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Capítulo 7: El asunto del canal

El Garcibuzo, el olvidado y despreciado primer submarino español

El Garcibuzo II
La historia de los submarinos en España es de aquellas de dos orejas y vuelta al ruedo por la repetida obstinación de los diferentes gobiernos en no confiar en la iniciativa privada cuando esta ha puesto en bandeja de plata un ventajoso y diferenciador desarrollo tecnológico. Todo el mundo conoce la odisea de Narcís Monturiol o la bochornosa epopeya de Isaac Peral (ver Isaac Peral y la envidia que logró frustrar un prodigioso submarino) pero, sin embargo, pocos conocen que unos años antes que Monturiol ya hubo un inventor español que diseñó un submarino, que funcionó y que, como no podía ser de otra forma, fue desechado por el gobierno español, elevando la metedura de pata de este país para con los sumergibles a niveles de dos orejas, rabo y salida a hombros por la puerta grande... para regocijo y regodeo del I+D español, evidentemente.

Cosme García, el inventor
En la segunda mitad del siglo XIX, el mundo más desarrollado hervía con los continuos avances en el saber y en las tecnologías. Estados Unidos, Inglaterra y Francia, se llevaban la palma en el desarrollo tecnológico y científico, marcando diferencias con sus competidores. España, anclada en el recuerdo de un antiguo imperio que se desmoronaba a cachos (ver La Corbeta Narváez, el barco español que se comieron las termitas), estuvo, en general, al margen de estos grandes descubrimientos, por mucho que la iniciativa individual se obstinase -muchas de las veces, de forma poco menos que épica- en que el país no perdiera el tren del progreso. Cosme García Sáez, un relojero y mecánico nacido en Logroño (La Rioja) en 1818, era uno de estos héroes contracorriente.

Planos de la patente del Garcibuzo
Inventor de múltiples artefactos, entre ellos una escopeta de carga posterior y una máquina de matasellar cartas que le proporcionó una pequeña fortuna, en los años 50, a raíz de su traslado a vivir a Barcelona, se obsesionó en la construcción de una máquina que fuera capaz de sumergirse de forma autónoma. Aprovechando los 45.000 duros que había ganado con la patente de la mataselladora, encargó a los talleres de La Maquinista Terrestre y Marítima sitos en la Ciudad Condal, la construcción en 1859 de su primer prototipo, al que llamó con el original nombre de Garcibuzo

Mecanismo a escala del Garcibuzo
Sin embargo, tras las pruebas efectuadas en el puerto de Barcelona este primer intento no funcionó demasiado bien -a pesar de lo cual, lo patentó el 16 de noviembre de 1859- y, tras rehacer su diseño, volvió a la carga con una versión mejorada de su Garcibuzo, el cual encargó de nuevo a La Maquinista. ¡Esta vez había acertado!

El nuevo Garcibuzo, construido en chapa de hierro, tenía 5.75 metros de largo, 1.75 de ancho y 2.25 de alto, y tenía una forma muy similar a la de los submarinos y batiscafos actuales. Accionado con un mecanismo de resorte (es decir, a cuerda como los relojes), disponía de timones y sistemas de lastre que permitían avanzar, sumergirse y ascender a voluntad con una gran estabilidad. Ante el éxito conseguido, Cosme García contactó con todos los estamentos militares habidos y por haber y los invitó a la prueba que se haría en el Puerto de Alicante el 4 de agosto de 1860

Isabel II, la que no tenía un duro
Cosme García y su hijo, ante una gran cantidad de observadores -entre ellos militares, políticos y cónsules de diversos países- que fueron testigos del evento, estuvo durante 45 minutos sumergido en aguas del puerto alicantino, subiendo y bajando a la superficie para que la gente no se preocupara por su estado. Las increíbles posibilidades militares y los vítores de la gente una vez acabada la "actuación", hacían presagiar el éxito más absoluto del ingenio, por lo que haciendo un modelo en cobre, se fue a ver raudo y veloz a la díscola reina Isabel II (ver El rey de España llamado Paquita), para que le diera su bendición... y lo financiara, claro.

Napoleón III de Francia
El invento, como esperado, gustó mucho a la monarca, pero llegado el momento de la verdad, ésta cayó como un mazazo en la cabeza al pobre Cosme García: el submarino estaba muy bien, pero las arcas del estado estaban llenas de telarañas -debido sobre todo al mantenimiento de la guerra en África-, por lo que no se iba a poner ni un real para promocionar el Garcibuzo. En vistas del poco -por decir algo- interés en su invento, decidió presentar el proyecto a París, donde tras patentarlo en 1861, esperaba que Napoleón III tuviera más ganas y mejor visión de futuro. Y, efectivamente, así fue.

Napoleón III ofreció un contrato de 14 millones de francos a Cosme García, el cual se tendría que desplazar a Tolón -Costa Azul francesa- a desarrollar el artefacto. No obstante, el patriotismo de Cosme García, el cual seguía considerando que su Garcibuzo sería un arma que ayudaría a la defensa de España, hizo que en el último momento éste declinara el ofrecimiento galo y, finalmente, su submarino quedara olvidado en el fondo del cajón de la oficina de patentes.

Alicante y su puerto, 1858
Arruinado y en la miseria más absoluta, Cosme García moría en Madrid en 1874 sumido en una gran depresión por no poder haber visto su trabajo reconocido por su país. Una indignante nueva vuelta de tuerca se produjo en 1898 cuando, ante la Guerra de Cuba (ver El negado derecho a decidir que independizó Cuba de España), el hijo de Cosme García ofreció el invento de su padre al gobierno español, y éste, en un acto de ceguera supina, dictaminó que no era de interés ya que difícilmente podría ser utilizado bélicamente.

El Garcibuzo, que había permanecido anclado en el puerto de Alicante desde su prueba en 1860, fue finalmente hundido por su hijo en un lugar indeterminado del mismo, ante la notificación que recibió de las autoridades portuarias alicantinas según la cual el ingenio submarino molestaba para la actividad portuaria. Triste fin para uno de los inventos más decisivos en el siglo siguiente y que, obstinada y repetidamente sería despreciado por la ignorante cerrilidad de un gobierno corrompido, más preocupado en mantener sus propios privilegios que en desarrollar con visión de futuro el país que, supuestamente, tenía que administrar.


El Garcibuzo, el olvidado y despreciado primer submarino español

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