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Arquitectura apabullante. |
Para un amante del arte y del
Patrimonio Histórico como es un servidor, el visitar las iglesias góticas allí por donde las haya resulta un ejercicio intelectual especialmente atractivo. Independiente de creencias o descreencias, admirar aquellas construcciones
hiperdimensionadas, oscuras (a pesar de los vitrales y los cirios pascuales), frías como la piedra con que están hechas y toda aquella
imaginería religiosa rancia en perpetuo sufrimiento, te transportan a una época en que la
superstición se mezclaba sin solución de continuidad con la
religiosidad y a un lugar en el que, quien entraba, ante el apabullante espectáculo arquitectónico y ambiental que se encontraba al atravesar la puerta, se tenía que sentir el más
ínfimo de los seres. Y no era para menos, ya que quien entrase en la casa del Señor tenía que
humillarse ante el Todopoderoso, tenía que tener
miedo. Miedo que implicaba que la
risa, como manifestación burlesca -ergo pecaminosa-, estuviera prohibida de la vida religiosa durante siglos. No obstante, la sonrisa es un sentimiento muy humano (¡y muy sano!), y ni los curas ni las monjas, escapan a ella por más que reír estuviera prohibido por sus reglamentos internos. Ejemplo de ello lo tenemos en un peculiar libro religioso en que los personajes de la Biblia son tratados de forma satírica y caricaturesca: el
Coena Cypriani.
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Dolor, temor y culpa |
Que la vida es un
valle de lágrimas es algo harto sabido de todo el mundo, y simplemente viendo un telediario tendremos razones suficientes para pensarlo. No obstante, por muy mal que nos vayan las cosas, siempre hay alguna situación que, por inesperada, ridícula o divertida, es capaz de hacernos esbozar una
sonrisa, cuando no una sonora carcajada. Esto, que ocurre en todos los seres humanos, sin embargo se dice que no sucedió en la persona de
Jesucristo, ya que, como hijo (trino) de Dios, no era humano y al llevar la pesada carga de todos los pecados de la humanidad pasados, presentes y venideros sobre sus espaldas, su semblante tenía que ser más parecido al de alguien a quien le
hubiesen pisado un callo, que no al de un treintañero saliendo de la discoteca. De hecho,
San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla (347-407), llegó a afirmar que Cristo
nunca había reído, en una actitud un tanto “talibán” que recuerda la obsesión de Santa Silvania por no lavarse (ver
Silvania, la santa que no se lavó jamás).
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Sentimiento de sufrimiento |
Así las cosas, todas las representaciones de Jesús y de sus acólitos, durante siglos, han intentado (y conseguido) transmitir esa impertérrita
seriedad y el infinito
sufrimiento interior que llevaban sus atormentadas almas. Más que nada porque, de otra forma, se estaría
banalizando el papel redentor de Jesucristo (solo permitido al diablo) y, en vez de
temor de Dios, lo que tendrías sería un compadreo con él que pondría en tela de juicio el poder moral -y por ende, terrenal- de la mismísima
Iglesia (ver
La Iglesia, de los ricos. Dios, de los pobres.). No en vano los benedictinos tenían una de sus reglas -la 56- que decía “
Verba vana aut risui non loqui” es decir, “No pronunciar palabras vanas que induzcan a la risa” aunque, evidentemente, no todo el mundo debió pensar lo mismo, dando lugar a la curiosidad del
Coena Cypriani.
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San Cipriano de Cartago |
El Coena Cypriani (La Cena de Cipriano) es un texto satírico latino, escrito en prosa, tradicionalmente atribuido al obispo de Cartago, Thascius Caecilius Cyprianus -
San Cipriano de Cartago, para los amigos- que, según los investigadores, fue redactado en Francia o norte de Italia por un autor
anónimo entre los siglos IV y V de nuestra era. Aunque existe gran controversia entre las fechas reales y su autoría, la realidad es que fueron leídos en público en el año
875 durante la ceremonia de coronación del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico,
Carlos el Calvo, lo que demuestra la gran aceptación que tenía este texto durante la Edad Media. Pero... ¿de qué va este libro?
El texto explica la historia del rey
Joel de Oriente, el cual, para celebrar la boda de su hijo, decide organizar un gran banquete en el que estarán invitados todos los personajes más importantes de
la Biblia, empezando por Adán y acabando por el mismísimo
Jesús.
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Coena Cypriani |
Una vez en la cena, cada personaje ocupa su lugar sentado en algún elemento que le es característico, de tal forma que Adán está sentado en el medio, Eva se sienta en una
hoja de parra, Noé encima de un
arca, Judas encima de un cofre con sus correspondientes 30 monedas, y así sucesivamente. Los invitados, una vez ubicados de esta forma un tanto ridícula, son servidos a cada uno con viandas que les son conocidas, en el caso de Jesús se le da vino de pasas (por aquello de la “
pasión”) o en el de Sansón, se le dan a comer
quijadas. Así las cosas, los invitados beben, comen, ríen, discuten o se pelean como verduleros, mientras que
Pilatos se lava las manos, Pedro no puede hacer la siesta por un gallo pesado, o Judas se pasa media cena abrazándose con los otros invitados. Finalmente, en medio del mogollón, el rey Joel se da cuenta que le han
desaparecido unos cuantos regalos que le habían traído los invitados, empezando todo el mundo a acusarse entre ellos de ladrones, hasta que le endiñan el muerto a
Agar, la sirvienta y concubina de
Abraham. Es entonces condenada a muerte, ejecutada y enterrada con honores solemnes por los invitados, los cuales se van más anchos que panchos para sus casas, y dando por acabado el relato.
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Una ayuda a la evangelización |
El texto, redactado en forma satírica y humorística se cree que fue escrito con una finalidad puramente
mnemotécnica para que, con estas asociaciones
estrambóticas y deliberadamente ridículas entre los personajes sagrados, las gentes que lo leyesen (los menos) o escuchasen (la mayoría) recordasen las características principales de las figuras de la Biblia. Como resultado, se haría más llevadera la memorización para los sacerdotes y monjas, facilitándoles a su vez la tarea
evangelizadora.
De esta manera, si bien durante siglos toda la
liturgia y toda la parafernalia que rodeaba la vida religiosa tenía que ser estrictamente
ascética y compungida (aunque después hicieran de su capa un sayo, dígaselo a los Borgia) los religiosos, leyendo este texto y sin romper con sus estrictas reglas, podían dar un poco de humor a sus sufridas vidas.
O sea que, ya lo sabe, ríase sanamente todo lo que pueda, que este mundo traidor, sin risas ni buen humor, no lo aguanta ni Dios.
¡Memento mori!
Muy buen artículo. Solo una aclaración: Agar no era la mujer de Abraham, sino su esclava. La mujer del patriarca era Sara, lo que pasa es que, ante la esterilidad de esta, Abraham tuvo un hijo con Agar, al que puso por nombre Ismael.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Procedo a corregirlo. Gracias por la visita, por el comentario y por el aviso. Un saludo bien cordial. :-)
EliminarBuen post! De casualidad tendrás alguna versión del texto de la cena?
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