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Quimerismo, la travesura genética que produce frankensteins

Dos gatos en uno.
Los seres humanos y, en general, todos los mamíferos, se dividen en género masculino y género femenino, división que es la base de la muy exitosa reproducción sexual. Hasta aquí, todo seguiría los cánones tradicionales comunmente establecidos por lo que la sociedad, en su anquilosamiento secular, no admite a lo que se sale de la norma -es decir, homosexualismos y hermafroditismos varios- tildándolos en los casos más reaccionarios como enfermos que han de ser curados. No obstante, conforme que los estudios científicos de la genética humana avanzan, esta simplista dualidad se revela como algo muchísimo más complejo de lo que parece a simple vista. Y es que, por mucho que nuestra mente piense más cómodamente en blancos y negros, los genes se obstinan en hacer de su capa un sayo, rompiéndonos constantemente nuestros patrones mentales. Usted que me lee, por ejemplo, puede tener un gemelo suyo en su interior y no haberse dado cuenta nunca. ¿Que no se lo cree? Pues créaselo. Este lío genético se produce en realidad y se llama quimerismo.

Lydia Fairchild
Año 2002. Lydia Fairchild es una madre blanca con dos hijos y otro en camino que, como tantas otras, ha visto cómo el marido ya no podía con la expectativa de un tercer churumbel en casa, salía a buscar tabaco y de él nunca más se supo. La mujer, ante el panorama que se le viene encima, decide solicitar ayuda económica a los servicios sociales estadounidenses los cuales le piden una prueba de maternidad de sus hijos para evitar picarescas. La sorpresa salta cuando, tras los resultados, resulta que, si bien los dos son hijos del mismo padre, ninguno de ellos es hijo de su madre, por lo que le deniegan la ayuda. Tras la estupefacción de los análisis, Fairchild, que está segurísima de ser la madre de los dos chavales, reclama, y su abogado, que tiene la mosca tras la oreja, pide que le hagan unos nuevos análisis de maternidad.

Al final se le dio la razón a la madre, habida cuenta que los hijos (incluso el último, al cual se le siguió en su nacimiento) a pesar de que su ADN no coincidía ni con los cabellos, ni uñas, ni saliva de la madre, sí correspondían con los de su abuela materna y, lo más increíble... ¡con los de las células del útero de Fairchild! Los estudios consiguientes dieron el veredicto de que Lydia Fairchild, genéticamente, no era una única persona, sino dos: padecía quimerismo. Pero... ¿qué es eso de quimerismo? A ver si se lo puedo explicar...

León, Cabra y Serpiente: Quimera
Para empezar, una quimera era un animal de la mitología griega el cual consistía en un león de cuyo cuerpo salía una cabeza de cabra y tenía una cola de serpiente. Y es justo por este “collage” de monstruo que atemorizaba a todo el mundo sacando fuego por las cabezas y por el trasero (ejem), por lo que se da el nombre de quimerismo a la malformación genética que padecía Lydia Fairchild. Una malformación que implica que dentro de un solo cuerpo convivan con más o menos armonía células con dos tipos de ADN diferentes y que, en circunstancias normales, habrían constituido dos individuos diferentes.

Todo comienza en el momento en que un par de óvulos se ven fecundados por espermatozoides independientes y, en vez de formarse dos individuos -creando, por tanto, gemelos- por un proceso que no está del todo conocido, los dos cigotos primigenios se fusionan generando un único individuo que posee células de un tipo y de otro mezclados en el mismo cuerpo, muchas de las veces sin dar síntomas evidentes de esta diferencia genética en sus células. Síntomas que, de todas formas, no siempre pasan desapercibidas, al variar en función de la proporción que haya de unas y otras.

Mezcla genética de dos cigotos
Al ser una mezcla de células, la proporción que haya de los dos tipos de ADN producirá todo un abanico de posibilidades genéticas, encontrándose desde las más leves -en que unos pocos tejidos son diferentes respecto al resto- hasta los de proporciones más equilibradas, en que los diferentes órganos están formados por uno u otro grupo de células. O, si lo explico más gráficamente, que entre cada “hermano” implicado se reparten los órganos a desarrollar, formando una especie de “frankenstein” natural, pero perfectamente organizado y totalmente viable reproductivamente hablando, como le pasó a nuestra madre quimérica. Desgraciadamente, no siempre es así.

Periquito quimérico
En algunos casos, cuando los cigotos de origen son de sexos diferentes (que habrían generado gemelos de diferente sexo, vaya) el individuo “quimera” puede llegar a tener órganos internos femeninos y masculinos a la vez. Y no sólo pueden salir casos de hermafroditismo genital, en que hayan los dos aparatos sexuales en el mismo cuerpo, sino que puede llegar al extremo de tener los riñones -o lo que sea- masculinos (con cromosomas XY), pero los pulmones -o lo que sea- femeninos (con cromosomas XX). Situación que puede llegar a provocar un aspecto exterior híbrido entre un macho y una hembra y un serio problema ante la sociedad como tenga que pasar algún test de sexo (en el caso de los deportes de élite), porque, en este caso, determinar si el individuo es de uno u otro género es prácticamente imposible

Bizzarria: medio limón, medio naranja
Sea como sea, el quimerismo (el estudio del cual puede ayudar a evitar los problemas de rechazo en los trasplantes) es algo que no es raro en la naturaleza, donde las mezclas de individuos diferentes en el mismo individuo, a veces son necesarios para el desarrollo de la misma especie (tal el caso de los Diablos marinos, ver Diablos marinos, una especie no apta para machistas). No obstante, el ser humano, de donde saca partido del quimerismo -en este caso artificial- es en la agricultura, en que a base de injertos de diferentes especies, se crean árboles que  mezclan dos o más individuos, pudiendo disfrutar de una serie de productos que, de otra forma no tendríamos (el caso de las naranjas sin pepitas).

En definitiva, que con el ejemplo del quimerismo, el mundo nos muestra que es mucho más complejo de lo que nos creemos y, sobre todo, de lo que nosotros mismos nos hemos hecho creer. Es por ello que reducir el mundo a un blanco/negro, a un buenos/malos, a un tigres/leones o a un chica/chico y no querer ver más allá, es simplemente taparnos los ojos a una realidad diversa en que lo socialmente establecido no es que sea “lo normal” sino, bien al contrario, es la forma de defendernos de la diferencia. Una diferencia que desconocemos y a la que tenemos miedo.

Demasiado.

Dos ratones en un único ratón

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