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Todo el mundo conoce el dicho latino de "Carpe Diem", pero casi nadie lo que le sigue: Memento Mori (recuerda que vas a morir). ¿Un olvido colectivo? ¿O el ciego que no quiere ver? Muchas cosas hay en esta vida dignas de olvidar y muchas otras dignas de que se sepan. Sea lo que sea, no te lo tomes muy en serio: Memento Mori!
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Escrito por
Ireneu Castillo
Hoy, cuento: El congelado.
Eran las once de la noche pasadas, ya hacía un rato que había cenado pero aún tenía el estomago que me hacía run- run, es decir, que si me lo proponía me comía a Dios por los pies. Hice una carcajada sorda al imaginarme a Jesucristo levantándose las sayas y salir corriendo delante mío -uno ha sido siempre muy agnóstico. Bromas a parte, no soy de comer mucho y el hecho de trabajar bastante lejos me obligaba a hacer las comidas la mayor parte del tiempo fuera de casa. No sabía si tendría algo comestible, pero aún así me encaminé a “atracar” mi nevera.
Abrí el aparato y cogí el salchichón que colgaba modosamente de la puerta. El amoroso bocado que le aticé a traición al pétreo “fuet” le supo a gloria bendita a mi dentista, pero...algo me llamó la atención dentro de la nevera. Volví atrás y volví a abrir el refrigerador. Se me cayeron los pantalones de la impresión, aunque tengo que reconocer que la goma pasada de la cinturilla también hizo mucho. Allí, delante mío, había un chino congelado. Increíble.
El chino era de talla mediana, es decir, como yo, vestido con un kimono de raso amarillo limón , con unos bigotes negros estirados, un gorrito negro con una borla amarilla a juego que malamente tapaba una prominente coleta acabada en un cuco lacito rosa, y una sonrisa de oreja a oreja que dejaba ver los dientes. Lo que más me llamó la atención fue el carámbano que le colgaba del agujero izquierdo de la nariz. Bueno... eso y la bolsa de arroz 3 delicias que sostenía con la mano derecha a la altura de la oreja.
Pero... ¿qué hacía un chino en mi nevera? ¿como había llegado? Nada había de raro en mi casa, nada hacía sospechar que alguien hubiera forzado ni ventana, ni puertas, ni nada. Nada. Tanto misterio había en la casa que me obligaba a quitarlo a paletadas. Sin embargo, cuando ya estaba dispuesto a enviar un e-mail a la policía avisando del hecho, la televisión me dio la clave de este asunto tan escabroso. ¡¡¡Era el chino!!!
El dichoso chino estaba ahí, más campante que un ajo, anunciando un producto nuevo: un arroz 3 delicias prefrito que con un chorreón de aceite y un sofrito de cebolla salía buenísimo. El icterícico personaje, en un momento dado sale de la nevera y enseña a la familia compradora la forma de cocinar tan fabuloso manjar. Miré de reojo al cubito amarillo de metro sesenta que me sonreía desde dentro de mi frigorífico.
Comer más en casa no estaría nada mal. -Me dije.
Abrí el aparato y cogí el salchichón que colgaba modosamente de la puerta. El amoroso bocado que le aticé a traición al pétreo “fuet” le supo a gloria bendita a mi dentista, pero...algo me llamó la atención dentro de la nevera. Volví atrás y volví a abrir el refrigerador. Se me cayeron los pantalones de la impresión, aunque tengo que reconocer que la goma pasada de la cinturilla también hizo mucho. Allí, delante mío, había un chino congelado. Increíble.
El chino era de talla mediana, es decir, como yo, vestido con un kimono de raso amarillo limón , con unos bigotes negros estirados, un gorrito negro con una borla amarilla a juego que malamente tapaba una prominente coleta acabada en un cuco lacito rosa, y una sonrisa de oreja a oreja que dejaba ver los dientes. Lo que más me llamó la atención fue el carámbano que le colgaba del agujero izquierdo de la nariz. Bueno... eso y la bolsa de arroz 3 delicias que sostenía con la mano derecha a la altura de la oreja.
Pero... ¿qué hacía un chino en mi nevera? ¿como había llegado? Nada había de raro en mi casa, nada hacía sospechar que alguien hubiera forzado ni ventana, ni puertas, ni nada. Nada. Tanto misterio había en la casa que me obligaba a quitarlo a paletadas. Sin embargo, cuando ya estaba dispuesto a enviar un e-mail a la policía avisando del hecho, la televisión me dio la clave de este asunto tan escabroso. ¡¡¡Era el chino!!!
El dichoso chino estaba ahí, más campante que un ajo, anunciando un producto nuevo: un arroz 3 delicias prefrito que con un chorreón de aceite y un sofrito de cebolla salía buenísimo. El icterícico personaje, en un momento dado sale de la nevera y enseña a la familia compradora la forma de cocinar tan fabuloso manjar. Miré de reojo al cubito amarillo de metro sesenta que me sonreía desde dentro de mi frigorífico.
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