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El gobierno español, el fraude y la panacea del kilo de pan de 800 gramos

Barras de pan
Barras de pan
Si alguien tiene la curiosidad de pesar una barra de pan de "a cuarto" o de "medio", se encontrará que ni la de cuarto pesa 250 gr. ni la de medio pesa el medio kilo que dice su nombre, sino bastante menos. Ahora no tiene mayor importancia porque el mercado del pan está liberalizado y, al fin y al cabo, el llamarlo "de medio" o "de cuarto" son solamente denominaciones populares, pero hasta mediados de los 80, en España, el precio del pan lo marcaba el gobierno y entonces, el hecho de que el pan de medio kilo no pesara medio kilo, era un fraude de los gordos. Sabido es que nuestra clase política históricamente no ha destacado nunca por su profesionalidad e inteligencia y, si ha destacado, lo ha sido más bien por ser inepta y corrupta (ver La corrupta historia de los coches llamados "Gracias Manolo"); pues bien, una de las consecuencias de este estado de chapucerío eterno es, justamente, que el pan no pese lo que dice pesar. Todo parte de principios del siglo XX cuando, en forma de pegote chapucero, el pan de a kilo, por ley, paso a tener 800 gramos.

Trincheras 1ª Guerra Mundial
La Primera Guerra Mundial, si bien no tuvo consecuencias bélicas en España -alguien con dos dedos de frente mantuvo el país neutral-, nos afectó de otras muchas formas. La economía mundial comenzaba a intuir qué era la globalización y un conflicto de semejante calibre tenía, por fuerza, que afectarla. En nuestro caso, España se benefició del hecho de ser neutral en un desarrollo elevado de la agricultura, que llevó, en el caso de L'Hospitalet, a convertirse en "la huerta de Europa" ya que desde el Delta del Llobregat se exportaban verduras a la retaguardia de los países en liza (ver Cal Trabal: el fin de l'Hospitalet?). Sin embargo, no todo el monte era orégano y las importaciones  de algo tan básico como el trigo -sobre todo de Argentina- se resintieron fuertemente.

Silos en Argentina (1910)
Bueno... en realidad, trigo había más que suficiente, pero toda una serie de intermediarios especuladores acaparaban grandes cantidades de cereal y no lo ponían en el mercado, forzando que los precios tendieran al alza desorbitadamente. Pero claro, el precio del pan estaba regulado por ley por lo que la subida de las harinas no se podía repercutir automáticamente en el precio de las barras y panes. Ello hacía que los panaderos pusieran el grito en el cielo al ver cómo cada día los beneficios eran más escasos. No obstante, el gobierno no modificaba el precio del pan, habida cuenta que cualquier pequeño movimiento del precio se traducía en graves altercados en las calles (exactamente igual que ahora, todo sea el decirlo -nótese la ironía), lo cual hacía la pelota aún más grande.

Tahonero (panadero)
Pero hecha la ley, hecha la trampa, y ante la inacción del gobierno -ni actuaba contra los acaparadores, ni modificaba el precio final del pan- los panaderos empezaron la picaresca de poner cada vez menos harina en cada pan. Ello significaba, de facto, una subida (ilegal) de la barra, ya que el usuario final se llevaba menos pan por el mismo precio y el mantenimiento (igualmente ilegal) de los márgenes de los tahoneros, a pesar del inmovilismo del gobierno. Se armó la marimorena.

Por un lado, los usuarios, que al sentirse estafados se liaban a mamporros con todo panadero listillo pillado in fraganti; por otro lado, los gremios de panaderos que presionaban lo que no estaba escrito al gobierno para forzarlo a subir los precios, y por otro, el propio gobierno, incapaz de sacudirse la corrupción institucionalizada que permitía la acaparación especulativa del trigo. El follón estaba servido, y se había de actuar rápido. 

Antonio Maura y Montaner
Ante semejante situación, y haciendo gala de la tan tradicional improvisación chapucera de los políticos españoles (ver La insólita estafa oficial de los falsos duros sevillanos), en abril de 1918, el gobierno presidido en aquel entonces por el conservador Antonio Maura se sacó de la chistera la panacea genial para todos sus problemas: el pan de 1 kilo pasaría a tener, oficialmente, 800 gramos. ¡Ole tú! Obvia decir que la medida dejó de pasta de boniato a todo el mundo, pero el gobierno ya sabía lo que se hacía... por su propio interés, claro está.

Con semejante truco de prestidigitación métrico-decimal, el gobierno de Maura conseguía, por un lado, que el usuario no pudiese protestar ante las mermas (la merma se había oficializado); que el pan, sin subir el precio oficialmente, aumentara su precio un 20% (se trataba al comprador de tonto, vamos); que los panaderos dejaran de incordiar al gobierno al aumentarles un 20% los ingresos y, finalmente -y tal vez lo más importante- no tener que actuar de forma urgente contra los acaparadores de cereal, lo cual hubiese afectado directamente a las relaciones clientelares y caciquiles de la élite política del momento. Jugada maestra.

El centro de la polémica
Fue desde entonces que las barras de pan y panes, en España, dejaron de tener los pesos que les corresponderían, pero no se engañe, esta tradición simplemente ha sido por desidia. Los diferentes gobiernos habidos desde entonces, ninguno se decidió a ponerle una solución definitiva y todo funcionó a base de parche sobre parche, hasta llegar a mediados de los 80 en que -otra vez- se decidió por la solución más fácil y menos costosa para los políticos consistente en liberalizar el precio de la barra de pan y que cada uno pusiera el precio que le pareciera.

Una secular -e indignante- forma de (no) hacer política que aún perdura en nuestros días.

El trigo, un producto especulativo ya en 1918

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