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Capítulo 7: El asunto del canal

La Tsar Kolokol, la campana más grande del mundo

La campana del Zar
Cuando contemplamos de cerca las campanas de una iglesia, sorprende el tamaño que pueden llegar a tener, lo que pueden llegar a pesar y, sobre todo, la resistencia que ha de tener el campanario para soportar la mole de metal girando y sonando. Este prodigio de ingeniería se repite en mayor o menor medida en todas las iglesias del mundo -siempre que alguien no las haya robado, que de todo hay (ver Pickles, el perro que salvó una Copa del Mundo de fútbol)- siendo el tamaño de la campana un símbolo de ostentación de la importancia de tal o cual iglesia. Y en eso mismo pensaba la emperatriz Ana de Rusia cuando encargó la campana más grande del mundo: la Tsar Kolokol.


Al pie de la torre de Iván el Grande
La Tsar Kolokol (la Campana del Zar, en ruso), con sus más de 200 toneladas, 6,14 m de alto y 6,6 m de diámetro, es en la actualidad la campana fundida en bronce más grande del mundo, y si la quiere ver, lo podrá hacer yendo al recinto del Kremlin, en Moscú. Pero no se espere verla en ninguna torre de ninguna iglesia ortodoxa, ya que la encontrará a ras de suelo y, encima, rota. Cosas de los avatares de la historia que, como no podía ser menos, procederé a explicarle.

La zarina Ana de Rusia
La historia se remonta al año 1600, cuando una primigenia Campana del Zar de unos "livianos" 18.000 kilos se erige en el Kremlin, pero a mediados de siglo sufre un incendio y se rompe. La solución vino en 1655 cuando se decide, aprovechando los restos de la Tsar I, crear una nueva Tsar Kolokol, pero esta vez, a lo grande, que no se diga. De esta forma, se funde en bronce la Tsar II de 100.000 kilos y se cuelga, pero en 1701 otro incendio (por lo visto la piromanía estaba en boga -ver El catastrófico y falso incendio del Museo del Prado) acaba con el campanario y con la campana. Pero los rusos no se arredran fácilmente y la emperatriz Ana decide que, como en una partida de poker, lo ve y dobla, o lo que es lo mismo, que la nueva campana pesaría 200.000 kilos. El problema era a ver quién era el guapo que la hacía.

La campana en su fosa
Consultados diversos maestros europeos, que se tomaron el encargo a choteo puesto que no se había hecho nada igual anteriormente, la emperatriz Ana, en 1733, designó a los  maestros fundidores rusos Motorin como los encargados de crear la campana. El papelón fue de órdago, más que nada porque los hombres se dedicaban a fundir cañones.

Se cavó una fosa donde hacer un molde con arcilla y que aguantase el bronce derretido -al cual se le había añadido 500 kg de plata y 72 de oro. A la primera no salió, pero sí a la segunda y el 1735 se daba como fundida, si bien, antes de enfriarse, se le añadieron ornamentos florales, estampas del zar Alexey y la emperatriz Ana y unas cuantas inscripciones. Sin embargo, en 1737, un pavoroso incendio que afectó el Kremlin (lo dicho, estaban de moda), afectó a la estructura de madera que sostenía la Tsar III la cual, no se sabe porqué, estaba aún en su fosa.

El colosal badajo de la Tsar Kolokol
Según la versión oficial, el calor del incendio calentó la campana, y los bomberos, al tirar agua para apagarlo provocaron un choque térmico que quebró la campana e hizo desprenderse un trozo de 11 toneladas. Sin embargo, investigaciones recientes apuntan a que fue un fallo en el proceso de enfriamiento el verdadero culpable de la rotura, y no tanto el incendio. Sea como sea, aquello ya no tenía arreglo y allí se quedó, en su fosa.

Contrasta con la gente
En 1812, Napoleón pretendió llevársela a París como botín de guerra, pero aquello no había cristo que lo moviera y desistió. Y no fue hasta el 1836 que un arquitecto francés, Auguste de Montferrand, pudo finalmente sacarla y ponerla en su ubicación actual sobre un pedestal de piedra. El trozo desprendido se puso al pie a modo de puerta y allí permanece.

La Tsar Kolokol, como es fácilmente deducible de este relato, nunca llegó a sonar y, ni mucho menos, estar colocada en su torre, la cual habría tenido que ser tremenda para poder soportar el peso equivalente al de dos locomotoras. Sea como fuere, la campana -que, de tan grande, se utilizó durante un tiempo como capilla- existe, y aunque no suene (pobrecitos de los vecinos si lo hiciese) está en los anales como la campana más grande del mundo jamás construida.

La Tsar Kolokol, a principios del siglo XX

Webgrafía

Comentarios

  1. Bonita historia Ireneu. Por aquí hay un dicho relacionado a cuando una cosa es de dudoso resultado que dice "No hay que echar las campanas al vuelo". Saludos.

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  2. Anónimo8:46 p. m.

    Curiosa historia.

    https://miperiodicodiario.blogspot.com.es/

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