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Recogida de muestras del Experimento Tuskegee |
Uno de los efectos secundarios que nos ha dejado la crisis es una creciente ola de
racismo y profunda animadversión contra los
inmigrantes, como respuesta al empeoramiento de las condiciones económicas globales. No importa el país ni la raza, que los que vienen de afuera son poco menos que los culpables de la muerte de
Manolete, cuando nadie parece ver que, sin ellos, todos los países se van
al garete. Todos. Aunque justo uno de los que más tendría que saberlo,
Estados Unidos, levantado a base de sucesivas oleadas inmigratorias, no es que destaque por su amor a la diferencia racial exactamente; que se lo digan a la
comunidad afroamericana, que ha tenido que
sudar sangre en aquel país simplemente para que se les considerase
personas (
ver La máquina que transformaba negros en blancos). Y es que el trato vejatorio e
indigno para con los negros americanos, incluso a nivel oficial, llevó en su momento a hacer auténticas barbaridades inmorales que, vistas desde la no tan alejada lejanía temporal, indignan a cualquiera que las conozca. Tal es el caso del
estudio de la sífilis de Tuskegee.
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Fuente para negros en Carolina del Norte (1938) |
A principios del siglo XX, y a pesar que la
esclavitud hacía ya mucho tiempo que se había abolido, las diferencias sociales entre blancos y negros simplemente eran
abismales. Las leyes, muchas de ellas rebotadas de épocas pasadas, marcaban que ser negro en Estados Unidos no era lo mismo que ser un
blanco y, pese a las luchas de cuatro idealistas que creían en la
igualdad de razas y oportunidades, los afroamericanos estaban absolutamente
discriminados, siendo relegados a ser los
parias más desgraciados de aquella sociedad. Esta situación indigna los llevaba de cabeza al
analfabetismo, la
pobreza más absoluta y los hacía presa fácil de las enfermedades por la falta de condiciones higiénicas y la imposibilidad material de pagar los médicos.
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Familia negra recolectora de algodón (circa 1890) |
Una de las zonas donde esta
desigualdad racial era más hiriente era en los estados del sur que, hasta su derrota en la guerra civil (
ver Los buitres que celebran anualmente la batalla de Gettysburg), habían vivido de la explotación de la
mano de obra esclava en los interminables campos de
algodón de las fértiles orillas del río Mississippi. No obstante, cuando acabó y se abolió la esclavitud, la comunidad negra siguió trabajando los campos, pero por
salarios ridículos y unas condiciones infernales de trabajo. No eran esclavos, cierto, pero no habían mejorado en absoluto. Ante esta situación, en
Tuskegee, una pequeña ciudad de
Alabama, un esclavo liberto llamado
Lewis Adams, hijo de un propietario esclavista que al menos tuvo la decencia de darle estudios, se propuso mejorar en lo posible la vida de la comunidad negra de la ciudad, fundando en 1881 la
Tuskegee Normal School (Escuela Normal de Tuskegee) una escuela para negros hoy convertida en universidad que pronto obtuvo un gran renombre. Pese a la mejora educacional y de oportunidades que comportó -de nada a poco, ya era una mejora sustancial-, había un problema que golpeaba duramente a las familias negras: la
sífilis.
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Mano infectada de sífilis |
La sífilis es una enfermedad bacteriana de
transmisión sexual muy contagiosa que cursa con úlceras, inflamación y puede afectar al hígado y al sistema nervioso, pudiendo producir
ceguera e incluso la
muerte si no es tratada a tiempo. El problema era que, en los años 20 del siglo XX, la sífilis se curaba con dificultad con unos tratamientos
muy tóxicos para el cuerpo (a base de mercurio y bismuto) y que, para más inri, tenían una eficacia mínima. La necesidad de estudiar una enfermedad que afectaba al
35% de la población en edad reproductiva se hizo patente y desde la Tuskegee Normal School se buscó financiación para luchar contra esta enfermedad. Sin embargo, la llegada del Crack del 29, hizo que la financiación se cortara de golpe, siendo la primera afectada la comunidad negra; puestos a recortar, no iban a ser los blancos los primeros, claro.
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Algunos participantes del estudio |
Ante tal mazazo, en 1932 el
Servicio de Salud Pública en colaboración con el Tuskegee Normal School, decidió hacer un estudio en el que se mostrarían los tremendos
efectos de la sífilis en los hombres afroamericanos en caso de
no ser tratados. La idea era hacer un seguimiento de la evolución de la enfermedad durante seis meses, pasados los cuales se trataría a los enfermos normalmente, con el fin de obtener las suficientes razones objetivas que justificasen el retorno de la financiación de los trabajos. Para ello se consiguió que
600 hombres negros (399 infectados y 201 libres de infección, la mayoría
analfabetos) participaran en el estudio prometiéndoles dar tratamiento médico
gratuito a su enfermedad -la mayoría no podían costeárselo- y un seguro de decesos en caso de que alguno pasase a mejor “vida”. Lo que no les dijeron era que
ninguno sería tratado con medicinas, sino con inocuos placebos. Y callando como unos putas, comenzaron los estudios.
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Extrayendo sangre de uno de los "cobayas" |
Pasados los 6 meses que supuestamente eran de estudio “libre”, es decir, sin ningún tratamiento, y a los que tenía que seguir un tratamiento con medicinas
efectivas (o al menos de cierta efectividad) el equipo médico que los “atendía” se quedó
sin fondos para dar la terapia curativa. Ante este inconveniente, se decidió seguir adelante con el estudio, pero adaptándolo a un largo periodo de tiempo. O lo que es lo mismo,
hasta que murieran.
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Fleming y la penicilina |
Así las cosas, los enfermos que habían entrado en el programa fueron pasando los años sin ser tratados, solo con la administración de
placebos y con los controles periódicos a los que estaban asignados para ver su evolución. Pero si algo tiene la ciencia es que avanza una barbaridad y el descubrimiento de la
penicilina y su aplicación exitosa en la sífilis a principios de los años 40, hizo que este
antibiótico se impusiera como remedio eficaz. ¿Y se cree que se les administró a los negros de Tuskegee? Bien al contrario, los médicos encargados de llevar el estudio les convencieron de que, si había alguien que les aconsejaba de tomar penicilina, que no le hicieran caso y
se negaran. Con un par.
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Noticia de portada del New York Times |
No fue hasta 1965, cuando
Peter Buxtun, un joven médico de Chicago, se enteró del estudio por una revista médica. Viendo la poca vergüenza de tener a aquellos
desgraciados (algunos habían muerto y otros estaban gravemente afectados) durante más de 30 años sin tratamiento, escribió una carta a los encargados de aquella investigación criticándoles su
falta de ética para con aquellos enfermos. En vistas de la falta de respuesta, acudió al
Centro de Control de Enfermedades que confirmaron la continuación del estudio. Decisión respaldada, eso sí, por diversas entidades médicas entre ellas, para más recochineo, la
Asociación Médica Nacional, una asociación que representaba a médicos afroamericanos (
ver La desgracia doble de ser un negro blanco). Ante la negativa a acabar con semejante inmoralidad, a principios de los 70, Buxtun recurrió a la
prensa, lo que llevó al Washington Star a levantar “la perdiz” el 25 de julio de 1972, siendo portada del New York Times al día siguiente.
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Peter Buxtun destapó el pastel |
La polvareda que produjo el conocimiento público de aquel supuesto estudio científico, hizo que el senador
Edward Kennedy abriera una investigación del Congreso en el que, convocados Buxtun y los responsables del Servicio de Salud Pública, dejó patente que aquellos hombres
no habían sido avisados de los riesgos, la inmoralidad de mantenerlos
40 años sin tratamiento y la inutilidad manifiesta del ensayo. Aplastantes conclusiones que llevaron a la
finalización del estudio en octubre de 1972.
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Bill Clinton y Herman Shaw, uno de los supervivientes |
En el momento de la suspensión, de los 600 hombres que empezaron el programa solo sobrevivían 74. De los fallecidos, 28 habían muerto directamente por la sífilis, 100 de complicaciones derivadas de ella y, por si no era suficiente,
40 mujeres habían sido contagiadas por sus maridos y
19 niños habían adquirido la enfermedad de forma congénita. Un
drama humano gratuito que, pese a las compensaciones económicas ulteriores, e incluso la disculpa oficial del presidente
Bill Clinton en nombre de los Estados Unidos en 1997, no compensaron la
hipocresía de un estado que 30 años antes había condenado a la horca la inmoralidad de los
médicos nazis en los campos de concentración, pero mantenía con
total impunidad un estudio racista y éticamente
inadmisible.
Ahora tal vez sea historia. Pero la historia, cuando se olvida, siempre se repite.
Tiemble.
Puff, no sé porque no me sorprendo. La política tal y como la conocemos es un lastre social. Debe haber un pacto educativo para que la dignidad sea un bien social. La única palabra para esto, es vergüenza. Saludos.
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