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Central Nuclear de Lemóniz, la historia de una sinrazón.

Restos de Lemóniz
A quien más, a quien menos, no le hace demasiada gracia tener una central nuclear demasiado cerca de casa debido a todos los riesgos que implica (ver La Bomba del Zar, la bomba nuclear que asesinó a la Tierra). Sin embargo, imagínese que usted vive en Madrid o Barcelona, y por decreto, alguien decide que usted ha de tener una central nuclear en Móstoles o Castelldefels, pero no suficiente con eso, le pretenden meter dos nucleares más a menos de 50 km de su casa... ¿cómo se le quedaría el cuerpo? Pues una situación similar es lo que sucedió en Bilbao en los últimos coletazos del franquismo con la inacabada y actualmente olvidada central nuclear de Lemóniz.

Ubicación de la nuclear fallida
Corría abril de 1972 cuando Iberduero dirigía una carta al alcalde de Munguía, solicitándole permiso para una licencia provisional de obras para la construcción de una central nuclear en el enclave de Basordas, cercano a Lemóniz (Lemoiz, en vasco). Si bien en un primer momento no fue concedida, debido a que la zona elegida para la instalación era calificada como rural  y no como industrial, la Dirección General de la Energía (dependiente del Ministerio de Industria) le concedió el permiso provisional para construir dos reactores nucleares de 900 megavatios cada uno. Era época de dictadura y una recalificación o la falta de estudios de impacto del proyecto eran poca traba para los intereses de la oligarquía empresarial pro-franquista. En agosto de 1972, gracias a las presiones de las altas esferas y a 5 millones de pesetas, el consistorio concedía una licencia "provisional" para construir obras "provisionales".

Cala Basordas antes de la central
A pesar de esa "provisionalidad", la central de Lemóniz, a tan solo 18 km del centro de Bilbao, empezó a construirse a un ritmo endiablado en la cala Basordas -la cual fue totalmente destruida- ganándole al mar el espacio donde se situarían los dos reactores nucleares. Hubieron tímidas reacciones de la sociedad civil en contra del proyecto, pero la férrea dictadura aún daba sus últimos coletazos y acallaba cualquier tipo de disidencia, pero todo iba a cambiar tan solo un año después.

En septiembre de 1973, Iberduero dio la campanada al solicitar los permisos de obras de dos nucleares más, una en Ispaster, a unos 30 km de Bilbao, y otra en Deva, a 30 km de San Sebastián y 45 de Bilbao. La sociedad vasca explotó de indignación y, a pesar de la represión franquista, empezó a movilizarse de forma generalizada contra los proyectos. Una central, tira que te vas, pero tres, en 50 km a la redonda, ya era demasiado.

Lemóniz demolición
La construcción de Lemóniz siguió adelante -la entrada en servicio de Lemóniz I se esperaba para 1976 y Lemóniz II para 1978-, sin una licencia definitiva de obras, ni estudios de impacto, ni planes de seguridad, simplemente con la connivencia total de las autoridades de la época, más interesadas en el dinero que significaba la inversión en nucleares, que en las necesidades y voluntad de la sociedad que las tenia que soportar. Las dictaduras están para algo, y no para atender las necesidades del pueblo.¡Faltaría más!

Obras adelantadas
Con la caída del franquismo en noviembre de 1975, las cosas no cambiaron demasiado. El gobierno siguió dando apoyo a Iberduero para la explotación de Lemóniz, y la Diputación de Vizcaya seguía dando la callada por respuesta a los grupos cada vez más numerosos que se movilizaron abiertamente contra las nucleares, en una respuesta vecinal como no se ha visto otra igual en el País Vasco: recogida de 150.000 firmas en contra, marcha de más de 50.000 personas el 29 de agosto del 76 o una manifestación de unas 200.000 personas en julio de 1977, fueron algunas de las movilizaciones, que no consiguieron doblegar la voluntad de los dirigentes tanto vascos como españoles que apostaban abiertamente a favor de la central. Sin embargo, la entrada en escena de ETA en el conflicto dio un vuelco total a la situación.

La lucha antinuclear fue tan espectacular y la posición de los poderes fácticos pro-nucleares tan impertérrita, que ETA vio en la lucha armada contra Lemóniz la oportunidad de granjearse la simpatía de la sociedad vasca. El 18 de diciembre del 77, ETA atacó el puesto de la Guardia Civil que vigilaba las obras, produciéndose un etarra herido que murió un mes después. Esta acción abrió el camino a una de las épocas más convulsas de la historia de Euzkadi.

No se quería la nuclear
Las movilizaciones contra las nucleares se radicalizaron (encabezadas por la izquierda abertzale); las posturas pro-nucleares de los políticos (PNV, UCD, PSOE...) también, y mientras que la gente se movía entre manifestaciones y desobediencia civil -básicamente, el impago de la luz-, ETA emprendía una campaña de sabotajes contra oficinas e instalaciones de Iberduero. Las torres de electricidad y transformadores de la compañía caían victimas de explosiones por todo el País Vasco día sí y día también, produciendo graves perturbaciones del suministro y pérdidas a la hidroeléctrica; llegándose a atentar contra el mismo núcleo del reactor nuclear -al cual solo le faltaba el uranio para entrar en funcionamiento- produciendo un par de muertos entre los trabajadores de la central e importantísimos daños económicos que retrasaron las obras durante meses.

Movilizaciones multitudinarias
El gobierno español, por su parte, redobló en su intención de poner en marcha la central y en las actuaciones de las fuerzas del orden contra las movilizaciones, ya fueran pacíficas o armadas. Actuaciones policiales que se saldaron con la muerte en Tudela de una antinuclear de un disparo a quemarropa de un Guardia Civil el 3 de junio de 1979, durante una manifestación contra otra central que pretendía construir Iberduero en dicha población navarra. Los ánimos se exacerbaron más si cabe, y ETA atentó otra vez contra las turbinas de la central de Lemóniz pocos días después, muriendo otro trabajador.

Asesinato J.Mª Ryan
Con esta acción, ETA desencadenó una espiral de violencia prácticamente diaria contra las fuerzas del orden e Iberduero, llegando a su paroxismo el 29 de enero de 1981 en que secuestró a Jose María Ryan, ingeniero-jefe  de Lemóniz, con la amenaza de que sería asesinado si no se demolía la nuclear antes de una semana. La negativa del gobierno a ceder al chantaje propiciaron que, al cumplir el plazo, y pese a las manifestaciones en favor de su liberación, ETA asesinara el ingeniero. Una huelga general en contra de la acción etarra se convocó en el País Vasco, con un 70% de participación.

La paralización costó cara
Debido al desenlace, Iberduero, el 10 de febrero del 81 formalizó una paralización temporal de la construcción, si bien no fue aceptada por el gobierno vasco (al cual se le había transferido las competencias en energía) y se le requirió la continuación de las obras, pero esta vez a través de una empresa de capital mixto público-privado. Los atentados contra las infraestructuras eléctricas continuaron haciendo la vida imposible a los constructores, a los que se tenían que sumar los continuos problemas laborales de los trabajadores derivados de la presión social, de los atentados, y los continuos parones en la construcción. ETA, por su parte, asesinó al director de la nueva empresa responsable de las obras de la central de Lemóniz el 5 de mayo de 1982.

Mole abandonada
Este último atentado significó la paralización total de las obras, ya que si bien las presiones de los grupos políticos mayoritarios conminaban a seguir la construcción, los mismos trabajadores saboteaban sus propias obras. A pesar de ello, Iberduero canceló los contratos de construcción, lo que llevó a más de 1.500 trabajadores a la calle -con el consiguiente revuelo laboral. El gobierno intervino las obras para abrir de nuevo las construcciones, pero en septiembre de 1982, el PSOE ascendió al gobierno y ya no las hizo efectivas, al contrario.

Las gaviotas le dan uso
Un año después -el 13 de octubre de 1983- los socialistas decretaron una moratoria nuclear que paralizaba todos los proyectos en construcción, por lo que Lemóniz y todas las centrales atómicas proyectadas en el país se suspendieron. Las hidroeléctricas recibieron una compensación por sus inversiones (más de 350.000 millones de pesetas, en el caso de Lemóniz) debido a la suspensión de sus negocios nucleares, el cual todavía se está pagando actualmente en forma de impuesto en el recibo de la luz. Lemóniz, por su parte, se desguazó, quedando hoy día nada más que la estructura de una mole de cemento gris oxidado a orillas del mar Cantábrico.

La problemática del CO2 y el cambio climático (ver La terrible paradoja del Efecto Ártico.) han dado alas a los pro-nucleares para promover la reobertura de la central, pero lo cierto es que la controversia de la energía nuclear hará difícil el desarrollo de los proyectos existentes hace treinta años. Sea como sea, ahí está Lemóniz, un monumento a la intransigencia política, los negocios a cualquier coste y a la oposición social que hicieron despertar entre todos una problemática terrorista y económica de la cual aún estamos pagando las consecuencias... y lo que te rondaré morena.

Lemóniz, monumento a la locura colectiva.

Comentarios

  1. Anónimo9:13 p. m.

    Eri entonces media España estaba conforme con aquellos atentados que cometía la ETA pero de eso ya hace mucho tiempo, hoy en dia los odian atados los de la ETA por que no hay razón de ser si no es para cuatro que viven del cuento, y referente a las Nucleares, pues nadie las que remos cerca de casa pero en verano cuando se en chegan todos refrigeradores y nos pegan un apagón nos acordamos de ellas, y decimos que vivimos en un pais Tercermundista y yo digo VIVA LA PEPA y las Nucleares, pero lejos de mi casa.

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  2. Anónimo1:22 a. m.

    Para Anónimo: Conformes???? Habla por tí, porque la mayoría de gente decente rechazaba los atentados contra civiles, que es lo hizo eta durante la época en nombre del ecologismo.
    "Pero de eso hace mucho tiempo", también habla por ti...que por lo que parece, no te tocó.

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  3. Viví aquella época.

    Cuando voy a Bilbao , suelo ir a visitar Basordas.

    Triste.

    Iñaki (en aquella época , empleado de Iberduero)

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