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Siesta mexicana |
Uno de los
estereotipos más hirientes sobre los
mexicanos es que son gente indolente, vaga y que se pasan todo el día durmiendo la
siesta bajo su típico sombrero de ala ancha. Esta visión, que ha dado la vuelta al mundo, es tanto más
falsa en cuanto que es una injusta generalización y que procede de un
prejuicio racista sobre las gentes de México... ¿o tal vez no tanto? Hubo en 1836 una crucial batalla que acabó en derrota para el Ejército Mexicano y que determinó, a la larga, la pérdida de
más de la mitad del país en beneficio de los Estados Unidos. ¿La particularidad? Que perdieron la batalla porque
estaban echando la siesta. ¡Ole tú!
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Antonio López de Santa Anna |
Que la
historia militar de todos los países está llena de episodios en los que la
vergüenza ajena hace ruborizar -o troncharse de la risa- al más pintado, simplemente tiene que darse una vuelta por este blog para cerciorarse (
ver Caransebes, la batalla más idiota de la historia). No obstante, que un ejército pierda una batalla porque estaba durmiendo una siesta, no es que hable muy bien, no tanto de los soldados (al fin y al cabo, no dejan de ser unos "mandaos"), sino de los
mandos que tienen a este ejército bajo su responsabilidad. Y exactamente eso fue lo que pasó al
General Antonio López de Santa Anna, que fruto de su prepotencia y mala estrategia, metió la pata hasta el corvejón en la conocida como Batalla o
Siesta de San Jacinto.
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Conflicto con Texas (1836) |
La historia arranca de los follones que hay en el seno del gobierno mexicano una vez proclamada la
independencia de España (
ver Olañeta, el fanatismo que ayudó a perder la última colonia española en Sudamérica). El caos, los intereses y los personalismos de los dirigentes del momento hacen que el gobierno sea la casa de
tócame roque, de tal forma que a principios de los años 30 la política mejicana está dividida entre los conservadores (que querían un estado
centralista al estilo francés en vez de una república federal) y los liberales, que abogaban por un
estado federal. En esta situación, en 1833, fue elegido presidente
Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón (Santa Anna, para los amigos) que en principio era liberal, pero que cuando accedió al cargo dio un
giro copernicano y pasó a aliarse con los conservadores deshaciendo prácticamente todo lo hecho por su predecesor Valentín Gómez Farías, también liberal. Diferentes estados, al ver peligrar su
statu quo autónomo, se amotinaron, entre ellos el de
Texas, formado básicamente por estadounidenses emigrados que habían encontrado en el territorio tejano facilidades del gobierno mejicano para instalarse. La derogación de la
Constitución de 1824 en 1834, la
abolición de la esclavitud (que suponía un duro golpe a su economía productiva) y la entrada en vigor en 1835 de las llamadas
Siete Leyes (que centralizaban todo el poder y convertían los estados en meras provincias) hicieron colmar el vaso de los tejanos, los cuales se rebelaron en armas contra el gobierno.
Ante el desafío armado, Santa Anna, obsesionado con hacer doblegar a los rebeldes envió el ejército mexicano a Texas. Ejército que, debido a su superioridad numérica y experiencia, veía en las irregulares, débiles, pero voluntariosas tropas tejanas un rival fácil.
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Samuel Houston |
Así las cosas, atravesando el
Río Bravo (
ver Los quebraderos de cabeza de EE.UU. y México por un caprichoso Río Bravo) los mejicanos al mando de Santa Anna encararon hacia
San Antonio, donde se encontraron con una resistencia más fiera de lo esperado. En aquel punto la tropas tejanas se hicieron fuerte en la antigua misión de
El Álamo, manteniendo la posición desde el día 23 de febrero al 6 de marzo, cuando en una duro asalto, el Ejército Mexicano consiguió tomar por fin la misión. La guarnición tejana fue aniquilada (unos 200 hombres,
Davy Crockett entre ellos) al precio de haber perdido unos 600 soldados, de los 1.800 involucrados en la ofensiva. Por su parte, el general
José Urrea, partió de Matamoros hacia Goliad, donde se produjo la
Masacre de Goliad el día 2 de marzo, cuando el coronel James Fannin fue capturado junto a 400 de sus hombres y Santa Anna ordenó
ejecutarlos a todos. Las diezmadas tropas tejanas al mando de
Sam Houston, rabiosas por la matanza, pero impotentes, decidieron retirarse hacia el este esperando recomponerse y añadir gente a su ejército.
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Una pesadilla de batalla |
Obsesionado con darles alcance, Santa Anna salió en busca de los hombres de Houston, el cual jugaba al ratón y al gato con los mexicanos, dándole esquinazo constantemente, mientras que entrenaba a los inexpertos reclutas tejanos. Finalmente, el 20 de abril, Santa Anna toma contacto con las tropas de Sam Houston en una amplia península fluvial en la confluencia de los ríos San Jacinto y Buffalo Bayou, en lo que hoy sería el área metropolitana de la ciudad de Houston. Los tejanos (unos 900), que en todo momento se esconden de los mexicanos en medio del bosque de ribera del Buffalo Bayou que tienen a su espalda para que no sepan cuantos son, están separados por una pradera de unos 400 metros de longitud de las tropas de Santa Anna (unos 1.200). Tras unas escaramuzas, el presidente mexicano decide acampar en el "sitio más favorable para sus intereses", es decir con una zona pantanosa del río San Jacinto a sus espaldas. Pasándose por el arco del triunfo la oposición de todos sus mandos, que ven que es una temeridad, Santa Anna manda acampar en aquel sitio. Donde manda patrón, no manda marinero, definitivamente.
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Martín Perfecto de Cos |
A la mañana siguiente, el destacamento de Santa Anna recibe el refuerzo de 540 hombres más por parte del general Martín Perfecto de Cos, cuñado suyo. El cansancio de la marcha a pie de los soldados, la mañana tranquila y el convencimiento de ser muy superiores en número y potencia militar dio la confianza a Santa Anna para ordenar que sus hombres durmieran la siesta un rato después de comer. No obstante, tan confiado estaba que ni tan siquiera ordenó tandas de guardia, así que allí se durmió hasta la trompeta. Normal.
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Una pesadilla de siesta |
A eso de las 15.30 h los tejanos se lanzaron con todas sus fuerzas contra los mexicanos, pero se quedaron de pasta de boniato al ver la nula oposición al avance por parte de los atacados...¡estaban durmiendo!. La "batalla" (si se puede llamar así una confrontación en que solo atizaba uno) se convirtió en una merienda de negros que duró tan solo 18 minutos. Una zarabanda de palos de 18 minutos que acabaron con 630 mexicanos muertos, 208 heridos y 730 prisioneros, y la captura de Santa Anna (que se había vestido de soldado raso y escondido entre la hierba) y Cos. Un éxito total e inesperado de los tejanos que tan solo sufrieron 9 muertes y la fractura del tobillo de Houston.
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Monumento en el sitio de la batalla |
Santa Anna no pudo haberlo hecho peor en toda la campaña. A parte de llevar las tropas caminando desde el centro de México, lo cual significaba llevar a todo un ejército andando más de 1.000 km, en vez de llevarlos frescos y por mar, el ansia viva por pillar a Sam Houston hizo que las tropas mexicanas se estiraran más que una goma y no fueran unas fuerzas compactas en un territorio hostil, desconocido y con poca capacidad de obtener refuerzos. Para rematar la "cagada", en la batalla de San Jacinto no se le ocurrió una mejor idea que acampar teniendo una zona pantanosa a las espaldas, de tal forma que en el momento de la ofensiva, aparte de pillarlos en bragas, cuando intentaron escapar se encontraron con una trampa mortal por donde era imposible escaparse, produciéndose la consiguiente catástrofe.
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Santa Anna ante Sam Houston |
¿Y como acaba la cosa? Pues mal. Santa Anna será utilizado como rehén de los tejanos que, porfiando con la liberación del presidente mexicano, aprovecharán para forzarle a firmar la independencia de Texas mediante el Tratado de Velasco. Destitución de Santa Anna, no reconocimiento de lo firmado, escaramuzas con los tejanos, miedo a que otros estados mexicanos se levantaran por imitación e intervención de los Estados Unidos acabaron en 1848 con la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo y fijando los límites actuales entre los dos países. México acabó perdiendo 1.360.000 km2 de superficie (un 55% del territorio mejicano) cediendo a los yanquis por 15 millones de dólares los actuales estados de California (la Alta California), Nuevo México, Arizona, Nevada y partes de Wyoming, Utah y Colorado, además de dar pie al prejuicio de que los mexicanos no hacen más que dormir.
Una auténtica pesadilla de siesta, vamos.
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Una siesta que acabó saliendo demasiado cara |
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