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Guillermo I en el Tapiz de Bayeux |
Cuando hablamos de
Historia, los grandes personajes que la forman acostumbran a lucir con luz propia gracias a los relatos que han llegado hasta nosotros y que los historiadores se encargan de divulgar. Sus crónicas, sus hechos, sus conquistas…, en tanto que quienes las han escrito han tendido a ser
poco críticos con el personaje, cuando no directamente interesados en la propagación de una imagen
idealizada de él, han tenido propensión a olvidar ciertos “sutiles” detalles que, digamos, ensuciaban sus biografías. Uno de estos personajes ilustres es el de
Guillermo el Conquistador, el cual conocemos como flamante rey de Inglaterra y por ser protagonista del famoso
Tapiz de Bayeux (
ver Una maravilla para admirar largamente: el Tapiz de Bayeux), siendo la imagen arquetípica del monarca medieval, cristiano y caballero. Hasta aquí, todo bien, pero…claro… cuando sabemos que gastaba una prominente
barriga cervecera, que cuando murió dejaron el cuerpo abandonado
en pelotas y que, cuando lo iban a enterrar, el cadáver petó como una
castaña pilonga…, como que el mito se te viene abajo. Pues si tiene curiosidad en saber qué es lo que pasó, sígame un momentillo, que la historia no tiene desperdicio.
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Imperio de Guillermo I |
Que las relaciones entre ingleses y franceses nunca han sido demasiado buenas es un hecho histórico innegable, aunque el hecho de ver que el escudo del
Reino Unido tiene un par de lemas en francés (“Honi soit qui mal y pense” y “Dieu et mon droit”) ya te habla de que hay más cosas que les unen de lo que les separa, y en este “roce” que, en vez de cariño, ha producido la
rozadura, tiene mucho que ver el rey Guillermo el Conquistador. Este duque
normando -ergo vikingo afrancesado- que obtuvo la corona inglesa en 1066 por follones de familia dirimidos a espadazos fue, por ejemplo, el que abrió la puerta a que el inglés tenga hoy un 40% de términos latinos (casi todos préstamos del francés) al ascender al poder a una élite normanda a la que el pueblo bajo quiso
imitar. Sea como sea, y como era típico en la época, no tuvo un reinado plácido ya que eran múltiples los frentes en los que batirse en batalla para mantener el orden en los límites de su reino. Y, uno de ellos, era contra la monarquía francesa de los Capetos, en concreto su estimado enemigo
Felipe I.
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El momento del accidente |
En 1086, Guillermo, que se llevaba a partir un piñón (nótese la ironía) con su hijo
Roberto, el cual se había aliado con el rey francés en contra de su padre, se vio obligado a volver de Inglaterra al ducado de
Normandía para poner las cosas en vereda, iniciando una campaña contra el condado de
Vexin, condado ubicado a unos 40 km al noroeste de
París. La campaña hubiera sido como otra cualquiera (
ver La sangrienta batalla "light" de Bremule) si no hubiera sido por el incidente que tuvo en julio de 1087 cuando estaba asediando la villa de
Mantes: en el fragor de la batalla, su caballo se
encabritó al asustarse cuando pasó por unas ruinas en llamas y, aunque no cayó, se dio un golpe muy fuerte con el pomo de la silla de montar. El golpe, en sí, tampoco hubiera tenido demasiada consecuencia, pero Guillermo era un fan del
buen yantar, estaba obeso (hasta el punto que lo comparaban con una
embarazada) y el golpe se multiplicó, produciéndole una rotura del intestino que acabó por derivar en una dolorosísima
peritonitis.
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Mantes-La-Jolie |
Ante tal situación, se retiró al priorato de
Saint Gervais, a las afueras de
Rouen, para cuidarse de su mal, pero las limitadas capacidades sanitarias del momento a lo único que le llevaron fue a que la infección se extendiera, llenando sus intestinos de
pus, y a una larga agonía que duró durante 5 eternas semanas. Finalmente, el día 9 de septiembre de 1087, con 59 años, moría el rey Guillermo I el Conquistador… ¿y se cree que le dieron
honores reales? Pues se equivoca. Guillermo no es que fuera excesivamente popular (tenía cierta tendencia a ordenar cortar miembros como convincente forma de castigo) y los sirvientes, en el momento en que murió, lo que vieron fue la oportunidad perfecta para
desplumarlo y llevarse todo lo que de valor pudieran sacar de él: arrasaron con todo lo que pillaron, dejando el cuerpo abandonado y
medio desnudo tirado por el suelo de la casa. El final que Guillermo, sin duda, siempre había deseado.
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Lápida donde estuvo el priorato |
El rey había dejado orden de ser enterrado en la
Abadía de los Hombres, en Caen, fundado por el propio Guillermo, pero con la desbandada de los sirvientes era evidente que nadie iba a empezar los trámites de su entierro. Trámites que asumió como propios un caballero poco pudiente llamado
Herluin, que descubrió el cadáver del rey y que se encargó de mandar arreglarlo (a lo barato, que no tenía el bolsillo para muchas alegrías) y de enviarlo a
Caen. El único inconveniente es que estaban a unos 125 km de su destino y el camino se tenía que hacer en barca por el Sena y camino de carro. Finales de verano, un largo trayecto y el cadáver lleno de pus, no presagiaban nada bueno.
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Abbaye aux Homes en Caen |
En llegando a Caen, cuando fueron a enterrarlo en el
mausoleo preparado para el caso, se encontraron con la oposición frontal de un afectado por la expropiación de las tierras que ocupaba la abadía, el cual se negó en redondo a permitir que el rey (aquí vemos su
popularidad) fuera enterrado en aquel lugar. Al final, lo consiguieron convencer a base de pagarle el equivalente a 60 chelines, pero cuando ya parecía que podían enterrarlo, se produjo un fuego en Caen y, ante la
urgencia (recordar que, un fuego sin control, podía significar la destrucción de la ciudad entera), sirvientes y monjes salieron a la carrera a ayudar a apagarlo. El cuerpo de Guillermo, una vez más, quedó
en espera de entierro.
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Estatua de Guillermo I en Falaise |
Cuando, al final, se pudieron poner manos a la obra, los monjes encargados de oficiar el funeral se encontraron con una sorpresa… ¡el cadáver
no cogía dentro del sepulcro labrado en mármol! El rey Guillermo era alto (1,78 m) y obeso, pero la infección primero y el pasar tantos días desde su muerte después -si no fueron
semanas, que las crónicas no determinan las fechas-, habían
hinchado el cuerpo hasta el punto que no cabía dentro de su tumba. ¿Qué hacer entonces? Pues el
iluminado de turno lo tuvo claro… ¡
Apretémoslo y que entre de todas formas! Y, sin encomendarse a ningún santo, así lo hicieron.
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Tumba de Guillermo I (s.XIX) |
Justo en el momento en que forzaban al malogrado Guillermo a meterse donde no cabía, el abdomen del cadáver
explotó como un globo. El pus, la carne en descomposición y el contenido putrefacto de los intestinos salieron expulsados de golpe,
duchando con generosidad y alevosía a todos aquellos que estaban en aquel momento oficiando el sepelio (
ver La chapuza épica de la voladura de una ballena putrefacta). De inmediato, la atmósfera de la iglesia se llenó de una
peste a corrompido que tiraba para atrás, “perfume” que no consiguieron minimizar ni encendiendo todos los incensarios de que disponían en aquel momento. Obvia decir que, después del real estallido, la ceremonia
corpore insepulto acabó a toda prisa. Unas prisas inversamente proporcionales a las prisas que, en su momento, no habían tenido para enterrarlo.
Del cadáver de Guillermo el Conquistador, en la actualidad, no quedan más que un
fémur y la mandíbula, los cuales son los únicos restos que han sobrevivido a las diversas
profanaciones, desplazamientos y reconstrucciones que ha padecido la tumba durante estos más de 900 años pasados desde su entierro. Una muestra más de que, una vez que morimos, no somos nada (
ver El extraño entierro a trozos de Don Juan de Austria) y que, lo realmente incorruptible de nosotros, nuestro patrimonio real, es la
memoria de lo que hayamos sido capaces de dejar para las siguientes generaciones.
Entretenida historia, no conocía tantos detalles. Y la redacción ayuda, porque se hace fácil la lectura.
ResponderEliminar¿Cuántos prohombres que hoy lucen en pedestales y altares se salvarían en un escrutinio meticuloso? Muy pocos, que somos humanos y todos tenemos un pasado.
Ya lo decía Benito Pérez Galdós por boca de uno de sus personajes: "Las tres cuartas partes de las buenas famas no son sino simple falta de datos".
Un saludo cordial desde La Patagonia.
Santivanez: Ciertamente es así. Los grandes personajes son grandes porque no conocemos toda su vida y porque muchos de esos escabrosos detalles no han sido transmitidos. Por otro lado, todos estos detalles humanizan a estos personajes, los hacen más cercanos y ayudan a que no sean idealizados hasta la nausea. Muchas gracias por tu amable comentario y bienvenido a Memento Mori. :-)
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