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Los Nisei, los japoneses fieles al Tío Sam

Soldado Nisei
Cuando un país declara la guerra a otro, la situación se vuelve comprometida tanto para los ciudadanos de uno y de otro país, por el hecho de que alguien ha decidido por ti que te tienes que matar con los habitantes de aquel otro país sin que la mayoría de veces te hayan hecho nada. Si esta situación es delicada, pueden imaginar cual será la situación en que se encontrarían si, justamente en el momento de la declaración de guerra, resulta que le pilla o viviendo o de visita en casa del enemigo: el peor sitio en el peor momento. Pues una cosa así fue lo que les sucedió a los japoneses que se encontraban viviendo en los Estados Unidos cuando el ataque de Pearl Harbor, dando lugar a uno de los episodios más oscuros de la Segunda Guerra Mundial que aún se arrastra hasta el día de hoy.

"Soy un americano"
Cuando Japón atacó Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, no solo atacó una desvencijada muestra del poderío armamentístico norteamericano, sino que dejó tocado de muerte el destino de miles de familias japonesas que habían ido a vivir a los Estados Unidos tiempo atrás y que se habían radicado en el país de la Coca-Cola. La oleada de indignación contra Japón y los japoneses sacudió todos los territorios estadounidenses, provocando una reacción de cólera racista contra todo lo que oliera a nipón. Ello condujo a que se produjeran toda una serie de atentados contra los ciudadanos americanos de origen japonés, a pesar de que muchos de ellos llevaban varias décadas en Estados Unidos e incluso tenían descendencia que prácticamente no había ni pisado tierra japonesa.

Familia etiquetada y empaquetada
En esta situación, incluso el gobierno americano, declaró a todos los ciudadanos nipones-norteamericanos, ya fueran de primera o de segunda generación, como elementos peligrosos y susceptibles de colaborar con el régimen del Emperador, por lo que decidió su deportación a campos de concentración a California, Missouri y Arizona. Tanto da que no tuvieran ninguna relación con el Imperio Japonés, ya que el mero hecho de ser japoneses o descendientes de japoneses fueron suficiente cargo para recluirlos. 

Nisei en el frente
De esta forma, unos 112.000 japoneses fueron despojados de sus derechos civiles más básico. Sin embargo, de estos, poco más de 30.000 eran de origen japonés directo, mientras que el resto (unos 75.000) eran hijos de japoneses (llamados Nisei, literalmente "segunda generación" en japonés) que, sin beberlo ni comerlo, se encontraron metidos en el mismo saco que sus padres. El racismo imperante contra todo lo japonés impedía que ni tan solo se pudieran alistar en el ejército, siendo considerados, en el mejor de los casos, ciudadanos de segunda o tercera clase por detrás incluso de los afro-americanos. No obstante, el desarrollo de la guerra hizo que, a los pocos meses, el ejército norteamericano se replanteara su participación en las operaciones militares.

Hawaianos reclutándose
Después de intentar hacer la misma política segregacionista en Hawaii, el gobierno se encontró que gran parte de la población isleña era descendiente de japoneses por lo que no había gente suficiente no-japonesa para mantener la isla. A su vez, una gran cantidad de esta población había solicitado su incorporación a filas, lo cual puso en un serio dilema al gobierno en el trato de esta minoría. Para solventarlo, en junio de 1942, se creó el 442 Regimiento de Infantería donde, después de pasar una serie de cuestionarios a cual más complicado y ambiguo, se les admitía para poder luchar en la Segunda Guerra Mundial...eso si, en Europa, no contra Japón.

Nisei en el frente francés
De hecho, este regimiento de unas 4000 personas, formado casi exclusivamente por niseis, como consecuencia de su tratamiento despectivo por parte de las autoridades, fue usado como fuerza de choque directa en las operaciones más duras y complicadas. Sin embargo, a pesar de ser enviados directamente al matadero (actuaron en batallas tan sangrientas como las de Montecassino, donde llegaron a perder unos 3500 efectivos), sorprendentemente destacaron por una bravura insólita y su capacidad de manejo de los bazookas, lo cual los hizo imprescindibles en el avance del ejército americano en la liberación de Italia.

"A por todas" grito del 442º Rgto.
Sin embargo, ello no hizo que estuvieran mejor vistos, hasta el punto que, a pesar de ser la avanzadilla de los ejércitos aliados, cuando llegó el momento de liberar Roma, el General Clark, los hizo esperarse a 11 km de la Ciudad Eterna para que los primeros que entrasen fuesen regimientos de soldados de raza caucásica. La excusa de que querían evitar que la población romana viera que había sido liberada por soldados asiáticos -a pesar de haberlo hecho- quedó como una burda excusa que hizo enrojecer a más de uno. A pesar de esta afrenta, los nisei continuaron con una fidelidad y una entrega digna de encomio hasta el final de la guerra, siendo, de facto, el regimiento más laureado de todos los ejércitos aliados por sus constantes pruebas de valor y heroicidad.

Medalla de oro conmemorativa
Cuando acabó la guerra, se encontraron que tanto sacrificio no había servido para nada. Buena parte de sus familias continuaban en campos de concentración, y sufriendo actos de terrorismo y racismo cuando al final se decidió por dejarlos retornar a sus localidades de residencia habituales. La reinserción, a pesar de ser tratados como héroes de guerra, fue durísima y complicada, lo que llevó a muchos nisei a comprometerse socialmente en movimientos pacifistas, antixenófobos y de lucha por los derechos de los nipones-americanos, como pagas y reconocimientos que no se dieron oficialmente hasta 1988 en que el presidente Reagan les dio un mínimo reconocimiento oficial.

Un japonés, un sospechoso
Aún hoy día, estos nisei luchan por los derechos de estos descastados, ya que además de los japoneses de Estados Unidos, la inteligencia norteamericana se encargó de recluir a diversos miles de latinoamericanos de origen japonés que vivían en los países de Centro y Sudamérica, y a los cuales hasta 2012 se les negó totalmente cualquier derecho a ser resarcidos de su deportación por el simple hecho de ser de origen nipón. 

La historia de los japoneses norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial, en definitiva, es el claro ejemplo de que cuando el conflicto se desata, las pasiones más bajas y más irracionales son las que llevan la voz cantante, pasando a galope por encima de los más básicos derechos humanos, la heroicidad, la inocencia y la justicia.

Para recapacitar.

Los nisei eran absolutamente fieles, pero no al emperador

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