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Todo el mundo conoce el dicho latino de "Carpe Diem", pero casi nadie lo que le sigue: Memento Mori (recuerda que vas a morir). ¿Un olvido colectivo? ¿O el ciego que no quiere ver? Muchas cosas hay en esta vida dignas de olvidar y muchas otras dignas de que se sepan. Sea lo que sea, no te lo tomes muy en serio: Memento Mori!
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Escrito por
Ireneu Castillo
Primos, y no hermanos.
Desde siempre he sido un acérrimo defensor del catalán y de todo el hecho cultural que lleva implícito por su peculiaridad y por su continua denigración desde el estamento político castellanófilo. Tal vez sea por mi tendencia a ser defensor de causas perdidas, pero así pienso y si a estas alturas ya no he cambiado de pensar, seamos francos, difícilmente lo llegaré a hacer. Sin embargo, no todo el monte es orégano y si he criticado -y critico- a los “españófilos” por su carácter castellano imperialista, también he de repartir coscorrones a los “catalanófilos” imperialistas que -aunque sean muchísimos menos- por desgracia también los hay.
Efectivamente, existen ciertos grupúsculos para los que, Catalunya es todo aquel territorio donde se habla catalán en cualquiera de sus formas, enarbolando la bandera de los llamados Países Catalanes simplemente como una mera prolongación política del principado. Catalunya, para ellos, va desde Salses (Rosellón) a Guardamar de Segura (Alicante) y desde Fraga (Huesca) a Alguer (Cerdeña, Italia), pasando por las Baleares. Confundir la geografía humana con la geografía política es un pecado que en la historia de todos los países del mundo está escrita con sangre.
La lengua catalana, se le llame como se le llame a cada una de sus variedades (valenciano, mallorquín, catalán…), es una y objetiva y científicamente no cabe mucho más a decir. Y no lo digo por decir, sino por propia experiencia. Pero, en mor de la razón, si bien la unidad del catalán es impepinable por mucho que digan algunos políticos, la unidad política de dichos territorios es algo que roza el larguero de la ficción imperialista.
Cuando se habla de independencia de Catalunya por algunos sectores radicales -ERC cae algunas veces en ello-, se incluye por sistema los territorios de habla catalana que quedan fuera del territorio estrictamente catalán. De esta forma, se integran de forma demasiado alegre tanto Mallorca, Andorra -ya independiente-, como Valencia o los territorios de lengua catalana de la franja de Aragón, provocando una cierta reacción en contra dado que las realidades son muy diferentes y muy complejas. Reducirlo todo a uno, no es bueno, ni justo. Ni cuando lo reducimos a castellano, ni cuando lo reducimos a catalán del principado.
Si se habla de Países Catalanes, hemos de considerar que cada territorio, debido a su idiosincrasia propia, actúa como lo que realmente son: países diferentes. La idea pancatalanista es como querer hacer una Francia que englobe Bélgica (zona flamenca incluida), Suiza, Luxemburgo y el Québec canadiense. Es ignorar que cada zona catalanoparlante ha tenido su propio desarrollo, y que el hecho de que ahora estén casi todos bajo bandera española ha sido un mero accidente histórico.
Si Catalunya desea ser independiente (que está por ver), ello no implica que los valencianos quieran serlo o que los de Alguer quieran dejar de ser italianos o los de Fraga, aragoneses. Estos países que hablan catalán y entienden lo catalán a su particular forma, pueden sentirse atosigados e incómodos ante la presión política -y hasta cierto punto, ingerencia- ejercida desde algunos círculos políticos ajenos a su territorio.
Los catalanes hemos de hacer la nuestra, y dejar hacer a los demás a su libre albedrío, y dejar hacer cada uno a su forma. En Valencia es importante preservar el valenciano, y que se hable, pero no se ha de vender que lo que viene del principado es mejor a lo valenciano, porque no es cierto, aunque algunas “senyeras esteladas” así parezcan decirlo.
Dios dijo hermanos, pero no primos, aunque nunca está de más reconocer que realmente somos primos, y no hermanos. Cada uno en su casa mantiene las familias unidas.
Efectivamente, existen ciertos grupúsculos para los que, Catalunya es todo aquel territorio donde se habla catalán en cualquiera de sus formas, enarbolando la bandera de los llamados Países Catalanes simplemente como una mera prolongación política del principado. Catalunya, para ellos, va desde Salses (Rosellón) a Guardamar de Segura (Alicante) y desde Fraga (Huesca) a Alguer (Cerdeña, Italia), pasando por las Baleares. Confundir la geografía humana con la geografía política es un pecado que en la historia de todos los países del mundo está escrita con sangre.
La lengua catalana, se le llame como se le llame a cada una de sus variedades (valenciano, mallorquín, catalán…), es una y objetiva y científicamente no cabe mucho más a decir. Y no lo digo por decir, sino por propia experiencia. Pero, en mor de la razón, si bien la unidad del catalán es impepinable por mucho que digan algunos políticos, la unidad política de dichos territorios es algo que roza el larguero de la ficción imperialista.
Cuando se habla de independencia de Catalunya por algunos sectores radicales -ERC cae algunas veces en ello-, se incluye por sistema los territorios de habla catalana que quedan fuera del territorio estrictamente catalán. De esta forma, se integran de forma demasiado alegre tanto Mallorca, Andorra -ya independiente-, como Valencia o los territorios de lengua catalana de la franja de Aragón, provocando una cierta reacción en contra dado que las realidades son muy diferentes y muy complejas. Reducirlo todo a uno, no es bueno, ni justo. Ni cuando lo reducimos a castellano, ni cuando lo reducimos a catalán del principado.
Si se habla de Países Catalanes, hemos de considerar que cada territorio, debido a su idiosincrasia propia, actúa como lo que realmente son: países diferentes. La idea pancatalanista es como querer hacer una Francia que englobe Bélgica (zona flamenca incluida), Suiza, Luxemburgo y el Québec canadiense. Es ignorar que cada zona catalanoparlante ha tenido su propio desarrollo, y que el hecho de que ahora estén casi todos bajo bandera española ha sido un mero accidente histórico.
Si Catalunya desea ser independiente (que está por ver), ello no implica que los valencianos quieran serlo o que los de Alguer quieran dejar de ser italianos o los de Fraga, aragoneses. Estos países que hablan catalán y entienden lo catalán a su particular forma, pueden sentirse atosigados e incómodos ante la presión política -y hasta cierto punto, ingerencia- ejercida desde algunos círculos políticos ajenos a su territorio.
Los catalanes hemos de hacer la nuestra, y dejar hacer a los demás a su libre albedrío, y dejar hacer cada uno a su forma. En Valencia es importante preservar el valenciano, y que se hable, pero no se ha de vender que lo que viene del principado es mejor a lo valenciano, porque no es cierto, aunque algunas “senyeras esteladas” así parezcan decirlo.
Dios dijo hermanos, pero no primos, aunque nunca está de más reconocer que realmente somos primos, y no hermanos. Cada uno en su casa mantiene las familias unidas.
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