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Todo el mundo conoce el dicho latino de "Carpe Diem", pero casi nadie lo que le sigue: Memento Mori (recuerda que vas a morir). ¿Un olvido colectivo? ¿O el ciego que no quiere ver? Muchas cosas hay en esta vida dignas de olvidar y muchas otras dignas de que se sepan. Sea lo que sea, no te lo tomes muy en serio: Memento Mori!
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Escrito por
Ireneu Castillo
Miedos aereos, sentimientos terrestres
Si hay algo que mi pareja tiene que soportar de mí como si fuera una cruz particular es mi miedo a volar. No, no es que no haya volado nunca, al contrario, lo he hecho varias veces, pero la última me tocó volar en malas condiciones climatológicas y lo pasé tan mal -yo no subía de pequeño a los columpios de la impresión que me daba- que desde entonces no he subido a un cacharro de esos. Es tal la fobia que le he cogido que incluso he dejado escapar algún buen trabajo que me han ofrecido porque la condición sine-qua-non era coger aviones. Ya el summum es que he conseguido autoconvencerme de que no quiero “superar” ese miedo, ya que no tengo la más mínima necesidad de tomar un avión. Lo mejor del asunto es que creo firmemente de que mi miedo tiene toda la razón del mundo… para desgracia de mi “costilla”. Me sabe mal por ella.
El miedo al avión ha hecho plantearme seriamente los pros y los contras de volar, el porqué se necesita viajar, lo que nos perdemos y lo que ganamos, y la verdad es que tras muchas horas en vela dándole vueltas al asunto, he llegado a la conclusión de que el avión se utiliza exclusivamente para llegar antes a un sitio en concreto. Hemos conseguido llevar el stress al mundo del transporte y con él transportar el virus de la histeria cotidiana a todas las partes del mundo.
El avión es el reflejo de la sociedad consumista y egoísta que manda hoy en el mundo, es el transporte de aquella gente que consume su vida a un ritmo endiablado, que quiere estar allí, y ya. El viaje da lo mismo, el sacrificio y el sufrimiento para alcanzar los fines es una molestia, los resultados han de ser inmediatos, y todo vale para conseguirlo. El avión ha matado al viajero, que quiere vivir el viaje y para el cual el destino solo es una excusa, y ha dado alas a un turista ávido de consumir su tiempo y su dinero en ver mucho, muy rápido y vivir muy poco. Somos lo que vivimos y recordamos, no las fotos que hemos conseguido tirar.
Consideraciones aparte son que es un transporte que tiene un rendimiento energético demencial, que rompe brutalmente el delicado equilibrio de las capas altas de la atmósfera ayudando con sus gases sulfurados a destrozar la capa de ozono allí donde se encuentra, que se haya convertido en el vector principal de la propagación de epidemias humanas o que sea un pésimo medio para el envío masivo de materiales a través del mundo. Da lo mismo. La sociedad de consumo, consume y consume sin parar, entrando en una espiral de locura histérica en que la gente es más por cuanto más lejos ha ido y cuantas más ciudades ha visitado. Los turistas más ricos han llegado a la Luna, y si pudieran ir a Plutón más recursos gastarían para ir y mantenerse en lo alto de la pirámide de la sociedad de la apariencia.
Un viaje en tren o en coche no proporciona esa sensación, bien al contrario. Los viajes largos, casi penosos, en los que parece que no se llega nunca, no permiten a nadie ascender en el escalafón del reconocimiento social, pero ayudan a cada uno a encontrarse a si mismo. Posiblemente sea eso lo que busco en los viajes, encontrar el sentido a mi propia existencia en un marco físico concreto, y mucho me temo que lo que en gran parte busca esta sociedad es huir justamente de eso, de encontrarse a si misma porque se desconoce. Huir, cuanto más lejos y rápido mejor, tapando con un continuo pasar de imágenes estandarizadas la propia miseria de nuestra existencia, sin darse cuenta de que, al final, el verdadero viaje lo hacemos solos, con nosotros mismos, en un viaje en el que no valen las cámaras de fotos, sino únicamente los recuerdos.
No, no hace falta que comentéis nada, ni intentéis convencerme de lo contrario, no lo vais a conseguir. He desarrollado un síndrome de Estocolmo con mi miedo a volar y me he unido a su causa. Bien pensado, tal vez sea el último aliento de cordura de una mente que se rebela contra la locura del mundo que la envuelve y tiende a engullirla.
Dejadme vivir lenta, cercanamente, disfrutando cada segundo de mi limitada existencia, paladeando cada segundo de amor que me quede por vivir. Mis sentimientos, mi única posesión.
Y lo único que me llevaré.
El miedo al avión ha hecho plantearme seriamente los pros y los contras de volar, el porqué se necesita viajar, lo que nos perdemos y lo que ganamos, y la verdad es que tras muchas horas en vela dándole vueltas al asunto, he llegado a la conclusión de que el avión se utiliza exclusivamente para llegar antes a un sitio en concreto. Hemos conseguido llevar el stress al mundo del transporte y con él transportar el virus de la histeria cotidiana a todas las partes del mundo.
El avión es el reflejo de la sociedad consumista y egoísta que manda hoy en el mundo, es el transporte de aquella gente que consume su vida a un ritmo endiablado, que quiere estar allí, y ya. El viaje da lo mismo, el sacrificio y el sufrimiento para alcanzar los fines es una molestia, los resultados han de ser inmediatos, y todo vale para conseguirlo. El avión ha matado al viajero, que quiere vivir el viaje y para el cual el destino solo es una excusa, y ha dado alas a un turista ávido de consumir su tiempo y su dinero en ver mucho, muy rápido y vivir muy poco. Somos lo que vivimos y recordamos, no las fotos que hemos conseguido tirar.
Consideraciones aparte son que es un transporte que tiene un rendimiento energético demencial, que rompe brutalmente el delicado equilibrio de las capas altas de la atmósfera ayudando con sus gases sulfurados a destrozar la capa de ozono allí donde se encuentra, que se haya convertido en el vector principal de la propagación de epidemias humanas o que sea un pésimo medio para el envío masivo de materiales a través del mundo. Da lo mismo. La sociedad de consumo, consume y consume sin parar, entrando en una espiral de locura histérica en que la gente es más por cuanto más lejos ha ido y cuantas más ciudades ha visitado. Los turistas más ricos han llegado a la Luna, y si pudieran ir a Plutón más recursos gastarían para ir y mantenerse en lo alto de la pirámide de la sociedad de la apariencia.
Un viaje en tren o en coche no proporciona esa sensación, bien al contrario. Los viajes largos, casi penosos, en los que parece que no se llega nunca, no permiten a nadie ascender en el escalafón del reconocimiento social, pero ayudan a cada uno a encontrarse a si mismo. Posiblemente sea eso lo que busco en los viajes, encontrar el sentido a mi propia existencia en un marco físico concreto, y mucho me temo que lo que en gran parte busca esta sociedad es huir justamente de eso, de encontrarse a si misma porque se desconoce. Huir, cuanto más lejos y rápido mejor, tapando con un continuo pasar de imágenes estandarizadas la propia miseria de nuestra existencia, sin darse cuenta de que, al final, el verdadero viaje lo hacemos solos, con nosotros mismos, en un viaje en el que no valen las cámaras de fotos, sino únicamente los recuerdos.
No, no hace falta que comentéis nada, ni intentéis convencerme de lo contrario, no lo vais a conseguir. He desarrollado un síndrome de Estocolmo con mi miedo a volar y me he unido a su causa. Bien pensado, tal vez sea el último aliento de cordura de una mente que se rebela contra la locura del mundo que la envuelve y tiende a engullirla.
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Yo creía que los hombres con miedo a volar en un avión, sólo salían en las películas. En fin, supongo que ya sabrás que existe mayor probabilidad de que a uno, le caiga una tiesto en la cabeza, a que sea carne de estadísticas en un accidente aereo.
ResponderEliminarAunque bien mirado lo del tiesto es un accidente aereo y también debiera figurar. Saludos.
Bueno... el avión también sirve para cosas positivas. Lo de acercar culturas o familias. ¡Y ya no se me ocurren más! ;)
ResponderEliminarBueno, por un lado te doy la razón, pero por otra...
ResponderEliminarEs cierto, el avión es el medio más antinatural para el hombre, y está claro que por mucho que nos digan que es el medio de transporte más seguro el caso es que como tengas muy mala suerte no vivirás para contarlo. Cuando hay turbulencias me echo a temblar, mientras miro atónito al resto de pasajeros que siguen leyendo su periódico tan tranquilos.
También tienes razón en que la sociedad del "vivir mirando cronómetros" impone este medio de transporte para mucha gente.
Ahora bien, has hablado de que la gente no disfruta del trayecto, y por eso prefieren la rapidez del avión. Hombre, si estamos hablando del Orient Express te doy la razón, pero es que el resto de medios de transporte suelen ser bastante patéticos: todavía tengo pesadillas con el Talgo, cuando tenía que ir desde mi ciudad hasta Barcelona con la calefacción subida a 40 grados y una cacatúa histérica a mi lado, la cual no paraba de hablar a gritos. Durante ocho horas. Eso por no hablar del nocturno, que eran 12 horas sin luz oliéndole los pies al guarro de turno que por su fuera poco no paraba de roncar. ¿Y el coche? Te aseguro que es muchísimo más peligroso.
Por otro lado, imagínate que acabas de tener un hijo pero tu mujer está en un hospital de Nueva York. ¿De verdad te cogerías un barco y tirarte unos cuantos días rodeado de agua por todos lados? Además, tal como están los huracanes últimamente hay más posibilidades de que dicho barco se vaya a pique. Óscar y sus situaciones extremas jejeje un saludo!
A mi eso de volar no me mola un pelo, porque no se me da demasiado bien....
ResponderEliminarSi voy acompañada me olvido, pero sola me realimento mis propios miedos..aaaaaaaaaaarggghhhhhhhhhh
No me importa volar, pero no las tengo todas conmigo. Me parece antinatural, una aberración.
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