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Cuando la decepción se convierte en enfermedad: El Síndrome de París

Cuando uno va a visitar la tumba del Mago Merlín y la fuente de la Eterna Juventud en medio de los hayedos de la Bretaña francesa, la imagen de los bosques frondosos llenos de druidas de la literatura nos dispara la imaginación. Es en el momento en que ves que la tumba de Merlín no eran más que dos piedras mal puestas, y la fuente de la Eterna Juventud poco más que una charca fangosa donde se revuelcan los jabalíes -incluso los turistas franceses hacían la broma de a ver si se iba a caer alguno, que se iba a matar- cuando la decepción te inunda y realmente se te hunde el mundo a los pies. Si este ejemplo, vivido en propias carnes, lo multiplicamos en intensidad hasta llegar a tener que ser hospitalizado por la decepción, tendremos una idea de lo que les pasa a algunos turistas japoneses cuando padecen el llamado Síndrome de París.

París, la capital de Francia, está considerada como una de las ciudades más bellas del mundo, y sin duda lo es. Millones de turistas de todo el mundo se desplazan a ella para poder ver sus encantos. Notre-Dame, la Torre Eiffel, Montmartre, los Campos Elíseos, el museo del Louvre... toda una serie de monumentos y lugares especialmente emblemáticos que son dignos de admiración. Los japoneses no son una excepción y se dirigen a París inmersos en la imagen romántica que dan de ella películas tales como Amélie (2001), la prensa  y las novelas, idealizando de sobremanera lo que en ella se van a encontrar. 
 
El problema sobreviene cuando, al llegar a la Ciudad de la Luz, en vez del símbolo cultural que se esperan, lo que encuentran es la típica, ruidosa, caótica y atestada ciudad europea que si bien es muy hermosa, está también muy alejada de los estereotipos románticos que nos proporciona la literatura y la televisión. Ello, la profunda diferencia cultural, los problemas del idioma, el jet-lag y el estrés inducido por una sobrecargada agenda de visitas provocan un auténtico cortocircuito psicosomático a algunos de los turistas nipones, lo cual les llega a producir alucinaciones, nauseas, taquicardias y ansiedad, provocando su hospitalización e incluso su repatriación.

El asunto es tan serio que la embajada japonesa en París tiene habilitado un servicio de atención de urgencia en su propia lengua para los casos más graves, ya que si bien son más de un millón los turistas japoneses que se acercan a visitar la ciudad cada año, se tiene estimado que no menos de una veintena de turistas japoneses -sobretodo mujeres treintañeras- vienen padeciendo estos síntomas durante la temporada.

La enfermedad, una especie de Síndrome de Stendhal pero al revés (ver El síndrome de Stendhal o el empacho por sobredosis de belleza),  fue descrita en 1986 por el doctor Hiroaki Ota, psiquiatra del Centro Hospitalario Sainte-Anne de la capital francesa, lo que dio el pistoletazo de salida al estudio de esta afectación de índole psíquica que afecta a los turistas japoneses. 

Visto está que los extremos no son buenos, ya que si bien exponerse a que le dé a uno un telele por un atracón de belleza no es muy recomendable, crear unas expectativas tan grandes ante una visita que, cuando no las cumplas te dé otro telele por no haberlas alcanzado, no parece ser tampoco la mejor de las opciones. Tenga cuidado, sea uno u otro, ninguna de las dos es una forma muy agradable de acabar las vacaciones.
 
No todo es tan bello en París

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