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Caricatura de Leopoldo II y el Congo |
Aunque pueda parecer
raro para un punto de vista actual, desde la Edad Media y hasta el advenimiento de la Revolución Francesa, los reinos no eran un ente colectivo de los habitantes de aquel territorio como lo son actualmente, sino que eran una propiedad única y
exclusiva de los reyes y reinas del momento. Ello significaba que, cuando un soberano alcanzaba el trono, con él adquiría, como quien compra una caja de galletas, tanto el espacio geográfico como su contenido, ya fueran ganado, edificios o
personas (
ver La curiosa hipoteca del emperador Carlos I de España ). Con el éxito de las ideas liberales y humanistas de la revolución francesa -
derechos humanos, sobre todo- el concepto de
Estado Moderno se generalizó, incluso en el caso de las
colonias, que en este caso pasaban a ser jurisdicción de las diferentes metrópolis. No obstante, hubo un caso que se saltó todas las normas hasta bien entrado el siglo XX: el
Congo Belga. ¿Su particularidad? Que
no pertenecía a Bélgica, sino que era una
propiedad privada de su rey,
Leopoldo II.
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Antiguo Congo Belga |
La
República Democrática del Congo (también conocido en su momento como
Zaire) es un territorio inmenso de casi dos millones y medio de kilómetros cuadrados -España tiene unos 500.000- ubicado en el centro del continente africano, a ambos lados del Ecuador, que fue hasta 1960 colonia de
Bélgica, momento en que, igual que muchos otros países de África obtuvo su
independencia (
ver Un despropósito llamado independencia de Guinea Ecuatorial). Hasta aquí pudiera ser como la historia de tantas colonias europeas, sin embargo, la historia del Congo dista mucho de ser normal.
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África colonial (1880-1913) |
A mediados del siglo XIX, las diferentes potencias europeas se empiezan a repartir el mundo como un gran almacén en el primer
día de rebajas, es decir, como si no hubiera un mañana. España y Portugal, en caída libre, intentan mantener el tipo como pueden, mientras que Gran Bretaña, Francia, Holanda y Alemania pugnan por aumentar sus colonias con el fin de asentar su estatus de grandes potencias económicas y militares mundiales. O dicho de otra forma, que si no tenías colonias,
no eras nadie.
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Leopoldo II, rey de los belgas |
En esta situación, Bélgica, un pequeño país entre Holanda y Francia independizado de éstos últimos en 1830, bastante problema tenía para mantener sus límites territoriales de la
glotonería imperialista de sus vecinos europeos, como para meterse en berenjenales coloniales. No obstante, no pensaba lo mismo su rey,
Leopoldo II, rey de los belgas.
Leopoldo II, deslumbrado por los
imperios coloniales y, como un niño caprichoso y mal criado (que en realidad era), quería también
el suyo. El problema era que los belgas no estaban por la labor, y no le permitían veleidades militares colonialistas de ningún tipo... y como en Bélgica
mandan los belgas y no su rey, pues...¡
dos piedras! A pesar de ello, su obcecación le llevó a promover y a interesarse por una zona inexplorada del centro de África, la región del
río Congo.
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Henry Morton Stanley |
Así las cosas, las expediciones de
Cameron (1873-75),
Stanley (1873-77) y
Brazza (1875), llevaron a Leopoldo II a fundar en 1878 el
Comité de Estudios del Alto Congo (CEHC), supuesta ONG
filantrópica dedicada a estudiar las posibilidades comerciales del centro de África para las potencias europeas, pero que lo único que pretendía era la adquisición (léase como
apropiación, tras la cesión de sus derechos por parte de los legítimos propietarios) de tierras para su explotación comercial. Presupuestada con 1 millón de francos, sus principales accionistas eran Leopoldo II -con 240.000 francos- y la AHV, acrónimo holandés de
Asociación Comercial Africana, con 130.000 francos. El resto quedaba repartido entre otros pequeños "filántropos". Las tierras, de las cuales se extraía
marfil (a cuenta de matar elefantes a punta pala) y
caucho, pronto se mostraron deficitarias por la falta de infraestructuras y por el "poco" compromiso de los pueblos negros para con los europeos que los habían "salvado" de los esclavistas árabes. Arrasar con sus pueblos, raptar a sus familias o
cortarles las manos, por lo visto, no era suficiente para convencerlos de abandonar su indolencia. Llámenlos
pusilánimes.
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Plantación de caucho |
En 1879, Leopoldo II tiene un golpe de suerte, y la AHV
quiebra, por lo que vio la oportunidad de quedarse como accionista principal. Los otros accionistas viendo que aquello era un
negocio ruinoso vendieron sus participaciones, de tal forma que el rey de los belgas se quedó como único propietario de toda aquella empresa. Había quedado endeudado hasta las orejas pero, con unas posesiones
100 veces mayores que la mayor hacienda privada existente en la actualidad (
ver El rancho más grande del mundo: Anna Creek Station), ya tenía su propio imperio colonial... ¡ya estaba contento el niño! El golpe de gracia llegó en 1885 cuando las potencias internacionales reconocieron su posesión y Leopoldo II fundó el
Estado Independiente del Congo. La guinda del pastel llegó en 1897 cuando el auge de la producción de caucho para la industria del
automóvil, convirtió aquel deficitario negocio en un auténtico
Cuerno de la Abundancia.
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La temida Force Publique |
Con una contabilidad llevada en
secreto hasta el extremo, se estima que Leopoldo amasó una fortuna superior a los
80 millones de dólares a costa de las barbaridades que su ejército particular (la
Force Publique -Fuerza Pública) de unos 19.000 hombres perpetraba con la población para mantener el ritmo de producción de caucho, con beneficios que supone rondarían el
700%. No en vano, se estima que entre 5 y 10 millones de personas
murieron durante el dominio de Leopoldo II debido a los atroces métodos utilizados con la población civil. No estaban esclavizados, cierto.
Estaban peor.
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Manos cortadas |
La sociedad belga, que no se había enterado de nada (la imagen que se vendía en la metrópoli era la de una misión de
buena voluntad para civilizar negritos) comenzó a sospechar que no era oro todo lo que relucía en el Congo. Rumores cada vez más insistentes de las barbaridades que allí se cometían se propagaron gracias a observadores extranjeros, sobre todo por predicadores afroamericanos presbiterianos (la
Iglesia Católica belga, no decía ni mu) a pesar de los intentos denodados de Leopoldo II de censurar (y
falsear) toda la información que hablase de ello. El escándalo acabó siendo de tal calibre, tanto a nivel nacional como internacional, que en 1908 el rey se vio obligado finalmente a
ceder la soberanía del Congo a Bélgica. Eso sí, no le salió gratis al Estado Belga, ya que con la soberanía iba el pack envenenado de
todas las deudas que había contraído el ínclito monarca.
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