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Todo el mundo conoce el dicho latino de "Carpe Diem", pero casi nadie lo que le sigue: Memento Mori (recuerda que vas a morir). ¿Un olvido colectivo? ¿O el ciego que no quiere ver? Muchas cosas hay en esta vida dignas de olvidar y muchas otras dignas de que se sepan. Sea lo que sea, no te lo tomes muy en serio: Memento Mori!
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Escrito por
Ireneu Castillo
Hoy, cuento: El coleccionista del Oeste.
Era él un enamorado del género, un auténtico "friki". Su colección de novelas del Oeste era de las que hacía asombrar a cualquiera que visitara su biblioteca particular. Llamaban la atención las estanterías y estanterías llenas de aquellos libros que contaban las aventuras de los vaqueros, sus luchas contra los indios, los cazadores de búfalos, los buscadores de oro, los rodeos... y donde no podía faltar el heroico Séptimo de Caballería de Michigan. Tanta aventura, tanto tiro, tanto duelo y tanto "malo" había por aquellas atestadas librerías, que incluso el olor a pólvora te envolvía con solo pasear ante aquellos libros.
La colección después de años de estar recopilando libros por aquí y por allá, era increíblemente completa con algunos volúmenes que eran auténticos incunables -tenia incluso una primera edición original de "El Virginiano", de Owen Wister (1902)- y no faltaba ni un solo autor. Entre todos ellos, su autor preferido era Marcial Lafuente Estefanía del cual guardaba celosamente toda su extensa obra.
Aquel Cowboy frustrado disfrutaba locamente leyendo aquellas novelas, y si no hubiera sido por aquella vida monótona, anodina y gris que le invadía hasta el tuétano a cada vuelta que hacía el segundero de su reloj de bolsillo, no hubiera dudado en trasladarse a las tierras sin ley de Texas a vigilar la diligencia de El Paso, o a cabalgar por las llanuras de Arkansas encima de su caballo cimarrón arrebatado a los indios. La imaginación le llevaba a unas tierras de horizonte sin fin allí donde su discapacidad física le ataba a un mundo reducido y demasiado cercano. Esas novelas eran, para él, algo más que su propia vida.
Una mañana, nuestro amigo apareció muerto, postrado en su butaca con un letal disparo en medio de la frente. La policía abrió una investigación, pero pasaron los meses y no dio ninguna luz sobre quién o quienes habían sido los asesinos. Se interrogó a amigos, vecinos, sospechosos, se revolvió Roma con Santiago, pero no hubo forma de encontrar al homicida, y lo que es peor, ningún móvil para justificarlo. La única pista, la bala obsoleta que acabó con la vida de nuestro coleccionista. Pasados los años, la policía archivó el expediente de aquella extraña muerte.
Un asesinato quedó sin solución pero, posiblemente, todo hubiera sido más fácil si hubieran mirado el libro que estaba leyendo en el momento de morir: Oro y Plomo, de su adorado Marcial Lafuente Estefanía. ¿Su pecado? Meterse demasiado en la trama de sus lecturas.
La colección después de años de estar recopilando libros por aquí y por allá, era increíblemente completa con algunos volúmenes que eran auténticos incunables -tenia incluso una primera edición original de "El Virginiano", de Owen Wister (1902)- y no faltaba ni un solo autor. Entre todos ellos, su autor preferido era Marcial Lafuente Estefanía del cual guardaba celosamente toda su extensa obra.
Aquel Cowboy frustrado disfrutaba locamente leyendo aquellas novelas, y si no hubiera sido por aquella vida monótona, anodina y gris que le invadía hasta el tuétano a cada vuelta que hacía el segundero de su reloj de bolsillo, no hubiera dudado en trasladarse a las tierras sin ley de Texas a vigilar la diligencia de El Paso, o a cabalgar por las llanuras de Arkansas encima de su caballo cimarrón arrebatado a los indios. La imaginación le llevaba a unas tierras de horizonte sin fin allí donde su discapacidad física le ataba a un mundo reducido y demasiado cercano. Esas novelas eran, para él, algo más que su propia vida.
Una mañana, nuestro amigo apareció muerto, postrado en su butaca con un letal disparo en medio de la frente. La policía abrió una investigación, pero pasaron los meses y no dio ninguna luz sobre quién o quienes habían sido los asesinos. Se interrogó a amigos, vecinos, sospechosos, se revolvió Roma con Santiago, pero no hubo forma de encontrar al homicida, y lo que es peor, ningún móvil para justificarlo. La única pista, la bala obsoleta que acabó con la vida de nuestro coleccionista. Pasados los años, la policía archivó el expediente de aquella extraña muerte.
Un asesinato quedó sin solución pero, posiblemente, todo hubiera sido más fácil si hubieran mirado el libro que estaba leyendo en el momento de morir: Oro y Plomo, de su adorado Marcial Lafuente Estefanía. ¿Su pecado? Meterse demasiado en la trama de sus lecturas.
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Hola Eri. le ido este fabuloso relato y estoy seguro que lo firmaría la mismísima Ágata Cristi, y seguro que el mismísimo Marcial la Fuente estefania,quiero FELICITARTE.
ResponderEliminarMas sabiendo que tu seguro que nunca as llegado a leer ninguna novela del susodicho escritor, por eso tienes mas merito.
Repito Felicidades
hola ireneu ,
ResponderEliminarmi abuelo era un gran lector de Marcial Lafuente Estefania , tenia una gran coleccion y de "El Zorro",
tal vez haya sido el quien me paso la aficion de leer , en esas tardes de estio ,sentado en la puerta de la casa , dejando las paginas pasar, para levantarse ya anocheciendo con la espalda llena de flechas.
un saludo.