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Capítulo 7: El asunto del canal

El peligroso problema de no sentir dolor: la analgesia congénita

Analgesia congénita.
La sensibilidad es una de aquellas sensaciones o sentimientos del ser humano que, por su capacidad de empatizar con el sufrimiento del prójimo o por su capacidad de interactuar con nuestro entorno, nos hacen más humanos y más personas. Esta característica del alma humana, en la actualidad, y gracias a la sobredosis de noticias negativas y de desgracias que nos llegan cada día a través de los medios de comunicación, es un elemento cada vez más raro, llegando al punto de insensibilizarnos ante situaciones las cuales nos deberían provocar un profundo shock anímico. Los noticieros, por ir tan en búsqueda del sobresalto fácil, han conseguido este punto de analgesia colectiva pero... ¿se imagina que además de ser insensible sentimentalmente, lo fuera también físicamente? Pues, aunque le sorprenda, tal situación se puede dar ya que hay una enfermedad que impide que las personas sientan el más mínimo dolor: la analgesia congénita.

No sienten el dolor
La analgesia congénita o insensibilidad congénita al dolor, es una de aquellas enfermedades raras (ver El simpático Síndrome del Acento Extranjero) que si bien pudiera pensarse que es una ventaja para quien la tiene por aquello de no sentir dolor, en realidad es un verdadero problema tanto para el que la padece como para los que les rodean.

Esta enfermedad destaca porque, quien la sufre, no nota ningún tipo de dolor, ni cuando se corta, ni cuando se da un golpe, ni cuando se cae... de tal forma que puede estar tranquilamente paseando sin darse cuenta de que se ha roto un brazo, que tiene un corte de varios centímetros del que va saliendo sangre a borbotones o cualquier otra dolencia la cual, en una persona normal, haría que se estuviera retorciendo de dolor. Ellos, no, simplemente no lo notan... con terribles consecuencias para su propia salud.

Es normal la autolesión
Los primeros en padecer los dolores de cabeza que no padecerán estos individuos son sus padres. Éstos, empiezan a notar que algo raro pasa con sus hijos sobre todo cuando les empiezan a salir los dientes, ya que los niños -que son niños absolutamente normales- empiezan a roer lo primero que pillan... es decir, la lengua o sus propios dedos, los cuales pueden llegarse a herir de gravedad por su falta absoluta de dolor. El colmo llega cuando aprenden a caminar, que si ya de por sí has de estar pendientes de ellos por las continuas chiquilladas que pueden hacer (y de hecho hacen) a esas edades... ¡qué no hará un crío que no siente el más mínimo dolor! Poco menos que la hecatombe.

Han de vigilar los riesgos
Los padres, ante tal situación, se ven obligados a protegerlos de sí mismos, haciéndoles ponerse cascos por donde estén (para evitar los golpes con la cabeza) y calcetines gruesos en los brazos para evitar que se muerdan los dedos. En este caso, el chiste de “se estiró de un padrastro hasta pelarse todo” es algo muy real. De hecho se ha dado el caso de niños que afectados de analgesia congénita, se han quedado dormidos al lado de una estufa produciéndose graves quemaduras sin que ellos se dieran cuenta; los padres se acabaron percatando por el olor a chamusquina, mientras que el crío dormía como un bendito. No obstante la seriedad del trastorno, a veces también tiene su bis cómica.

Los niños, por mucho que sean insensibles, no dejan de ser niños, por lo que las travesuras son continuas y que sus padres los castiguen, también. Normal. Sin embargo, lo que no es tan normal es que una madre, que está haciendo la comida, envíe al crío al piso de arriba castigado por una trastada, y a los pocos instantes, entre a la cocina desde afuera como si nada. El niño, no había tenido una mejor idea que saltar desde el piso de arriba a la calle... total, ¡como no le dolía! A la madre se le pusieron los pelos como el moño de la Amy Winehouse cuando lo vio, faltaría más.

De pequeños son un peligro
El origen de esta afección, que si bien es hereditaria es un gen recesivo que se manifiesta muy de  tarde en tarde (una vez cada millón), viene definido por un fallo en un cromosoma que produce que los nervios encargados de la recepción del dolor y que tenemos repartidos por todo el cuerpo -los nociceptores- no puedan transmitir estos estímulos al cerebro.

En esta situación, si bien la persona y sus sentidos funcionan con normalidad (aunque a veces padecen de falta de olfato e incapacidad de sudar), el sistema nervioso se vuelve “sordo” a las corrientes de alta frecuencia que determinan el dolor. O dicho de otra forma, el cuerpo limita el voltaje que transmite por sus circuitos nerviosos y hace caso omiso a las descargas que sobrepasan ese límite. El único inconveniente es que omite los estímulos que avisan al cuerpo de una situación de emergencia, por lo que esa emergencia, para él, simplemente no existe... con todo lo que ello comporta, claro.

Han de vigilar otros síntomas
Las personas afectadas, de esta forma, pueden hacer vida normal siempre y cuando vigilen muy mucho los factores de riesgo -nada les impide ir con un cristal clavado en el pie durante días- y sobre todo a los síntomas secundarios que pueden padecer (fiebres, inflamaciones, mareos...), ya que igual que son “inmunes” a los dolores externos, también lo son a los internos. Por ejemplo, al no sentir dolor, pueden morir de septicemia por una apendicitis. Con todo, si bien nada impide que puedan llegar a edades avanzadas, al ser más susceptibles que los demás a provocarse heridas que terminen por complicarse, acostumbran a morir a edades relativamente tempranas.

Como quien pasea por la arena
En definitiva, que en este mar de lágrimas que es la vida, hay una serie de gente que es capaz de no sentir dolor físico ante nada. Ello, a pesar de los monstruos insensibles física y emocionalmente que nos vende la literatura policíaca, no significa que no sean capaces de amar y de conmoverse ante el dolor ajeno, sino más bien al contrario. De hecho acostumbran a vivir más felices que el resto ya que viven rodeado por un mundo mortal que, al menos en apariencia, no les hace daño.

Una prueba más de que no hay nada mejor que vivir en la ignorancia más radical para vivir feliz.

Que se lo pregunten a los espectadores de “Mujeres y Hombres y Viceversa”.


Analgesia, brecha enorme y sonrisa. Típico.

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