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¿Conoces mi último libro?

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Capítulo 7: El asunto del canal

La inquietante bacteria que manipula la voluntad humana

¿Temeridad inducida?
Uno de los recursos televisivos más usados para generar audiencia, sobre todo en los desérticos días de verano, son los típicos programas de vídeos en que la gente, tomando unos riesgos increíbles, se dan unos morrazos de impresión. Estos riesgos a menudo son tomados por el simple hecho de salir en la tele, pero cuando no hay ninguna cámara delante, también hay gente que nos hace llevarnos las manos a la cabeza por la temeridad de sus acciones. ¿Cómo puede ser que haya gente que sea prudente y haya otra gente que, a pesar de ser evidente el riesgo para su integridad física, haga burradas como catedrales? Inconsciencia, locura, adrenalina... son algunas de las explicaciones dadas a estas acciones temerarias. Sin embargo, se ha descubierto que no todo sería cuestión de albedrío humano: un pequeño parásito unicelular podría estar manipulando nuestro cerebro a su voluntad. No, no se trata de ningún Expediente X, es el modo de operar del muy habitual Toxoplasma gondii.

Toxoplasmosis y embarazo
La toxoplasmosis es una enfermedad que es bien conocida de las mujeres embarazadas, más que nada porque durante el embarazo han de tener bien lejos a los gatos y abstenerse de cambiarles la arena de sus cajas. Estas aparentemente excesivas precauciones se deben a que esta enfermedad está producida por el Toxoplasma gondii, una bacteria que tienen los gatos que se transmite por vía fecal, y que en caso de que llegue al torrente sanguíneo de las embarazadas, puede afectar al feto con daños cerebrales e incluso hasta la muerte de éste. Pues bien, en unas investigaciones alrededor de este bichuelo los científicos se dieron cuenta que ratones que se habían infectado con el toxoplasma empezaban a actuar de forma temeraria, hasta el punto que dejaban de tener miedo de su depredador por antonomasia: el gato.

Comportamiento temerario
En esta situación, los ratones infectados de toxoplasmosis, al contrario de los ratones sanos, se sentían atraídos por el orín del gato y, ante la presencia del felino, lejos de salir huyendo como el sentido común haría actuar a cualquier ratón, éstos se quedaban tan tranquilos y sin miedo alguno. Huelga decir que la vida del ratón era más corta que la de un caramelo a la puerta de un colegio, y el gato quedaba más ancho que largo ante una presa tan fácil. No obstante se descubrió que este comportamiento no era gratuito y que el toxoplasma sabía perfectamente lo que estaba haciendo, manipulando tanto al ratón como al gato.

Ciclo de vida del toxoplasmo
Efectivamente, el toxoplasma al llegar a la sangre del ratón (o rata) habitualmente por entrar en contacto con las heces de los gatos, se instalaba por todo su cuerpo, pero con preferencia en el cerebro y en los glóbulos blancos del sistema inmunitario de los roedores. Esta ubicación estratégica le permitía modificar el comportamiento del ratón, ya que forzaba a los leucocitos a generar dopamina -la hormona del bienestar- haciendo que su huésped perdiera el miedo a todo y fuera un plato fácil para el gato. ¿Y qué interés podría tener el toxoplasma por que se comiera el gato al ratón? Pues sencillamente porque en el único lugar en que los toxoplasmas se pueden reproducir sexualmente es en los intestinos de los gatos. Y lo saben. Y actúan en consecuencia.

Jaroslav Flegr
Conociendo este comportamiento del protozoo, en 1990 el biólogo checo Jaroslav Flegr, empezó a especular con la posibilidad de que la toxoplasmosis, igual que afectaba el comportamiento de los ratones, pudiera afectar a los humanos, si bien los científicos creían que solo afectaba a los fetos y a las personas con el sistema inmunológico dañado. De hecho, el mismo Flegr estaba infectado, pero no tenía ningún síntoma, aunque le tenía preocupado una cierta tendencia a pasar los semáforos sin mirar y algún pensamiento suicida que no había tenido anteriormente. Estudiando los posibles efectos en humanos se encontró con una serie de estadísticas curiosas.

El contraer toxoplasmosis es algo casi trivial. De hecho, entre el 10 y el 20% de los estadounidenses, el 20 y 30% de los checos y el 50% de los franceses están infectados, no solo por el contacto con los gatos -básicamente callejeros- sino preferentemente por consumir carne cruda y vegetales sin lavar. No obstante, Flegr descubrió que los afectados tenían una mayor propensión a los accidentes de tráfico, tendencia a perder el miedo en situaciones peligrosas, ideas suicidas e incluso una mayor propensión a la esquizofrenia. Lo más gracioso es que a muchos de los hombres estudiados el olor de orín de gato no les era desagradable, cosa que hoy por hoy no tiene mucha trascendencia pero que en su momento, con un león en las cercanías, tendría el riesgo de acabar de cena de esos lindos gatitos.

Quiste de la toxoplasmosis
Esta forma de actuar no es único en el mundo animal (ver El extraño caso de las hormigas zombis) por lo que si bien en un principio las investigaciones del doctor Flegr fueron tomadas por el grueso del colectivo científico como una tontería, cada vez más se está demostrando en una realidad confirmada por nuevos estudios científicos alrededor del Toxoplasma gondii. De esta forma, la voluntad humana no sería tan libre como nos gustaría creer y nuestro comportamiento -incluso el sexual- podría estar influenciado por otros organismos a los cuales no damos la más mínima importancia: se especula que incluso el virus de la gripe nos modifica el comportamiento para beneficiar su propagación. Ahí es nada.

Así que ya sabe, la próxima vez que conduciendo tenga ganas de saltarse un semáforo en rojo, de conducir enviando un Whatsapp o de adelantar en linea continua, aparque inmediatamente el coche y hágase un análisis de sangre con la máxima urgencia. Los demás no tenemos porqué soportar las simpáticas veleidades de sus juguetones toxoplasmas.

Consejo de amigo.

Estructura de un manipulador nato

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