veces, sobre todo en las ceremonias muy largas, los danzantes pueden llegar a necesitar la ayuda del maestro -que hace las veces de controlador- para evitar que caigan al suelo. Una vez acabada, los derviches se vuelven a poner su capa negra y tras saludar al maestro, abandonan la sala, dando por finalizado el rito.

El Sema (o Sama) tiene una simbología que enlaza con los ritos más primigenios del ser humano, remontándose mucho más allá del origen del Islam. En él, la simbología representa la naturaleza cíclica de todo el cosmos, desde la noche y el día, las estaciones, los planetas, el agua, incluso los átomos. En este eterno ciclo, que viene representado por el derviche girador, el ser humano, que ha dejado su envoltura terrenal en su capa negra, se abre puramente -de aquí el vestido blanco- a la armonía del universo. La mano derecha adquiere la sabiduría divina y la izquierda la transmite a la tierra, mientras que el gorro sería la mente humana como punto de contacto con Dios. Al finalizar la ceremonia, el hombre corta la comunicación con el universo y retoma su negra y fatua existencia terrenal.

Derviches giróvagos en 1886
A pesar de que hoy en día es una ceremonia representativa de Turquía, los derviches giróvagos y su ceremonia, a pesar de su antigüedad que le ha llevado a ser declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2005, fueron prohibidos en Turquía por Kemal Atatürk -primer presidente del país- en 1925 dentro de los planes de laicización y modernización de la sociedad turca (ver Kaya Koyu, el monumento a la sinrazón humana). Con todo, en los años 50, y en vistas de que atraía a los extranjeros, se permitió su representación, pero perdiendo por el camino el misticismo y la religiosidad intrínseca del rito, convirtiéndose, de facto, en un mero reclamo turístico, si bien sobrevive como rito iniciático en el interior de los monasterios sufíes que aún lo mantienen en su significado ritual pleno.

El ser humano, desde el principio de los tiempos, ha tenido la necesidad de trascender más allá de su propia existencia y acercarse a la idea de un todo universal. En estos tiempos convulsos y caóticos en que nos ha tocado vivir, bien haríamos todo el mundo de, siguiendo el ejemplo de los derviches giradores, desenchufar nuestros sentidos, nuestros egos, nuestros dogmas y entrar en contacto con la armonía de la naturaleza que nos envuelve.

El mundo sería, definitivamente, mucho mejor.

 
Un trance místico milenario
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