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Todo el mundo conoce el dicho latino de "Carpe Diem", pero casi nadie lo que le sigue: Memento Mori (recuerda que vas a morir). ¿Un olvido colectivo? ¿O el ciego que no quiere ver? Muchas cosas hay en esta vida dignas de olvidar y muchas otras dignas de que se sepan. Sea lo que sea, no te lo tomes muy en serio: Memento Mori!
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Escrito por
Ireneu Castillo
Hoy, cuento: El Entierro
Había sido un importante capitoste de las finanzas, un potentado de la comarca que había hecho su fortuna a base de mucho esfuerzo, mucha mala leche y mucho dinero de difícil justificación. Este hombre era un personaje querido por la población en general, ya que proporcionó muchos puestos de trabajo a mucha gente y mucho dinero negro a más de uno. Curiosamente nadie a su alrededor era racista.
Pero como suele ocurrir a gran parte de la población, a este hombre le llegó su sanmartín particular, donando su alma a otras instancias menos mundanas. Su muerte fue llorada por todo el mundo, dado que no tenía enemigos reconocidos, aunque él ya procuró en vida mantener siempre abiertas las puertas de todas las almas (o los bolsillos) de quien lo rodeaba.
Se congregó gran cantidad de gente en el entierro de este ilustre personaje, entre ellos todos los más importantes políticos del momento, que no podían faltar a tal evento, ya que estaban en campaña electoral y un voto es un voto. Tampoco podía faltar la familia, reunida en torno al dolor producido por la pérdida de un ser querido y el consiguiente reparto de su herencia, ni los poderes económicos de la zona, que aprovechaban tan luctuoso suceso para poner en común la política económica de sus empresas tras la muerte del gran patrón. Los medios de comunicación no iban a fallar, la gran cantidad de poderes fácticos aseguraba faena para un cierto tiempo. Y, por fin, los amigos del finado, entre ellos una gran cantidad de estrellas del espectáculo, que se vieron atraídos a partes iguales por la gente del mundillo que se movilizó y por la desaparición de un buen mecenas.
En la misa posterior, puesto que no podía faltar una misa en casa de una familia tan devota y tan amiga de llenar los cepillos de la iglesia, no faltó nadie ni nada. Grandes coronas venidas de todo el mundo adornaban la catedral por dentro y por fuera. Incluso el oficio fue dirigido por el señor Obispo, que vistiendo sus mejores hábitos, no perdía ocasión de saludar a todas las fuerzas vivas allí congregadas. La gran cantidad de público asistente, también lloró el recuerdo de tan sensible pérdida y, de paso, pudo criticar a su gusto los caros modelitos que la gente de alcurnia se había puesto para la ocasión.
Acabada la ceremonia, la comitiva fúnebre se dirigió hacia el bello y, por qué no decirlo, caro cementerio de la ciudad, donde esperaba el eterno reposo de los restos del finado. Bajaron el ataúd del elegantísimo coche funerario y se procedió al entierro en un sepulcro excavado en la tierra, según expreso deseo del fallecido.
Cuando los operarios se dispusieron a bajar el ataúd al fondo de la fosa con las cuerdas, notaron que algo pasaba, dado que pesaba excepcionalmente poco. Decidieron remontarlo y abrirlo. Una exclamación colectiva de sorpresa estalló en el camposanto cuando, una vez abierto, comprobaron que el féretro estaba vacío.
-¡El abuelo! ¡Nos hemos dejado el abuelo! - Expresó un joven familiar.
Y sí, allí estaba, estirado tranquilamente en su cama, tal y como murió y tal y como lo encontraron. Nadie lo había tocado. Incluso seguía con la boca abierta del último suspiro.
Eso sí, algo olía a podrido en aquella casa.
Pero como suele ocurrir a gran parte de la población, a este hombre le llegó su sanmartín particular, donando su alma a otras instancias menos mundanas. Su muerte fue llorada por todo el mundo, dado que no tenía enemigos reconocidos, aunque él ya procuró en vida mantener siempre abiertas las puertas de todas las almas (o los bolsillos) de quien lo rodeaba.
Se congregó gran cantidad de gente en el entierro de este ilustre personaje, entre ellos todos los más importantes políticos del momento, que no podían faltar a tal evento, ya que estaban en campaña electoral y un voto es un voto. Tampoco podía faltar la familia, reunida en torno al dolor producido por la pérdida de un ser querido y el consiguiente reparto de su herencia, ni los poderes económicos de la zona, que aprovechaban tan luctuoso suceso para poner en común la política económica de sus empresas tras la muerte del gran patrón. Los medios de comunicación no iban a fallar, la gran cantidad de poderes fácticos aseguraba faena para un cierto tiempo. Y, por fin, los amigos del finado, entre ellos una gran cantidad de estrellas del espectáculo, que se vieron atraídos a partes iguales por la gente del mundillo que se movilizó y por la desaparición de un buen mecenas.
En la misa posterior, puesto que no podía faltar una misa en casa de una familia tan devota y tan amiga de llenar los cepillos de la iglesia, no faltó nadie ni nada. Grandes coronas venidas de todo el mundo adornaban la catedral por dentro y por fuera. Incluso el oficio fue dirigido por el señor Obispo, que vistiendo sus mejores hábitos, no perdía ocasión de saludar a todas las fuerzas vivas allí congregadas. La gran cantidad de público asistente, también lloró el recuerdo de tan sensible pérdida y, de paso, pudo criticar a su gusto los caros modelitos que la gente de alcurnia se había puesto para la ocasión.
Acabada la ceremonia, la comitiva fúnebre se dirigió hacia el bello y, por qué no decirlo, caro cementerio de la ciudad, donde esperaba el eterno reposo de los restos del finado. Bajaron el ataúd del elegantísimo coche funerario y se procedió al entierro en un sepulcro excavado en la tierra, según expreso deseo del fallecido.
Cuando los operarios se dispusieron a bajar el ataúd al fondo de la fosa con las cuerdas, notaron que algo pasaba, dado que pesaba excepcionalmente poco. Decidieron remontarlo y abrirlo. Una exclamación colectiva de sorpresa estalló en el camposanto cuando, una vez abierto, comprobaron que el féretro estaba vacío.
-¡El abuelo! ¡Nos hemos dejado el abuelo! - Expresó un joven familiar.
Y sí, allí estaba, estirado tranquilamente en su cama, tal y como murió y tal y como lo encontraron. Nadie lo había tocado. Incluso seguía con la boca abierta del último suspiro.
Eso sí, algo olía a podrido en aquella casa.
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Pero qué despistaos!!! XDDDD
ResponderEliminarGuau! Hay que ser bestias...
ResponderEliminarPARA TODOS: La moraleja del cuento es que siempre anteponemos nuestros intereses a lo que realmente importa.
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