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Un cañón de París, disparando |
Los 4 años que duraron la terrible Primera Guerra Mundial significaron la transición a
machamartillo entre las coloridas y casi románticas
guerras napoleónicas y la apocalíptica guerra moderna. En esos pocos años se pasaron, sin solución de continuidad, de las cargas de caballería sable en mano a la repugnante guerra química a base de llevar al matadero a millones de seres humanos en una
orgía de sangre y tripas que haría escandalizar a los propios
Jinetes del Apocalipsis (
ver Passchendaele, la pírrica batalla donde el barro se tragó 40.000 soldados). Con todo, y a pesar de que la guerra se había estancado en las
trincheras, los ingenieros tanto de uno como de otro bando pisaron el acelerador a fondo a fin de superar este límite prácticamente inamovible. Los aviones estaban todavía en pañales, pero la artillería no, por lo que desarrollar cañones que llegasen cada vez más lejos se convirtió en vital. En este caso, como el frente se había
estancado a unos 100 km al norte de París, los desesperados ingenieros alemanes vieron en el bombardeo de la capital francesa una forma de romper el frente de trincheras, a la vez que de forzar una guerra psicológica que hiciera rendir a las desgastadas fuerzas galas... y para ello necesitaban un cañón
muy grande. Mucho. Y lo hicieron.
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Placa recordatoria del primer impacto |
Así las cosas, el 23 de marzo de 1918, a eso de las 7.20 h de la mañana un obús impactó de forma imprevista delante del nº 6 de la calle
Quai de la Seine, en el distrito 19 de París, produciendo 10 muertos y 15 heridos. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había podido llegar un bomba a semejante distancia del frente? ¿Un avión? ¿Un dirigible? Pronto lo servicios de inteligencia supieron que se equivocaban. Había sido el cañón con mayor alcance que había sido construido jamás. Los franceses lo llamaron la
Grosse Bertha y los alemanes Dicke Bertha o Kaiser Wilhelm Geschütz (Cañón del Kaiser Guillermo), si bien se hizo famoso simplemente por ser "
El Cañón de París" (Parisener Kanone), ya que ese fue su único y obsesivo objetivo.
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Corte de un proyectil |
El cañón, ubicado a unos 120 km al noreste de la Ciudad de la Luz, en el pueblo de
Crépy, en el departamento del Aisne (
ver Fismes 1918, cuando el champán decantó una guerra mundial), era simplemente
monstruoso para la época. Transportado por vía férrea hasta su ubicación, el cañón pesaba
750 toneladas y "calzaba" un cañón de 34 metros capaz de llegar a objetivos situados a 130 km de distancia. Curiosamente no disparaba obuses "excesivamente" grandes, siempre y cuando que por "moderados" podamos definir a proyectiles de 1 metro de altura, 21 cm de diámetro, con una cabeza de 120 kilos cargado con 8 kg de TNT e impulsada por entre 150 y 200 kg de pólvora. Lo que viene a ser un "
petardo" de verbena, vamos.
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Maqueta de un Parisener Kanone |
La máquina fue diseñada y construida por la empresa siderúrgica
Krupp (la misma que construyó durante la Segunda Guerra Mundial el
Pesado Gustavo y el
Dora, y que hoy en día se dedica a construir ascensores en España), y necesitaba unos 15 días para ser instalado en su puesto de acción, ya que no permitía su disparo desde una plataforma ferroviaria y se tenía que construir una
base de cemento de 12 m2 y 4 metros de espesor. Al ser una derivación técnica de la artillería naval el Pariser Kanone quedó bajo la gestión de la Armada alemana que era la que se encargaba de dispararlo. A pesar de toda su potencia, el cañón o mejor dicho, cañones (porque se hicieron 3) tenía sus
limitaciones.
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Montaje de uno de los cañones |
Para alcanzar la distancia máxima, los Parisener Kanonen tenían que estar en un ángulo muy elevado, por lo que su ángulo de tiro oscilaba tan solo entre 50º y 52º. Ello le permitía, tras un vuelo de unos 170 segundos a una velocidad de
1.500 m/seg y alcanzar los 40 km de altitud, llegar a
París, aunque con una precisión muy baja. Asimismo, era tal la deflagración para enviar el obús a semejante distancia que los tubos del cañón sufrían una erosión del acero que obligaba a cambiarlos cada
65 disparos. Justo por ello, se veían forzados a utilizar proyectiles progresivamente más anchos, comenzando por los de 210 mm y acabando por los de 240 mm con una cadencia máxima de un tiro
cada 15 minutos. No en vano, uno de los 3 construidos y que de marzo a agosto dispararon contra la capital francesa reventó al explotar uno de los obuses dentro del
ánima del cañón.
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Llegaba hasta los 130 km |
Pese a los ataques del ejército francés en el intento de
neutralizar semejante engendro balístico, los Parisener Kanonen no se vieron afectados por su artillería, teniéndose documentado el último disparo de este tipo de arma el 9 de agosto de 1918 a las 14 h. A partir de entonces, en viendo como inminente la derrota alemana, los mandos militares teutones deciden repatriarlos, desmontarlos y hacer
desaparecer todo rastro tanto documental como físico de la existencia de dichos cañones. De hecho, todo lo que se conoce sobre estas armas se conoce por el trabajo de la Inteligencia francesa (necesario para poder destruirlos), los testimonios de presos alemanes y los pocos documentos gráficos de su existencia, lo cual deja a los Parisener Kanonen con un halo de leyenda, pero demasiado real.
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Soldados al cargo del cañón |
La participación en la guerra de los Cañones de París fue poco menos que
testimonial. Tras 5 meses de disparos, se hicieron 367 tiros que produjeron
256 muertos y 620 heridos, una muy baja tasa de afectación (el máximo daño lo originó en la iglesia de Saint-Gervais, con 91 muertos al hundir la techumbre durante la misa de Viernes Santo el 29 de marzo de 1918) para el dispendio de recursos que, para una Alemania bloqueada significó su construcción y despliegue. ¿Y en el plano
psicológico? Igual, o menos, incluso. Al tener una cadencia de tiro tan espaciada a la que se tenía que sumar el tiempo que no disparaban por
mantenimiento y la poca puntería, la gente no se sintió atemorizada y, en contrapartida, despertó la rabia y las ganas de los franceses por seguir la batalla y de darlo todo contra el enemigo alemán. Un éxito
absoluto, sin duda.
En definitiva, que los
Parisener Kanonen, pese a su monstruosidad y avance técnico sin parangón (los franceses no pudieron igualar sus características hasta el año
1929), para lo único útil que sirvieron fue para desarrollar la técnica artillera que sería la base para que la enloquecida
Alemania Nazi -y con ellos las fuerzas Aliadas (
ver Von Braun, los oscuros teje-manejes de un Estado)-, años a venir, hiciera armas aún más destructivas y mortíferas. Un monumental esfuerzo intelectual y tecnológico que la Humanidad, francamente, se podía haber ahorrado.
Muchos millones de muertos se lo hubieran agradecido.
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Representación artística de un Parisener Kanone |
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