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¿Conoces mi último libro?

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Escrúpulos clonados.

Ha saltado a la palestra informativa la intención de los EE.UU. de dar permiso a la venta de ganado clonado para el consumo humano, y ya se ha armado el gran revuelo. Cuestiones morales y científicas se utilizan como arma arrojadiza a favor y en contra en los distintos foros de opinión. Sin embargo, nadie parece darse cuenta que estamos hartísimos de comer alimentos clonados y todo el mundo lo encuentra lo más natural del mundo. ¿Por qué nos rasgamos las vestiduras entonces? Ignorancia, sin duda.

Clon, ésta es la palabra que pone los pelos de punta a más de uno, que se asocia a monstruos de cuatro cabezas que expelen azufre por sus fauces y que vete tú a saber lo que te pasaría si te lo comieras. Curiosamente casi nadie sabe que proviene del griego “klón” y significa, simplemente, retoño. Ya no es lo mismo, ¿no le parece?

Un clon, según el diccionario, es un individuo reproducido de manera perfecta, en el aspecto fisiológico y bioquímico, a partir de una célula originaria. Y si bien, a partir de una en concreto no hace mucho que se ha conseguido, a partir de un grupo de ellas, la sociedad se ha cansado de hacerlo desde hace miles de años y no le estoy tomando el pelo.

O sino...¿cómo piensa que se consiguen esas manzanas de casi un kilo, esas magníficas peritas de San Juan, esas bellísimas rosas amarillas, o esas olivas sevillanas? Efectivamente, cada vez que usted coge un esqueje de un geranio y lo planta en su maceta está creando un clon, un ser exactamente igual al original pero que no es el original. Sin ir más lejos, esas naranjas sin pepitas que usted acostumbra a comer en invierno tienen su origen en un único naranjo que se encontraba en una plantación de Bahía (Brasil) a finales del siglo XIX y que, por casualidad, daba naranjas más jugosas y sin pepitas. Como no tiene pepitas no se puede reproducir sexualmente, por tanto la única forma de reproducirla es mediante esquejes o injertos, es decir, clonándolo.

El debate que nos concierne hoy viene provocado por el hecho de que estamos hablando de consumir el resultado de hacer crecer un “esqueje” de oveja, vaca, cerdo o cualquier otro animal de corral. Para un frutal no hay ningún problema porque es sencillo y llevamos muchas generaciones haciéndolo habitualmente llegándose a considerar hasta “natural”, pero no así para los seres superiores, de los cuales hace bien poco que se conoce el sistema de reproducción asexual y ello nos llena de dudas. Si además confundimos la clonación con la modificación genética, el rizo ya está rizado.

La modificación genética es peligrosa dado que estamos introduciendo un cambio en el ADN de una célula el cual, por “efecto mariposa”, puede tener consecuencias impredecibles a largo plazo tanto en la salud humana como en el medio ambiente. En la clonación, por el contrario, no tiene lugar ninguna modificación genética, sino que se hace crecer asexualmente un organismo por alguna característica que nos interesa. Dicho de otra forma, si encontramos en una granja un pollo con cuatro muslos y sacamos un “esqueje” de él y lo reproducimos no nos va a pasar nada. Lo realmente peligroso puede ser comer un pollo al cual hayamos inducido en un laboratorio a que tenga cuatro muslos. No conviene confundir los términos.

Total, que no tiene porqué significar ningún problema el hecho de consumir animales clonados, pero me hacen gracia estos hipócritas escrúpulos, cuando el hombre es un ser omnívoro que puestos a comer, se come hasta las cucarachas tostadas, los saltamontes al gratén y hace competiciones para ver quien se come más ostras crudas en menos tiempo.

O como dijo José Maria García en su momento de los ínclitos correveidiles de la federación: es que nos comemos el Niño Jesús y nos bebemos el Ebro.

Eso sí, nos da asco que sea carne clonada.

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