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Jugando al yoyó |
Hace no mucho tiempo, una conocida me explicaba que tenía a sus nietos y a los amiguitos de sus nietos totalmente
rendidos a sus pies, y no era para menos. Para unas criaturas acostumbradas a las consolas, los móviles y las tablets como método de
distracción habitual, el hecho de que hubiera un mayor que les enseñara a jugar a la
charranca (rayuela), al
escondite, a las
canicas o al
1,2,3 pica pared era una auténtica fiesta. Los tiempos de aquellos juegos que todos los que tenemos una cierta edad hemos jugado alguna vez, hace tiempo que pasaron en beneficio de una tecnología que ha substituido el contacto físico por una
aislada y onanista realidad virtual. Uno de los juegos que parecen haber pasado a mejor vida para los
cibernéticos infantes es el
yoyó. Y es una pena porque este sencillo y antiquísimo artilugio ha hipnotizado a generaciones de niños y niñas, hasta el punto de llegar a ser
prohibido por...
¡provocar sequía! De locos, pero cierto.
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Todo el mundo ha tenido uno |
Cuerda arriba, cuerda abajo... de esta forma machacona, la juventud y no tan juventud de todas las épocas se ha pasado días enteros intentando hacer bailar el
yoyó. Este par de discos unidos por un eje con una cuerda enrollada, ya se conocía en la
Antigua Grecia y desde entonces, ser capaz de repetir las figuras que eran capaces de hacer con él los más experimentados, ha sido
un reto para todo el mundo que lo ha tenido en las manos. No obstante, a pesar de ser conocido en todo el mundo, el verdadero boom de este juego vino a principios del siglo XX, cuando el filipino-estadounidense (ver
Rizal o cómo un pacifista hizo perder las Filipinas a España)
Pedro Flores creó la
Yo-yo Manufacturing Company en 1928 y empezó a venderlos como churros, con unas tiradas de producción que llegaban a los
300.000 juguetes diarios.
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Funcionamiento del yoyó |
Los
yoyós, de esta forma, y gracias a su precio económico, empezaron a distribuirse
internacionalmente de una forma pasmosa, volviendo medio locos a todos los niños y jóvenes que entraban en contacto con él. Dentro de la expansión mundial del yoyó, uno de los lugares donde más éxito obtuvo fue
Oriente Medio, y sobre todo, en el territorio que hoy conocemos como
Siria. Sin embargo, no todo el mundo estaba tan contento con tal profusión de estos oscilantes juguetes.
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Mapa de Siria |
Siria, a principios de los años 30 del siglo XX, era un territorio conflictivo (no tanto como hoy (ver
¿Qué está pasando en Siria? Síntesis de un conflicto armado), pero casi) que estaba desde
1920 bajo mandato
francés, país que lo había convertido en un protectorado con un estamento religioso que tenían un poder muy fuerte. Así las cosas, la juventud siria, como forma de escapar de la dura realidad de una sociedad en permanente enfrentamiento contra el poder galo, se lanzó de
brazos abiertos a la poco menos que hechizante afición de hacer subir y bajar con más o menos gracia los yoyós, llegando a ser una auténtica
obsesión.
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Alá no gustaba del yoyó |
Paralelamente, el país estaba pasando unos
malos momentos climáticamente hablando, con una
fuerte sequía (ya de por sí dura por ser de clima semidesertico) concatenada con un invierno
muy frío que habían provocado que la cosecha se perdiese, cosa que ponía en un serio brete a las capas más vulnerables de la sociedad, sobre todo
agricultores y ganaderos.
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Juego milenario |
Si hubiese sido un país
católico, ante semejante panorama pluviométrico, poco hubieran tardado en sacar los
santos y las imágenes solicitándoles que lloviera (ver
El alcalde que le echó un órdago a Dios... y ganó), pero al ser Siria un país predominantemente
musulmán, a parte de
rezar para que llegaran las lluvias, cualquier expresión idólatra en ese sentido está estrictamente
prohibida. Aunque, como fueran las cosas, las autoridades religiosas musulmanas
no se iban a quedar de brazos cruzados y más si conocían quién era el culpable de la situación: el
yoyó.
Más o menos como se habrá quedado usted al descubrir este
singular culpable, se quedaron los miles de practicantes del juego del yoyó cuando en enero de
1933, un comité formado por
jefes religiosos de Damasco, se entrevistaron con el Primer Ministro
Haqqi al-Azm y solicitaron
la prohibición del yoyó. Las razones argumentadas para ello no tenían desperdicio.
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Yoyó profesional |
Según los lideres religiosos sirios, imbuidos de una
superstición tan solo explicable en la medida de su extrema
desesperación, pensaban que el yoyó, en su eterno bajar y subir, era un elemento diabólico que
desagradaba a Alá, que absorbía la mente de los sirios y que provocaba que la lluvia que tenía que caer al suelo, al ver el juguete en funcionamiento,
volvía a subir antes de llegar a tierra. Ello, junto a la idea entre los imanes de que era una absurda
pérdida de tiempo, convencieron al gobierno sirio e hicieron que se oficializara la prohibición
inmediatamente. Una prohibición que hizo que, a partir de entonces, la policía siria se dedicase a parar todos aquellos
impíos que osasen jugar con un yoyó.
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Los griegos jugaban al yoyó |
El resultado fue la incautación de
miles de estos artilugios satánicos y la práctica
eliminación del juego del yoyó en territorio sirio. Las crónicas no dicen qué pasó con la prohibición aunque apuntan a que, pasado un tiempo
llovió de nuevo para regocijo de toda aquella sedienta tierra. ¿Casualidad? ¿Ciclo climático?
Sea como sea, esta prohibición de un juguete milenario en la creencia totalmente
ignorante y fanática de que su funcionamiento propiciaba absurdamente la sequía, ha quedado como ejemplo de la delgadísima (caso de que realmente exista)
línea roja que, por mucho que se obstinen en negarla los elementos más devotos de cualquier confesión, separa una religión de una simple y
necia creencia supersticiosa.
Bravo por escribir un post tan bueno del yo-yo... ¿El yo-yo provocando sequías en los campos ya exhaustos de Siria?. Vaya panorama!. Aunque lo mas desolador es la sequía neuronal que provoca el fanatismo religioso. He jugado al yo-yo con pasmosa inhabilidad y penosa coordinación.Es moda que aparece cada seis o siete años con puntual eficacia generacional y no hace tanto tiempo, tres o cuatro años quizás, volvió el viene-viene a los quioscos y los chinos, y los niños y niñas de Barcelona y de media Europa encontraron bien divertida tan poderosa herramienta anti-lluvia. La moda pasó y los nenes se dedicaron a otra cosa, tal vez el trompo, otra antigualla que, como algunos cometas, nos visita regularmente siguiendo la rueda propia del sistema de consumo que nos invade, pero desde la última irrupción del yo-yo, la época de lluvias anual en Barcelona donde vivo, cae casi todos estos últimos años en jueves... esperemos que algún paranoico de la cosa divina no se entere de la coincidencia y tengamos un problema.
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