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El susto del emperador Honorio por la caída de Roma, su gallina

Honorio y sus gallinas
Una de las acusaciones que más habitualmente se lanzan contra los políticos es que ellos viven en su mundo, alejándose de forma indecente de la realidad de la calle. Así, muchas veces, los capitostes y mandatarios varios parece que vivan en su Olimpo particular (con dietas, cafés y gintonics subvencionados), pasando como de la mierda de los padecimientos del pueblo llano. La mayoría de veces esta "desidia" es fruto de la especialización en el mundo político (el mundillo interno, más cercano, oculta el externo, siempre más lejano), pero no siempre es así. De hecho, ha habido (y hay) dirigentes a los que los asuntos de la res pública se la ha traído absolutamente al pairo. Tal fue el caso del emperador romano Honorio, el cual estaba preocupadísimo por la caída de Roma. El único inconveniente es que Roma, era su gallina.

División del Imperio Romano
A principios del siglo V dC, el Imperio Romano era un auténtico caos que poco tenía que ver con aquella potentísima potencia que se había enseñoreado de todo el contorno mediterráneo tres siglos atrás. El estancamiento de las fronteras en una economía que se basaba en la conquista y saqueo de nuevos territorios como forma de enriquecer el estado y la continua amenaza de los pueblos bárbaros que rodeaban el Imperio, hicieron que el poder político de Roma fuese cada día puesto en peligro. Dirigentes ineptos, corruptos y militares ambiciosos y oportunistas hicieron que la inestabilidad política fuera la norma. Y para acabar de liarla parda, el emperador Teodosio, al morir en 395, dividió el imperio entre sus dos hijos: para Arcadio, el mayor, con 17 años, la parte Oriental y para Honorio, el menor, con 9 años, el imperio de Occidente. Dos niños a dirigir el más vasto imperio del mundo conocido. Diversión asegurada.

El Emperador Honorio
Si bien en la parte oriental, Arcadio ya era mayorcete y daba un poco más de juego a su regente Rufino, en la occidental, Honorio era simplemente un polluelo que estaba a cargo del general de raíces vándalas Flavio Estilicón. Para la suerte de Honorio, Estilicón era un brillante militar que mantuvo a raya las invasiones bárbaras, dando hasta en el cielo del paladar al rey visigodo Alarico, que estaba emperrado en tomar el poder imperial con sus huestes bárbaras (lo derrota en 397, 402 y 403). Evidentemente la relevancia política de Honorio era prácticamente inexistente ya que el peso de la gestión del circo de tres pistas que era el Imperio Romano de Occidente, lo llevaba el muy válido Estilicón. Aún así, Estilicón se propuso darle una educación adecuada a su cargo, pero el mozuelo no era mucho de estudios (si hubiese pillado un móvil en aquel momento...) y se pasaba el día jugando con sus gallinas, a las que tenía por animales domésticos. No obstante esta apatía con los asuntos de estado, el joven no era refractario a la curia que se movía a su entorno.

Flavio Estilicón
Así las cosas, a cada victoria que conseguía Estilicón contra vándalos, ostrogodos y usurpadores varios, más iba creciendo la envidia entre los trepas que aspiraban a ocupar los más altos puestos de poder imperial. De este modo, en 408, Estilicón cae en desgracia ante los ojos de Honorio (ya con 21 años) al creerse las acusaciones de colaboracionismo con los bárbaros que vierten sus opositores sobre el general. Sus orígenes vándalos (su madre era romana, pero su padre era un militar vándalo) y su fe arriana, ayudaron a dar una (mala) explicación a sus pactos con las tribus bárbaras que asolaban los confines del Imperio y una excusa para quitárselo de en medio. Sin dudarlo mucho, Estilicón fue condenado a muerte el 22 de agosto de 408, junto a su hijo. Y es que, los caminos al poder, cuanto más limpios, mejor. No obstante, pronto se darían cuenta del error cometido.

El rey Alarico
Muerto Estilicón, Alarico se vio sin su principal oponente, por lo que, con sus tropas visigodas, atravesó la península itálica y puso en sitio a la mismísima Roma en septiembre de aquel mismo 408. El emperador Honorio, que tenía su sede imperial establecida en Ravena, una ciudad a 300 km al noreste de Roma fácilmente defendible por estar rodeada por lagunas, seguía enfrascado en su duro quehacer diario (ver El Oopu Alamoo, el pequeño titán que remonta cascadas de 300 m de altura) de juguetear y dar de comer a sus inefables gallinejas. Él estaba a salvo, por lo que las condiciones de vida de sus súbditos era lo que menos le preocupaba en aquellos momentos.

Alarico entra victorioso en Roma
Alarico, por su parte, intentaba hacerse con el poder, ya fuera apoyando a usurpadores o bien, intentando negociar con Honorio que se le nombrara jefe de los ejércitos imperiales, es decir magister militum. Ejércitos que, todo sea el decirlo, más que imperiales parecían el ejército de Pancho Villa, debido a que no había dinero, la mayoría eran de origen bárbaro y estaban divididos en facciones según su adscripción a uno u otro general con aspiraciones imperiales. Y como Honorio no cedía, los sitios a la Ciudad Eterna se sucedieron y, tanto va el cántaro a la fuente que, al final, gracias a una traición (ver Sancho II de Castilla, el rey que murió cagando), el 24 de agosto del 410 Roma cayó ante las huestes visigodas de Alarico, que la saquearon y destruyeron. Era la primera vez en 7 siglos que Roma era conquistada por un ejército extranjero, lo que significó un auténtico shock para la ciudadanía romana y el golpe de gracia para el prácticamente derrumbado Imperio Romano de Occidente.

Honorio (Laurens 1880)
Cuando llegaron las noticias a Ravena de que Roma había sido tomada por los bárbaros, Honorio exclamó apesadumbrado... "¿Pero cómo puede ser? ¡Si ahora mismo estaba entre mis pies!". Había creído que era una de las gallinas con las que jugaba, a la que -con recochineo, se supone- llamaba Roma, respirando tranquilo cuando le dijeron que no era su gallina, sino la ciudad. La típica reacción de un dirigente que se encuentra con el poder por simple derecho de sangre, preocupado profundamente por el bienestar de su gente, vamos.

El hecho, transcrito profusamente durante los siglos posteriores, se especula que -como tantas otras burradas atribuidas a poderosos y dirigentes políticos de todas las épocas- fuera una exageración de sus opositores. Con todo, el mal gobierno de Roma y el caos institucional y social ya no abandonaron la península Itálica hasta la caída final del Imperio (ver Rómulo Augústulo, el último emperador romano), quedando el asunto de Honorio y su gallina como el paradigma de la desidia, negligencia y desinterés de la clase política por los problemas reales de la gente una vez alcanzada su apoltronada y cómoda parcela de poder. 

Hoy día, las gallinas no se llaman Roma, sino Candy Crush.

Y, de mientras, el otro, jugando con sus gallinas

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