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¿Conoces mi último libro?

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Edificis Catalans amb Història (2023)

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La calle Xipreret, el emblemático corazón de L'Hospitalet

Hoy, cuento: El caso.

Mi vida como inspector de policía no se puede decir que fuera como las de las películas. El hecho de trabajar en una de las zonas más tranquilas de la ciudad me hacía aburrirme más que una ostra haciendo calceta. Un gato que maúlla en exceso o un adolescente de 35 años con Las Cuatro Estaciones de Vivaldi a todo trapo desde su “buga” tuneado, era a lo máximo que podía aspirar a encontrarme durante mi jornada laboral. Sin embargo, aquel día fue diferente.

Serían las 12 de la mañana de aquel martes, y una llamada de una vecina angustiada hizo saltar todas las alarmas en la comisaría: En uno de los áticos de la ciudad había aparecido un hombre muerto estirado en el suelo. La cosa prometía; después de tantos años sin un caso como Dios manda, éste se presentaba interesante y nos encaminamos al lugar del incidente.

Y allí estaba, estirado boca abajo en aquel terrado, entre antenas y tendederos. Era un hombre de unos treinta y tantos, moreno, posiblemente de origen hindú o pakistaní y vestido con uniforme naranja y chaleco azul marino, bastante raídos por cierto. ¿Qué hacía este hombre aquí? No parecía haber ningún tipo de disparo, si bien hacía un cierto tufillo a quemado y estaba bastante sucio de hollín. ¿Una cuestión de drogas? ¿Un ajuste de cuentas? Lo ignoraba.

Estábamos esperando la orden de levantamiento del cadáver, para poder moverlo todo, cuando vino mi ayudante con otra noticia aún más sorprendente: Otros dos cadáveres aparentemente con las mismas características habían aparecido en sendos terrados de la población y, efectivamente, uno más grueso y el otro un poco más bajo, pero coincidían tanto físicamente, como en vestimenta...y en el olor a quemado. Como novedad, uno de ellos tenía debajo de él una antena de televisión. Mi analítica mente sacaba humo mirando de atar cabos entorno al asunto.

De repente, oímos una detonación no muy lejos del ático en que nos movíamos. Mis compañeros y yo subimos corriendo al terrado contiguo para poder intentar ver de donde provenía el estallido, ya que esperábamos poder tener mejor vista al venir de una calle adyacente. Desgraciadamente los edificios no nos dejaban ver la calle. ¡Mierda!

Un estruendo fortísimo seguido de una sacudida me despidió de la posición que ocupaba en aquella azotea y me tiró al suelo violentamente. Por suerte de la resistente celosía, ya que podía haber hecho “puenting”, pero sin cuerda.

Tan pronto me rehíce un poco y me incorporé, vi lo que había provocado mi caída. Allí, a menos de un metro de donde me ubicaba había un nuevo cadáver, humeante, moreno y vestido de naranja. Había caído del cielo como si un meteorito fuera y casi se me lleva por delante. ¿¡Pero qué había pasado!? El desgraciado había quedado boca arriba y pudimos ver que era un uniforme de la compañía distribuidora de butano. ¿¿¿Butaneros??? Yo ya no entendía nada.

Al llegar a la zona de la deflagración anterior, interrogamos a testigos presenciales y pudimos dar, por fin, carpetazo al asunto: La explosión se produjo en un camión de reparto de butano, justamente en el momento en que uno de los repartidores se encaramó a la caja y golpeó con inusitada insistencia una de las bombonas del camión, de cara a que, con el ruido, llamar la atención del vecindario y avisar de su presencia. ¡Y vaya si la llamó! ¡Igual que los otros tres repartidores, émulos todos ellos de un obús del quince!

Está visto que la crisis, la pobreza y las bombonas de butano, no son compatibles con tener los pies en el suelo.

Llamar la atención puede ser peligroso

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