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Capítulo 7: El asunto del canal

La real y truculenta historia que inspiró a Moby Dick

La realidad supera la ficción
Una de las novelas que más ha impactado en la literatura mundial ha sido Moby Dick de Herman Melville. En ella, Acab, un capitán ballenero sediento de venganza, pretende matar al precio que sea al cachalote albino que un tiempo atrás le arrancó una pierna y que se escapa una y otra vez de su afilado arpón. La novela acaba (perdonen el spoiler si no la han leído) con que la ballena ahoga al capitán que ha enredado su única pierna en la cuerda del arpón y hunde el barco ballenero tras embestirlo como si fuera un torpedo, quedando un único testigo para contar la historia. Esta es la novela, pero... ¿sabía que Melville se inspiró en hechos reales para escribir su relato? Como tantas otras veces, la realidad supera con mucho a la ficción y, en este caso, no es una excepción. Me refiero a la increíble odisea del ballenero Essex y del tremendo destino de sus tripulantes.

La caza de ballenas era un riesgo
La caza de las ballenas durante el siglo XIX era una auténtica temeridad. Los marinos, que perseguían a los cetáceos en sus barcos de vela, se embarcaban en largas singladuras que podían obligarlos a estar varios años en pos de sus valiosas presas. Ello significaba llevar unas vidas muy duras y sacrificadas que llegaban al paroxismo del riesgo en el momento de la caza misma de las ballenas ya que, al tener que efectuarse desde cerca con frágiles chalupas y rudimentarios arpones, el pescar un cachalote de cierta envergadura se parecía a la lucha de los neanderthales con los mamuts (ver Wrangel, el dominio del último mamut) , más que a una pesca relativamente moderna. En este caso, el ballenero Essex salió el 12 de agosto de 1819 de Nantucket (Massachussets, costa atlántica de los EE.UU.) dispuesto a pescar durante dos años y medio en las zonas de caza de las ballenas en el Pacífico.

Reproducción del Essex
El barco en sí no era gran cosa para lo que acostumbraban a ser -30 metros de eslora y 238 toneladas- y el 16 de noviembre de 1820, después de dar la vuelta por el Cabo de Hornos y remontar el Pacífico, en medio de la nada más absoluta, el Essex dio con una manada de cachalotes. Los 20 tripulantes del barco se pusieron en marcha y arriaron sus botes para darlos caza.

En medio de la acción, uno de los cachalotes, con más de 25 metros de longitud, hace una maniobra totalmente inesperada para la tripulación: pasa al ataque.

El ataque visto por un superviviente
Es entonces cuando la gente del barco se da cuenta que algo no va bien, ya que el cetáceo -que era casi tan grande como el propio barco-, loco de rabia por ver el sufrimiento de sus congéneres, se lanza como un torpedo contra el casco del Essex, impactando violentamente contra su parte delantera. La tripulación que quedaba en el barco, tras rodar por la cubierta debido al monumental choque frontal, descubrió para su horror que la ballena había provocado una vía de agua en la proa del ballenero. No obstante, el gran cachalote, con más fuerza y rabia que nunca, volvió a embestirlos, abriendo aún más la vía de agua. Los tripulantes que no estaban en las chalupas de caza, a pesar de achicar agua como locos, tuvieron el tiempo justo de cargar los víveres y agua de emergencia, unos cuantos instrumentos de navegación y salir pitando. Se habían salvado los 20 tripulantes y 3 botes balleneros, pero la tierra más próxima se encontraba a más de 2.500 km del punto del naufragio y las iban a pasar putas... muy putas.

Chalupa ballenera con velas
Al día siguiente, una vez pasado el shock, decidieron navegar hacia el sur, habida cuenta que ir hacia el oeste en búsqueda de las islas Hawaii iba a ser poco más que imposible, y menos en temporada de huracanes. Por ello, el capitán, que era un joven de 29 años llamado George Pollard Jr., decidió ir a encontrar las costas de Perú o de Chile, las cuales se tardarían en alcanzar no menos de 56 días. Los botes estaban equipados con dos mástiles y velas, por lo que navegar no tendría que ser ningún inconveniente, pero estaban totalmente a merced de los vientos, de las tormentas y las corrientes.

Los días pasaban lentos sin ver tierra ninguna, pero lo peor eran los días de calma chicha, en que el sol inclemente los machacaba igual que el no poder avanzar, ya que cuanto más tiempo pasara, menos posibilidades de sobrevivir tendrían. Los alimentos y el agua se reducían cada vez más y la cosa se iba poniendo cada vez más peliaguda. La desesperación, el hambre y la sed, empezaron a hacer mella: la propia orina se volvió el mejor de los refrescos.

Atolón de Ducie Island
El 20 de diciembre, un mes después del accidente, llegaron a una isla llamada Ducie Island, un atolón perdido en medio del Pacífico a 2.700 km al suroeste del punto de partida de su desventura. No había prácticamente de nada, por lo que tras pasar seis días en ella, decidieron partir otra vez. No obstante, 3 de los supervivientes, emulando a Pedro Serrano (ver Pedro Serrano o los ocho años de náufrago del Robinson español) y dudando del buen término de la expedición, decidieron quedarse en la isla. El resto, retomando las chalupas, se volvieron al mar intentando escapar a las garras de la muerte oceánica.

El 10 de enero de 1821 se produce el primer muerto. El cuerpo del infortunado se viste y se lanza por la borda como mandan los cánones funerarios marineros, pero al día siguiente las cosas van a cambiar, como manda Murphy, a peor. Una tremenda tormenta sorprende a la expedición cuando se dirigía en dirección este a 3.800 km del puerto chileno de Valparaíso y se pierde el contacto entre los tres botes. El bote del primer oficial, Owen Chase, vista la imposibilidad de mantener el grupo decide seguir adelante, pero el día 18 de enero muere su segundo marinero, quedando sólo 4 tripulantes. La comida está bajo mínimos.

Impresionante trayecto en 93 días
El día 8 de febrero se produce un nuevo muerto en la chalupa y, esta vez, en vez de tirar a los peces un alimento que les va a hacer falta, deciden aprovecharlo comiendo parte del cuerpo antes de que se le pudra. Para ello, hacen un fuego en la barca y lo cocinan antes de que lo tengan que tirar. La desesperación es total y absoluta. Si no encuentran tierra pronto morirán de hambre sin remisión, pero por suerte, el día 18 de febrero a las 7 de la mañana, cerca del archipiélago de Juan Fernández, Owen Chase y dos supervivientes, ven un barco inglés. Es el fin de su penitencia; una penitencia que les ha llevado 93 días y recorrer la friolera de 7.392 km en medio de la inmensidad de un desierto húmedo y azul.

Owen Chase
El 25 de febrero el barco inglés atraca en Valparaíso y el 17 de marzo, los supervivientes de la chalupa de Chase se encuentran con el capitán Pollard y otro marino que son los dos últimos supervivientes de su bote. En su caso, se repitieron los episodios de canibalismo, con el añadido que uno de ellos -para más inri primo de Pollard-, tras sorteo, fue sacrificado de un tiro en la cabeza y comido por los dos supervivientes, lo que permitió que fueran encontrados por un buque que ni tan solo vieron debido a su estado moribundo. La tercera barca, separada también del grupo, se perdió irremisiblemente y jamás se volvió a tener noticias de ellos. Por su parte, los tres que se quedaron en la isla Ducie sobrevivieron hasta el 4 de abril de 1821, en que fueron recogidos por un barco que, informado por los otros cinco supervivientes, fue, por fin, a recogerlos.

El escritor Herman Melville, que se metió a ballenero durante una parte de su vida, tuvo conocimiento de esta truculenta historia relatada por Owen Chase y fue la fuente de inspiración que le llevó a escribir en 1851 su famosa novela Moby Dick. Novela que ha pasado a la historia por poner en negro sobre blanco el enfrentamiento entre la maldad humana contra otra maldad, más poderosa e implacable, que es la fuerza atroz de la naturaleza. 

Gregory Peck en el papel de Acab
En estos momentos en que el hombre está intentando dominar y dar caza a la gran ballena blanca que es el propio planeta, tal vez fuera buen momento para reflexionar y ver cual es el camino que llevamos. Mucho me temo que, si no ponemos un poco de cordura con nuestras acciones y actuamos con un poco menos de ambición materialista, acabaremos como el capitán Acab: en el fondo del mar atado a nuestro propio arpón.

...o eso o comidos entre nosotros. Usted verá.


Los cachalotes son pacíficos e inofensivos, pero no siempre

Para saber más

Comentarios

  1. Anónimo11:29 a. m.

    Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo11:45 a. m.

    Moby Dick es uno de los referentes de la literatura a nivel mundial y debería estar fomentada su lectura en escuelas e institutos.

    Saludos!

    ResponderEliminar

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