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Prisión de la Reina Amalia |
Uno de los pasajes más conocidos de la Revolución Francesa es el de la
Toma de la Bastilla, uno de los presidios más negros y represivos de la Francia borbónica. Durante este episodio acaecido el 14 de julio de 1789, las masas enfervorizadas
asaltaron la fortaleza-prisión,
liberaron a los presos que en ella se encontraban y, antes de acabar el año, procedieron a su
derribo. El símbolo de la
opresión de la monarquía quedaba reducido a escombros. Este conocido pasaje histórico ha quedado en el acervo popular como uno de los grandes
símbolos de la lucha revolucionaria (
ver Condorcet, Robespierre y la tortilla que delató a un matemático fugitivo). Sin embargo, lo que posiblemente no conozca tanto es que, en
Barcelona, también hubo una prisión que fue asaltada por el pueblo, que fueron liberados sus presos y, como su homóloga francesa, fue demolida
hasta los cimientos. Se llamaba la
Prisión de la Reina Amalia.
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Un edificio tétrico |
Durante el siglo XIX, las (malas) costumbres que se arrastraban de siglos anteriores por unos gobernantes que se adaptaban como podían a los nuevos aires en
derechos humanos provenientes de la Francia republicana, seguían plenamente
vigentes en múltiples facetas de la vida pública. Una de ellas, por corresponder a un elemento tan poco dado a lucimiento para los políticos como son las
instituciones penitenciarias, no se habían actualizado lo más mínimo, y ellas se reducían a
embutir cuanta más gente mejor en prisiones sin las mínimas condiciones y sin ningún tipo de higiene. Talmente como en plena
Edad Media.
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Plano de la prisión |
En la Barcelona de aquel tiempo las cosas no eran muy diferentes y las prisiones no eran exactamente un hotel de cinco estrellas. La
prisión de Amalia o de la Reina Amalia, llamada así porque se encontraba entre la muralla (actual Ronda de Sant Pau) y la calle de la
Reina Amàlia de la Ciudad Condal, era uno de estos incómodos almacenes de pobres desgraciados, delincuentes y gente de
mal vivir. Gestionado con mano de hierro por
religiosas, ocupaba el espacio que había dejado el convento de San Vicente de Paul, convento incendiado el 1835 y que fue rehabilitado en 1839 para acoger la que tendría que ser la
Prisión General de Barcelona. El único problema fue que, en 1847, el espacio dedicado para 287 reclusos ya lo ocupaban casi
1.500 personas... con todos los problemas que ello comporta, claro.
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Pasillo de celdas |
Las condiciones en que se encontraban los reclusos eran
infernales. La falta total de salubridad, de ventilación de las celdas, la mala comida y el
hacinamiento eran tal, que el olor que desprendía la prisión se olía a varias calles de distancia. Todo ello, sumado a la
corrupción de los funcionarios y el pésimo estado del edificio, convertía aquella prisión en un
sitio horrendo en que los más desgraciados de la sociedad (los más ricos se podían permitir pagar unas condiciones más “humanas”) sufrían la brutalidad de sus carceleros, provocando continuos
motines que volvían incontrolable aquella prisión.
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"El Garrote Vil" de Ramón Casas |
La cárcel de Reina Amalia, por si fuera poco, utilizaba los patios adyacentes para el tejido de
sogas por empresas privadas que utilizaban los y las reclusas (la prisión era mixta) como
mano de obra esclava; con la excusa de tener a los presos haciendo trabajos forzados, más de uno hizo el gran
negocio a su costa. No obstante, lo que realmente volvía aquel lugar en algo tétrico para el grueso de la sociedad era que, en sus patios, tenían lugar
ejecuciones públicas con la “humanísima” técnica del garrote vil. La reputación del presidio entre los barceloneses era
pésima; la prensa criticaba duramente la prisión y sus prácticas y hasta el pintor
Ramón Casas retrató aquel morboso espectáculo en su cuadro “
El Garrote Vil” (1892). La presión mediática consiguió que la última ejecución pública fuera en 1897, pero ello no mejoró ni un ápice su imagen.
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Deseada demolición |
La situación dentro de aquella cárcel era
insostenible, hasta el punto que las autoridades decidieron crear un nuevo recinto carcelario en la Ciudad Condal que diera cabida a aquella cantidad ingente de “
descarriados” y, así las cosas, en 1904 se inauguró la
Cárcel Modelo. Una cárcel que tenía que haber sido un “modelo” de gestión (por eso se le puso ese nombre) pero que el tiempo la convirtió justamente en un modelo de lo que
no debía ser una prisión. Sea como fuere, a ella se trasladaron todos los reclusos
masculinos de Reina Amalia, convirtiéndola en un presidio femenino donde se encerraban mujeres por delitos tan “horrendos” como eran el
lesbianismo, el
adulterio, la prostitución, la rebeldía contra el marido… por no hablar de presas políticas (básicamente anarquistas, a raíz de la
Semana Trágica,
ver La trágica semana en que las momias bailaron con los obreros), blasfemias o escándalo público. Razón esta última que hizo que
La Bella Dorita, la conocida artista de revista del
Paralelo barcelonés, diera con sus huesos durante una temporada en esta infame prisión.
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La prisión perdió la batalla |
La
impopularidad de la prisión de Reina Amalia -ubicada en el conflictivo
Barrio Chino- convirtió su cierre en un auténtico objetivo social para las clases populares. Ello llevó a que el día
19 de julio de 1936, una vez que el alzamiento militar franquista fue sofocado en Barcelona, un numeroso grupo de hombres y mujeres armados, asaltasen la prisión de Reina Amalia y abriesen puertas a todas las presas; eso sí, algunas que
no querían irse (para las pobres de solemnidad el exterior no era mucho mejor que el interior) fueron
desalojadas a la fuerza. Sin embargo, el asalto no quedó aquí y los propios asaltantes, una vez evacuado el edificio, comenzaron a
demolerlo a base de pico y pala, para que no pudiera ser
reocupado.
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Un antro derribado a pico |
El clamor popular por la desaparición definitiva de aquel
antro inhumano (y la presión de la anarquista
Agrupación Libertaria de Mujeres Libres) hizo que, el 21 de agosto de aquel mismo año, comenzasen con cierta pompa las obras oficiales de derribo de la prisión de Reina Amalia.
Carles Pi i Sunyer, el alcalde de Barcelona en aquel momento, “inauguró” las obras quitando con sus manos una
reja de aquella cárcel que ya había sido empezada a derribar por el propio pueblo un mes antes.
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Solar dejado por la cárcel |
Fruto de aquel derribo quedó el solar que ocupa desde 1963 la plaza
Josep Maria Folch i Torres. Un solar que, debido al follón de la Guerra Civil (
ver La explosión de Cosme Toda, la fortuna que evitó la destrucción de L'Hospitalet) no pudo ser reutilizado en su momento y que actualmente está ocupado por una
desangelada plaza, reflejo fiel de un espacio
siniestro y morboso de la capital catalana que, derribado por los mismos barceloneses, durante más de un siglo fue símbolo de represión, de
injusticia y de la
ignominia humana más vergonzosa.
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