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Ignaz Semmelweis (1863) |
El espíritu de
contradicción es una de aquellas cosas que el ser humano lleva a rajatabla. Basta que esperes en un semáforo para cruzar la calle que verás cómo siempre hay alguien que se lo pasa en rojo tomatero, aun a riesgo de ser convertido en
mascarón de proa del primer camión que pase. Esta “afición” a pasarse por el arco del triunfo todas las reglas y
recomendaciones habidas, para la cual hay teorías biológicas que la explicarían (
ver La inquietante bacteria que manipula la voluntad humana), ha sido intrínseca de nuestra especie desde la noche de los tiempos. Exactamente igual que el
“ya te lo dije” de nuestras madres cuando hacíamos
caso omiso a sus sabios consejos y la faena era suya para reparar lo que nuestra inconsciencia había
liado parda. Y una cosa similar le pasó al médico húngaro
Ignaz Semmelweis, el cual descubrió en 1847 cómo evitar miles de muertes pero al que el “
establishment” médico del momento, no solo pasó de él como de la mierda, sino que acabó por volverlo
loco, en uno de los casos de
estupidez colectiva más ignominiosos de la historia de la medicina.
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Atención al parto en el siglo XIX |
Durante el último siglo, el desarrollo de las
ciencias médicas ha llevado a que las enfermedades sean cada vez mejor comprendidas y atajadas. La invención de nuevos aparatos de
diagnosis (ver
El TAC, el invento fruto de Los Beatles, una discográfica y un supuesto "retrasado" mental) y el conocimiento cada vez más preciso de los mecanismos biológicos y químicos que las producen, ha disparado la
esperanza de vida a unos niveles que no se habían conocido en ningún momento de la historia de la humanidad. Esto es en la actualidad, pero a mediados del siglo XIX todo estaba por descubrir, lo que hacía que las técnicas, experiencias y
supersticiones que durante más de 2.000 años servían para curar (o al menos se creía que curaban) estuvieran clavadas en el
acervo médico como estacas en el suelo. Situación que hacía que el colectivo médico fuera
refractario a cualquier novedad que surgiera (
ver El indignante caso del doctor Ferran i Clua y su vacuna contra el cólera).
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Hospital General de Viena |
Así las cosas, en 1846 el
obstetra húngaro Ignaz Semmelweis se encontraba preocupado porque en el hospital maternal en que trabajaba en
Viena (Austria), las
parturientas morían como moscas (entre el 10 y el 35%) debido a unas
fiebres que acababan con ellas de forma lenta y angustiosa. Sin embargo, lo que le chocaba era que otra clínica maternal cercana tenía una tasa de muertes por este tipo de fiebres de tan solo un 4%, cuando ambas pertenecían al
Hospital General de Viena. Hasta tal punto era conocida esta diferencia de supervivencia por las usuarias que, dado que la admisión de la futura madre se hacía en días alternos en una u otra maternidad, cuando tocaba la primera, había mujeres que preferían
parir en la calle antes que en el hospital. ¿Qué estaba ocurriendo aquí? La muerte de un médico amigo suyo por unas fiebres
calcadas a las de las parturientas, después de cortarse durante una autopsia le hizo atar cabos.
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Ilustración de un parto (1897) |
En la clínica primera trabajaban
médicos y estudiantes que, mientras que esperaban la llegada de las embarazadas, se dedicaban a completar su formación estudiando
cadáveres a través de
autopsias; por el otro lado, la clínica segunda estaba dedicada a la formación de
comadronas, las cuales, a diferencia de la primera, no hacían ningún tipo de práctica con cadáveres. Conociendo esta diferencia y la muerte de su amigo, llegó a la conclusión de que había “algo” que llevado
en las manos de los médicos producía aquella muerte tan elevada de parturientas. La realidad era que los obstetras, sin solución de continuidad, tal como salían de la sala de autopsias, procedían a atender los partos
sin lavarse las manos o, en el mejor de los casos, tras lavárselas solo con jabón. Una práctica que ahora consideraríamos
aberrante, pero que en aquel momento, en que se desconocía el papel de los microbios en la generación de enfermedades, era absolutamente
normal.
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Semmelweis obligando a lavarse a los estudiantes |
Semmelweis, descartadas las variables que se consideraban productoras de enfermedades del momento (humores, clima, hacinamiento, etc...) y ver que sólo las manos médicas podían ser las causantes de las muertes de las parturientas por fiebre del parto -conocida también como
fiebre puerperal-, obligó a lavarse las manos con una solución
desinfectante a base de
hipoclorito sódico a los estudiantes que ayudaban en los paritorios. El éxito fue absoluto.
A partir de la aplicación del sistema de desinfectado previo, las muertes producidas por la fiebre puerperal bajaron tanto que incluso hubo dos meses en que llegaron a ser cero, lo que hizo que las estadísticas de mortalidad de la primera clínica a mediados de mayo de 1847 pasasen de un 18,3% a ser del 0,19% al finalizar el año. El
éxito sin paliativos de Semmelweis con su sencilla medida, sin embargo, no fue seguido por sus compañeros, que le
dieron la espalda total y absolutamente.
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Mortalidad antes y después |
Pese a su éxito y la insistencia
cansina que puso para que otros colegas adoptasen la medida antiséptica, la técnica
no se impuso lo más mínimo. La verdad es que Semmelweis trabajaba de simple
ayudante del médico titular, por lo que su descubrimiento, al dar a entender que los médicos trabajaban con las manos sucias, estaba atentando directamente a la honorabilidad y
reputación de los médicos: el clasismo y soberbia de los galenos les impedía aceptar que un
caballero pudiera ser el causante de la mortandad por ser
guarro. Y lejos de darle la razón de forma humilde, siguieron con sus costumbres mortales, despreciándolo agriamente y dedicándose a hacerle un “
bullying” atroz que acabó con Semmelweis
despedido del Hospital General de Viena en 1849.
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Casa-museo de Ignaz Semmelweis en Budapest |
Trasladado a su
Budapest natal, implantó su método allí donde trabajó, pero su sentimiento de
impotencia en ver la cantidad de muertes que se podían evitar y no se evitaban (total... eran mujeres, muchas de clase baja o directamente prostitutas, las que acababan muriendo) que emprendió una campaña de envío de
cartas abiertas a obstetras reputados, donde ponía a la clase médica de vuelta y media, tildándolos de auténticos
asesinos por ignorar los riesgos de no desinfectar ni sus manos ni el material clínico en el momento de tratar a las pacientes. Ignaz Semmelweis, que escribió en 1861 un libro donde explicaba su método, acabó por
enloquecer y muriendo en 1865, a la edad de 47 años, internado en un centro psiquiátrico donde murió de una
septicemia fruto de una paliza que le propinaron sus guardianes.
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Louis Pasteur, en su laboratorio |
Los descubrimientos de Semmelweis fueron reconocidos finalmente -será considerado a partir de ese momento
padre de las técnicas antisépticas en medicina- pero, como acostumbra a pasar demasiadas veces en la Historia,
muy tarde. No fue hasta finales de siglo XIX que
Louis Pasteur puso en evidencia el papel de las bacterias y microbios como causante de enfermedades que las denostadas tesis del obstetra húngaro fueron confirmadas. Semmelweis, pese a todo y a todos,
había acertado de pleno con sus políticas de desinfección de manos y de material para eliminar la “
materia cadavérica” que producía las muertes por
fiebres del parto. Una “materia cadavérica” que no eran más que bacterias procedentes de la carne en putrefacción que transmitidas al torrente sanguíneo producían una infección de caballo en las parturientas, llevándose al otro barrio hasta el 35% de ellas. Muertes femeninas que, para la mentalidad de la época, eran
menos importantes que la reputación del médico que las trataba.
Machismo, clasismo, ignorancia y
soberbia. Cóctel mortal que, visto lo visto y según las idioteces supinas de algunos de nuestros (y nuestras) representantes políticos, aún, a día de hoy, está muy lejos de ser erradicado.
Demasiado.
Siento que no haya estado presente en este blog la última temporada. Me han operado de la vista y estaba recuperándome. Ya me pondré a leer entradas atrasadas. La verdad, por lo que veo es todo el material interesante.
ResponderEliminarEn lo que concierne a la entrada, tengo que dar enormes gracias al avance de la medicina, de lo contrario mis ojos estarían peor, por eso no puedeo evitar que al leer esta entrada, se me revuelvan las tripas. Ha sido una inusticia para el médico y para el gran número de mujeres muertas por la estupidez de quien no es capaz de lavarse unas manos. La estupidez aunada con la arrogancia es la peor ensalada que podemos confeccionar.
Por lo menos he aprendido algo que hasta hoy no sabía, pues no había conocido la historia de este médico y de cómo, al fin u al cabo, las buenas práxis médicas tienen su razon de ser. Graacias y saludos.
El artículo es muy bueno, pero el último párrafo denota que te han comido el coco los del consejo del huevo.
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