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Todo el mundo conoce el dicho latino de "Carpe Diem", pero casi nadie lo que le sigue: Memento Mori (recuerda que vas a morir). ¿Un olvido colectivo? ¿O el ciego que no quiere ver? Muchas cosas hay en esta vida dignas de olvidar y muchas otras dignas de que se sepan. Sea lo que sea, no te lo tomes muy en serio: Memento Mori!
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Escrito por
Ireneu Castillo
Hoy, cuento: La Revolución
Se lo dedico a mis amigos por el apoyo recibido para continuar escribiendo mis cuentos, tras un paréntesis posiblemente demasiado largo sin hacerlo.
Os advierto que no es el mejor de mi producción, pero es el número 1 de la segunda parte.
Un besazo a todos.
La Revolución
Aquella mañana era una mañana como cualquier otra mañana laborable. Ver el día resplandeciente, despertarse contento, alegrarse de tener un trabajo estable y unos compañeros maravillosos eran auténticas utopías que, obviamente, hoy tampoco iban a cumplirse.
Me despertó un fuerte retortijón en la zona del bajo vientre. En las Rondas de circunvalación de mi cuerpo era hora punta y solicitaban, de forma violenta, que se diera solución a tanto tránsito retenido. Dicen que la violencia no lleva a ninguna parte, pero a mi me llevó corriendo al excusado. Uno no sirve para político, definitivamente.
El paraíso vi ante mi en el momento en que el semáforo se puso en verde y todo el tráfico pudo ponerse en circulación de manera rápida y fluida. Una vez pasada la hora punta y tras haber esperado pertinentemente a los mas rezagados, me levanté de la taza y estiré de la cadena. Sin embargo, algo pasó con ella. Por más que estiraba no bajaba ni una sola gota de agua. Me extrañó, porque hasta entonces había funcionado perfectamente y yo pago todos mis recibos religiosamente, es decir, me pongo a rezar en arameo tan pronto como veo la factura. Levanté la tapa del depósito y de pronto bajó todo el agua de golpe, llevándose con él a todo el tráfico que esperaba el siguiente semáforo. Permítanme que les ahorre ciertos detalles poco agradables.
Sin más dilación, procedí a seguir con mi aseo matutino, ya que hasta mi imagen en el vidrio del espejo se había escondido cuando me vio entrar en el baño. Abrí el grifo del agua y no salió ni la más mínima gota de él. ¡Coño!¿no hay agua? -me dije, haciendo la típica pregunta tonta de obvia respuesta.
Para cerciorarme de que no fuese un corte general del suministro, fui a la cocina y pude comprobar que el agua salía correctamente. El grifo del baño debía haberse estropeado, sin duda. Me lavé la cara como pude dentro de la pica de la cocina y cogí un vaso de agua para lavarme los dientes en el baño.
Cual fue mi sorpresa cuando, ya estando en el aseo, intenté abrir el tubo dentífrico. Tuve que abrirlo con los dientes de lo duro que estaba, y esto que pudiera calificarse hasta de normal, no fue nada al comprobar que no había forma humana de sacar pasta de dentro de un tubo dentífrico estrenado la noche anterior. Por más fuerza que hacía, no me era posible sacar lo más mínimo. Probé incluso a pisarlo, pero todo fue inútil. ¡Si incluso se veía la pasta por la boca del tubo! Empezaba a desesperarme.
Sin embargo, el desespero se tornó impotencia cuando pude ver cómo el spray fijador no sacaba espuma ninguna, el bote de jabón de las manos no sacaba su dosis de gel correspondiente, la colonia no salía de dentro de su bote. El agua continuaba sin salir, ni del grifo, ni de la ducha ni del bidet . Nada. Por no salir, no salía ni la crema de las manos de su tubo de plástico. Por no caer no caía ni el agua del vaso que había llevado de la cocina. Hasta entonces el sudor frío me había duchado, pero fue tras comprobar como las cerdas de los cepillos, tanto de dientes como del cabello, estaban lacias, como si estuviesen hechas de espagueti cocido y no de plástico duro, cuando me dio un ataque de calor menopáusico mezclado con un temblequeo cadavérico y un asma de silo de soja que me dejó cianótico.
Abrí la ventana del lavabo y saqué la cabeza. No podía ser cierto lo que estaba pasando. Vale que la noche anterior bebí un poco, pero esto no era un sueño: el golpe de mi rodilla contra la taza me lo demostraba vivamente. De repente sentí unos ruidos detrás de mí y me giré asustado.
El agua empezó a salir del bidet y del lavamanos a chorro libre, el jabón salía de su frasco a borbotones, la espuma de su bote, la crema de las manos salía como un espantasuegras de su tubo, y el dentífrico dibujó un bonito graffiti blanco y rojo en la pared del baño. Incluso los cepillos recuperaron su rigidez. Todo había vuelto a la normalidad, de golpe, pero había vuelto.
Respiré tranquilo, pero malamente, ya que la alergia primaveral que padecía me había tapado la nariz. Me puse un poco de spray nasal que tenía en el botiquín y respiré... respiré la causa del problema de la revolución de todos los trastos del baño. No pude, por menos, que ponerme rojo como un tomate maduro.
¿Me permitirán que les obvie los detalles?
Me da en la nariz que sí.
Os advierto que no es el mejor de mi producción, pero es el número 1 de la segunda parte.
Un besazo a todos.
La Revolución
Aquella mañana era una mañana como cualquier otra mañana laborable. Ver el día resplandeciente, despertarse contento, alegrarse de tener un trabajo estable y unos compañeros maravillosos eran auténticas utopías que, obviamente, hoy tampoco iban a cumplirse.
Me despertó un fuerte retortijón en la zona del bajo vientre. En las Rondas de circunvalación de mi cuerpo era hora punta y solicitaban, de forma violenta, que se diera solución a tanto tránsito retenido. Dicen que la violencia no lleva a ninguna parte, pero a mi me llevó corriendo al excusado. Uno no sirve para político, definitivamente.
El paraíso vi ante mi en el momento en que el semáforo se puso en verde y todo el tráfico pudo ponerse en circulación de manera rápida y fluida. Una vez pasada la hora punta y tras haber esperado pertinentemente a los mas rezagados, me levanté de la taza y estiré de la cadena. Sin embargo, algo pasó con ella. Por más que estiraba no bajaba ni una sola gota de agua. Me extrañó, porque hasta entonces había funcionado perfectamente y yo pago todos mis recibos religiosamente, es decir, me pongo a rezar en arameo tan pronto como veo la factura. Levanté la tapa del depósito y de pronto bajó todo el agua de golpe, llevándose con él a todo el tráfico que esperaba el siguiente semáforo. Permítanme que les ahorre ciertos detalles poco agradables.
Sin más dilación, procedí a seguir con mi aseo matutino, ya que hasta mi imagen en el vidrio del espejo se había escondido cuando me vio entrar en el baño. Abrí el grifo del agua y no salió ni la más mínima gota de él. ¡Coño!¿no hay agua? -me dije, haciendo la típica pregunta tonta de obvia respuesta.
Para cerciorarme de que no fuese un corte general del suministro, fui a la cocina y pude comprobar que el agua salía correctamente. El grifo del baño debía haberse estropeado, sin duda. Me lavé la cara como pude dentro de la pica de la cocina y cogí un vaso de agua para lavarme los dientes en el baño.
Cual fue mi sorpresa cuando, ya estando en el aseo, intenté abrir el tubo dentífrico. Tuve que abrirlo con los dientes de lo duro que estaba, y esto que pudiera calificarse hasta de normal, no fue nada al comprobar que no había forma humana de sacar pasta de dentro de un tubo dentífrico estrenado la noche anterior. Por más fuerza que hacía, no me era posible sacar lo más mínimo. Probé incluso a pisarlo, pero todo fue inútil. ¡Si incluso se veía la pasta por la boca del tubo! Empezaba a desesperarme.
Sin embargo, el desespero se tornó impotencia cuando pude ver cómo el spray fijador no sacaba espuma ninguna, el bote de jabón de las manos no sacaba su dosis de gel correspondiente, la colonia no salía de dentro de su bote. El agua continuaba sin salir, ni del grifo, ni de la ducha ni del bidet . Nada. Por no salir, no salía ni la crema de las manos de su tubo de plástico. Por no caer no caía ni el agua del vaso que había llevado de la cocina. Hasta entonces el sudor frío me había duchado, pero fue tras comprobar como las cerdas de los cepillos, tanto de dientes como del cabello, estaban lacias, como si estuviesen hechas de espagueti cocido y no de plástico duro, cuando me dio un ataque de calor menopáusico mezclado con un temblequeo cadavérico y un asma de silo de soja que me dejó cianótico.
Abrí la ventana del lavabo y saqué la cabeza. No podía ser cierto lo que estaba pasando. Vale que la noche anterior bebí un poco, pero esto no era un sueño: el golpe de mi rodilla contra la taza me lo demostraba vivamente. De repente sentí unos ruidos detrás de mí y me giré asustado.
El agua empezó a salir del bidet y del lavamanos a chorro libre, el jabón salía de su frasco a borbotones, la espuma de su bote, la crema de las manos salía como un espantasuegras de su tubo, y el dentífrico dibujó un bonito graffiti blanco y rojo en la pared del baño. Incluso los cepillos recuperaron su rigidez. Todo había vuelto a la normalidad, de golpe, pero había vuelto.
Respiré tranquilo, pero malamente, ya que la alergia primaveral que padecía me había tapado la nariz. Me puse un poco de spray nasal que tenía en el botiquín y respiré... respiré la causa del problema de la revolución de todos los trastos del baño. No pude, por menos, que ponerme rojo como un tomate maduro.
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