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El Duque de Lerma, la capital de España y su descarado pelotazo inmobiliario

El 1er Duque de Lerma
Si hay algo que conocemos bien en L'Hospitalet de Llobregat es la especulación urbanística desbocada y descarada. Desde la construcción de Bellvitge a mediados de siglo XX, pasando por el polígono Gornal, hasta los actuales pelotazos de La Remonta y los futuros megapelotazos de Can Trabal y Carretera del Medio, en Hospitalet hemos visto cómo, a pesar de la oposición vecinal, se construía hasta el último palmo de suelo con la connivencia total y absoluta de los alcaldes de la ciudad, más pendientes de servir al poderoso Don Dinero que a las necesidades reales de la población. Este ejemplo de especulación urbanística galopante que se ha repetido hasta la saciedad en toda la geografía española, no es un asunto nuevo y, bien al contrario, más bien parece que esté impreso a fuego en el acerbo de nuestros apoltronados gobernantes desde hace siglos. Tal fue el caso de Francisco de Sandoval y Rojas, primer Duque de Lerma y valido del rey Felipe III, el cual fue un auténtico maestro en la chanchullería y los pelotazos inmobiliarios, hasta el punto que llegó a cambiar la capital de España de ciudad con tal de llenarse los bolsillos. Ahí es nada.

El rey Felipe III de España
Felipe III, si algo tenía, era que mientras tuviera pintura, teatro y pudiera cazar, le traían al pairo los asuntos de estado, cosa de la cual se lamentaba su propio padre, Felipe II. Así que, en 1599, en vez de ponerse delante de la administración, dejó que su ministro favorito y hombre de confianza, el Duque de Lerma, se encargara de esos pequeños detalles mundanos que tanto molestaban al díscolo monarca. No hace falta decir que el duque no hizo ascos a ser el auténtico rey de España a la sombra: su bolsillo lo iba a agradecer mucho más.

Felipe II no se fiaba de su hijo
Y efectivamente, tal como empezó, lo primero que hizo es empezar a enchufar a amigos, familiares y acólitos formando una densa y oscura red clientelar que le asegurase al de Lerma el control de todos los resortes de la Corona. Habida cuenta que el rey lo tenia en un altar y comía en su mano, era cuestión de tiempo que empezase a hacer de las suyas. Así que, en 1601, convenció a Felipe III del traslado de la corte de Madrid a Valladolid aunque, claro, se ahorró el sutil detalle de que seis meses antes había comprado a precio de limosna toda una serie de terrenos y fincas en la capital pucelana.

Palacio Real de Valladolid
La jugada fue maestra. Aquellos terrenos por los que se había gastado cuatro ochavos, con la decisión de traer la capital de España a Valladolid, subieron como la espuma, y al avispado Duque de Lerma le faltó tiempo para venderlos, llenando sus arcas personales de forma increíble. Y es que el valido no dudó en vender algunos de sus terrenos, tales como el Huerto de la Ribera o la casa del marqués de Camarasa, a la mismísima Corona por el "módico" precio de 30 millones de maravedíes y 55 millones respectivamente. Negociazo redondo, y más si tenemos en cuenta que la casa del marqués le costó la desorbitante cifra de... ¡80.000 maravedíes! Pero no se apure, aún hay más.

Durante su estancia en Valladolid, Madrid se había devaluado fuertemente debido, justamente, a que la Corte se había desplazado a aquella ciudad y la actividad real, administrativa y comercial de Madrid había casi desaparecido. Conocida esta circunstancia -que había sido propiciada por él mismo-, el valido aprovechó entonces para invertir parte de la gran fortuna obtenida con el pelotazo vallisoletano en terrenos, palacios y fincas madrileñas a precio de ganga. ¿Cómo hacer rentable aquella inversión? Sencillo: devolviendo la Corte a Madrid.

Palacio del Duque de Lerma, en Lerma
En 1606, tras comerle la oreja a Felipe III convenientemente, la Corte volvía de nuevo a Madrid, recobrando de nuevo su importancia -y cotización- imperial. El Duque de Lerma, con más cara que espalda, encima, había negociado que el Concejo (el ayuntamiento, vamos) pagase 250.000 ducados (unos 87 millones de maravedíes) para "asegurar" la vuelta de la comitiva real a la ciudad, de los cuales un tercio sería para el duque y el resto para la Corona. Si algo no se puede negar es que los tenía más grandes que el caballo de Espartero.

Palacio de los Consejos
El ambicioso valido, de esta forma, se llenó los bolsillos de forma brutal a costa de las idas y venidas de la Corte, hasta el punto que entre otros palacetes y edificios ducales, se construyó en Madrid un palacio, el Palacio de los Consejos (actual sede de la Capitanía General del Ejército) que superaba en dimensiones al mismísimo Real Alcázar de Madrid, palacio real del momento. La corrupción y el nepotismo campaban con total descaro de la mano del de Lerma y desangraban económicamente a una Corona que ya estaba en capa caída desde finales del reinado de Felipe II, llegando ésta a la suspensión de pagos en 1607. Sin embargo, a todo cerdo le llega su San Martín.

El hecho de tener una fortuna personal con la cual se podría haber construido cinco monasterios del Escorial no evitó al Duque de Lerma que criara dentro de la propia Corte enemigos como quien cría champiñones. Uno de estos enemigos fue la propia mujer de Felipe III, la reina Margarita, la cual, junto con el hijo del propio Duque de Lerma -que ansiaba la fortuna de su padre- y otros nobles afectados por las marrullerías del duque, acabaron por destapar todo el entramado mafioso y corrupto del valido del rey.

La reina Margarita de Austria
En 1621, el segundo de a bordo del valido, Rodrigo Calderón de Aranda, fue ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid, y el propio Duque de Lerma, para no seguir los pasos de su subalterno, se retiró de la vida pública -aconsejado por el propio Felipe III, el cual mantuvo la confianza en él hasta el último momento- viéndose obligado a meterse a cardenal para, así, eludir la justicia. Francisco de Sandoval y Rojas, primer Duque de Lerma, acabó muriendo aislado y con su fortuna expropiada en Valladolid en 1625.

Si buscamos la moraleja de la historia, podremos concluir que por muy bien que los corruptos y delincuentes hagan las cosas, aunque hayan excepciones (ver El robo mejor castigado), siempre acaban por caer en manos de la Justicia. No obstante, si nos fijamos, veremos que, en este país, las tramas oscuras y mafiosas ejercidas por el poder, en realidad quien las destapa no acostumbra a ser la justicia, sino gente del ámbito de los corruptos, la cual, despechada por algún desaire, decide tirar de la manta. Triste país este en que, desde hace siglos, la envidia y el rencor imparte más justicia que la misma justicia.

Para reflexionar.

El Duque de Lerma y su descarado pelotazo inmobiliario

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Comentarios

Felipe Sérvulo ha dicho que…
Excelente post.
El nombre de tu blog me ha traído a la memoria el título de una novela - así mismo se llama- de Antonio Ravidad, fallecido hace unos años. Ravinad fue un extraordinario novelista que jamás llegó alcanzar la fama que se merecía.
Luego he visto que hay otra novela con el mismo título y ahota descubro tu blog.
Enhorabuena porque me has hecho recordad a un amigo.
Con nosotros no es posible establecer relaciones comerciales, somo un colectivo de escritores. Solo puedo invitarte, si te apetece, a venir por nuestros encuentros:
www.ariadna-web.org
Un saludo afectuoso

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