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La Corbeta Narváez, el barco español que se comieron las termitas

Corbeta Narváez
Corbeta Narváez
Cuando en 1885 Isaac Peral presentó su proyecto de dotar al ejército español de un submarino eficaz, se chocó de bruces con el clientelismo, las envidias y las malas artes que empapa toda la vida política del país desde hace siglos, forzándolo a frustrar su iniciativa (ver  Isaac Peral y la envidia que logró frustrar un prodigioso submarino). Peral y su principal avalador, el ministro Manuel de la Pezuela, conocían a la perfección el ruinoso estado de la Marina de guerra española, y, en su sincero patriotismo, pretendían hacer algo que lo remediase. Y no era para menos, porque hubo un barco español que incluso llamó la atención de científicos internacionales por su estado: la Corbeta Narváez.

Submarino Peral (1888)
Submarino Peral (1888)
Durante la segunda mitad del siglo XIX, enrolarse a bordo de un barco a surcar esos mares de Dios era todo un deporte de riesgo, y si, encima, tenía los bemoles de enrolarse en la Marina española, ya era lo más parecido a hacer paracaidismo con un paraguas al mejor estilo de Mary Poppins que pudiera haber... con todo lo que ello suponía, claro. Guerras, huracanes, enfermedades (la mayoría venéreas), piratería,  motines... azotaban las tripulaciones de todos los barcos del mundo, pero los barcos de guerra españoles, además, tenían el plus de tener que luchar contra las constantes averías que se derivaban de un mantenimiento prácticamente inexistente, amén de más de una "mano larga" en los presupuestos fruto de la corrupción institucionalizada que corría por la administración desde mucho tiempo atrás (ver La estafa de los Barcos Negros, cuando la podredumbre de un gobierno no solo afecta la madera).

HMS Warrior (1860), inglés y casco de hierro
HMS Warrior (1860), inglés y casco de hierro
Los barcos de guerra españoles no estaban exactamente a la moda. Mientras que en Reino Unido o Estados Unidos, los barcos de casco de hierro y propulsión a vapor se generalizaban, aquí, los barcos que salían de los astilleros eran construidos mayoritariamente de casco de madera y, en el mejor de los casos, eran cascos de madera blindados con una cobertura de metal y una propulsión mixta vapor-vela. Por número de efectivos la armada española era de las más importantes, pero por eficacia, poco menos que hacía reír a ingleses, franceses, americanos o alemanes.

Si a esta obsolescencia de la Marina, le añadimos la mala construcción de los mismos (algunos barcos estaban podridos a los 5 o 6 años de haber sido botados), al sobrecoste -que hacía que estuvieran hasta 10 años en el astillero antes de ser botados- y al mal mantenimiento de los navíos debido a que los barcos de madera eran más baratos, pero de un mantenimiento más costoso, el cóctel ya estaba completo. Los barcos tenían continuas averías, sobre todo de pudriciones de la madera, que en algún caso llevaron a la nave al fondo del mar tras un golpe de mar en un día tranquilo (caso del vapor Pizarro en 1878). Todo un show que los periódicos denunciaban agriamente.
  
En esta situación de pudrición de los cascos de madera se encontraron muchísimas embarcaciones, las cuales, después de navegar por Cuba, Sudamérica o Filipinas, tenían que volver a la península para ser reparadas. Obvia decir que durante las singladuras se decían más plegarias que órdenes. Uno de estos  navíos, fue la corbeta Narváez, la cual, después de estar surcando las aguas de las Filipinas, tuvo que volver a los astilleros de El Ferrol para ser reparadas las tablas de su casco.

Corbeta a vapor Narváez
Corbeta a vapor Narváez
La corbeta Narváez, nave a propulsión mixta vapor-vela de casco de madera, fue botada en 1857, si bien ya empezó con mal pie, ya que su maquinaria a vapor procedía de otro barco similar que se había podrido en tan solo 5 años, el cual se tuvo que dar de baja. Sea como fuere, el Narváez fue destinado a las Filipinas donde participó en diversas expediciones de patrulla e hizo un importante trabajo oceanográfico durante los años 60. En 1878 se decidió que volviera a España a repararse debido a sus importantes averías.

El Narváez padecía pudrición de las maderas y su presupuesto de reparación fue estimado en 179.663 pesetas, la cual cosa, si contamos que un barco de este estilo podía rondar el millón o millón y medio de pesetas, pues hará idea del costo de la reparación. Sin embargo, ello no iba a ser nada.

Redoutable (1876), francés y de acero
Redoutable (1876), francés y de acero
Debido al coste de reparar las maderas, y a pesar de que las maderas para arreglarlo ya habían sido compradas por el ministerio, las reparaciones no llegaban y ello dio tiempo a que un ataque de termitas como jamás había sido visto acabase completamente con todo lo que de madera había en el barco. Lo más gracioso del caso es que esta termita atacó toda la madera que no estaba en contacto con el agua, de tal forma que a las pudriciones por el agua se sumó la devastación más absoluta de todo el resto de madera.

Termitas cenando
Termitas cenando
En esta situación, el entomólogo gallego Víctor López Seoane, que se enteró de lo que estaba pasando con el barquito de marras, cogió en un frasco de vidrio una muestra de una madera carcomida de una forma totalmente inaudita, que contenía algunos de los individuos causantes del desaguisado. Seoane procedió a llevarlos a la Societé Royale d'Entomologie de Belgique (Real Sociedad de Entomología de Bélgica), con sede en Bruselas, donde sus colegas entomólogos fliparon en colores, ya que era una especie de termita que se daba en las Filipinas, en Antillas y el Cono Sur americano, pero que no se tenía constancia de que provocase esos daños en navíos, y menos de la importancia del Narváez.

Según determinaron los especialistas en bichos, posiblemente estas termitas fueran parte de un transporte de madera que acabó saltando y atacando al mismo barco (ver La extraña guerra civil de las hormigas en Barcelona). Sea como sea, la embarcación quedó reducida a serrín en muy pocos meses y solo quedó el casco podrido, el cual acabó por hundirse a finales de 1879, después de 22 años de servicio.

Isaac Peral
Isaac Peral
Aquel mismo año 1879, otra docena de navíos de guerra esperaban desarmados a que fueran reparados en los diversos puertos que la Armada utilizaba para ello (Tarragona, Cádiz, El Ferrol, Cartagena...) que se tenían que sumar a otros tantos o más que estaban esperando reparaciones de menor importancia, pero que los mantenían igual de varados. En definitiva, que de unos 120 barcos de guerra -de los cuales casi la mitad eran de vela y la otra mitad de "medio vapor"- una cuarta parte estaban inutilizados. La corrupción, la envidia y la mala gestión de la política española habían reducido a una caricatura la otrora potentísima armada española.

No es de extrañar el cabreo infinito de Peral cuando le negaron el pan y la sal con su submarino.

Las termitas, el mayor enemigo de la flota de guerra española del siglo XIX
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