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¿Conoces mi último libro?

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Capítulo 7: El asunto del canal

Eurovisión 2016: el handicap de ser del Big Five

He de reconocer que, en mi tendencia habitual a ser un tanto inclasificable, a pesar de tener la cita anual de Eurovisión marcada en rojo en el calendario, no soy un eurofan al uso. Este año, por ejemplo, no sabía la canción que iba a llevar España hasta prácticamente el día antes, cosa la cual me ha permitido acceder a la gala final con una cierta “objetividad” de lo que se presentaba, lejos del bombardeo continuo que habitualmente he padecido. Y, la verdad sea dicha, que el producto presentado, este año -y sin que sirva de precedente- me ha llegado incluso a gustar. Llámenme raro.

Efectivamente, cuando en el número 19 ha salido la representante de Televisión Española (recordar que no son los países los que se presentan, sino sus televisiones públicas) Barei, y he podido escuchar la canción “Say yay!” al completo, me he llevado una grata sorpresa. Por primera vez, España presentaba una canción íntegramente en inglés, en un vivaracho estilo electrónico, muy bien interpretada (excepto por una caída dudosamente preparada) y que, sin duda, será un hit en todas las discotecas de este verano. No obstante, como siempre pienso, el hecho de ser del Big Five -los cuales entran por derecho propio y no tras haber pasado el corte de las semifinales- es un serio handicap para cualquier aspiración de llegar a ganar el concurso. Y en esta edición, se ha visto más claro que nunca.

Efectivamente, el hecho que de los 5 privilegiados, cuatro (Italia, en el 16; España, en el 22; Reino Unido, en el 25 y Alemania, en el 26º y último lugar) estuvieran en el furgón de cola, ya es muy significativo de las filias (pocas) y fobias (muchas) que despiertan estos países en el conjunto de países participantes en el concurso eurovisivo. Aunque, como toda regla tiene su excepción, Francia ha quedado sexta. El hecho de ser un cantante argelino de madre hispano-marroquí, seguramente habrá tenido su peso para rascar algún votillo.

Sea como sea, este año, y después de haber visto las semifinales, yo había hecho una clara apuesta por la australiana Dami Im, que siendo la primera vez que participaba en igualdad de condiciones al resto de países, presentó "Sound of silence", una canción épica melódica muy bien interpretada y con mucho gancho, que prometía muy mucho. No en vano, permaneció primera hasta el resultado de los televotos, habida cuenta que, cambiando el estilo de voto, primero se emitieron los votos de los jurados profesionales y después el del voto de los espectadores. En ese momento se dio la vuelta a la tortilla y la trágica "1944" de una Ucrania a ritmo de soul -a la que lo único que criticaba era que alcanzaba el clímax demasiado tarde- consiguió sobrepasar a la representante del país de los canguros y, finalmente, llevarse el festival para Kiev. Fuera una u otra, la vencedora lo hubiera sido merecidamente.

Personalmente, también apostaba por "Midnight Gold", interpretada por el grupo Nika Kucharov and Young Georgian Lolitaz, representando a Georgia, por ser un rock “indie” al estilo británico que rompía con mucha calidad los temas básicamente melódicos del resto de los participantes, así como por la canción búlgara "If love was a crime" que, interpretada por Poli Genova, se me antojaba bastante divertida e interesante -a parte de su vestido de leds, claro. Sea como fuere, Georgia acabó en el puesto 20 y Bulgaria en un más que meritorio 4º puesto que evidencia que no tenía muy desviado el punto de mira respecto esta canción.

Otro cantar fue la sección “castaña pilonga” en la que destacaban especialmente Suecia, con el gato aullador de Frans (copia barata de Justin Bieber), con una canción sosa y mala como ella sola; el Reino Unido, con una versión british de Andy y Lucas e igual de infumables; el letón Justs, un Depeche Mode de baratillo que aburría mucho y gritaba aún más y cerrando la galería de los horrores, la representante de Austria, Zoë, que con una canción inexplicablemente en francés, intentaba emular a la francesa Alizee, pero en versión soso y ñoño. Al final, el karma melódico puso al Reino Unido en el puesto 24, a Letonia en el puesto 15, a Austria en el 13 y, sorprendentemente, al representante sueco en 5º lugar, lo que pone en evidencia el deficiente oído musical y la alteración hormonal de sus votantes.

En definitiva, un Eurovisión que, como su himno (ver La barroca historia de la sintonía de Eurovisión), es un clásico en el panorama televisivo y musical del momento, y en el que se pudo ver la batalla -incruenta, esta vez- entre ucranianos y rusos, así como la tendencia imparable a hacer del festival europeo un evento de interés mundial.

¡Ah! Por cierto... en el programa de valoración posterior al certamen (con Igartiburu, Edurne y Ruth Lorenzo) no se hizo ninguna mención a “que se votan entre ellos” (¡oh!¡milagro!) y, tras remarcar que Barei lo hizo muy bien, destacaron que es una buena plataforma de lanzamiento de su carrera independientemente de su puesto. ¿Estarán empezando a ver, después de 40 años recibiendo hostias, lo que es Eurovisión en realidad? A ver si es verdad, y aprenden de una vez que, si quieren ganar realmente, el año que viene han de participar desde las semifinales.

Seguro que les irá mejor.

Una buena actuación y una buena canción. Parece que RTVE va aprendiendo

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